miércoles, 7 de septiembre de 2022

378/ Desarraigo o la felicidad intranquila

Lanzo una pregunta al éter: ¿Cabe una muerte feliz? Y otra: ¿Puede alguien prefigurar la suya (su propia muerte, su propia felicidad, digo)? Federico García Lorca lo hizo: previó su último aliento en el libro <<Poeta en Nueva York>>. Esto es sabido por todos. "No me encontrarán" (o algo así: cito de memoria), escribió el poeta. ¿Y Albert Camus? Camus falleció en accidente automovilístico el año 1960. Su primera novela lleva por título <<La muerte feliz>>. Entreveo, en ella, una especie de obsesiva repetición del "coche" como motivo narrativo subyacente a la idea para mí central de la obra: una muerte dichosa en el interior de una vida apesadumbrada. El protagonista, Patrice Mersault, lucha descarnadamente entre esas dos fuerzas (muerte, vida, o tanto monta: final y principio). Puede comprobarse esto que digo en los siguientes apuntes extraídos, sin piedad, de la novela mentada: 

     Uno: "Se oyó pasar un auto por delante de la puerta […]".

     Dos: "Un coche daba una vuelta de campana […]". 

     Tres: "Le gusta conducir un coche, ¿verdad?". 

     Cuatro: "En la carretera que había enfrente los coches corrían como ratas relucientes. Uno dio un bocinazo prolongado y, cruzando el valle, el sonido hueco y lúgubre amplió aún más los espacios húmedos del mundo hasta que incluso su recuerdo se le convirtió a Mersault en un componente del silencio y del desvalimiento del cielo".

     Cinco: "Por la carretera, los coches iban más despacio".

     Seis: "[…] había perdido esa seguridad maravillosa que proporciona […] el volante de un coche".

     Siete: "[…] entre […] el deslizamiento prolongado de los coches […] la muerte resulta dulzona e insistente […]".

     Ocho: "Y eso sin contar […] con que tiene que pisar a fondo el acelerador".

     Nueve: "[…] el auto de Marsault […]". 

     Diez: "[…] el ruido de animal feliz del motor […]". 

     Once: "[…] el ruido de la velocidad". 

     Doce: "[…] el coche salía a una carretera libre […]". 

     Trece: "[…] el auto a toda velocidad".

     Catorce: "[…] soledad que […] encuentra en el coche".

     Quince: "Mersault […] llegaba a Argel en coche". 

     Dieciséis: "Mersault, entre frenazo y frenazo, […] iba a mucha velocidad".

     Diecisiete: "Cuando uno de ellos compraba un coche, elegía el más caro".

     Dieciocho: "[…] había llegado a Argel en un […] Bugatti de carreras". 

     Diecinueve: "[…] les enseñó los coches […]".      

     <<Muerte feliz>>, o sea, vida en soledad que no es nada distinto de muerte en vida. Una muerte en vida, feliz para determinados caracteres (caso del protagonista), e infeliz para otros. Y, ¿quiénes son esos otros? Fácil: aquellos para quienes la felicidad no <<implica una elección y, dentro de esa elección, una voluntad organizada y lúcida>>; o bien, <<saber humillarse y ordenar el corazón al ritmo de los días, en vez de doblegar ese ritmo a la curva de nuestra esperanza>>. Todo ello resaltando la siguiente idea truculenta: que <<hace falta un mínimo de ausencia de inteligencia para alcanzar la perfección de una vida de felicidad>>. Esto también es, así quiero yo creerlo, sabido por todos.

     

     Resignación.             

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