Andalucía es tierra de valientes. Y Estepa es tierra de corajudos. Romperé una lanza en favor del sacrificio colectivo (nadie se escandalice: lo haré exclusivamente en un contexto legendario. Creo que el suicidio hay que combatirlo con apoyo psicológico y con ternura y con compasión y comprensión y sin estigmatizar a quien, fatalmente, lo lleve a efecto. El sufrimiento, mal que nos pese, a veces supera el umbral humano de tolerancia al dolor). Espero no se me malinterprete. Ahí va mi lanza rota: juzgo acto de valentía (no de cobardía) la auto-aniquilación de una sociedad para evitar ser sometida por sus invasores. Refiero el archiconocido caso de Numancia pero, también, los muy poco o nada conocidos de Calahorra y Estepa. Lástima que las tres gestas hayan sido empañadas por una realidad machacona: el interés de salvapatrias que le iba en ello al Régimen del enano, con voz de castrado, del Pardo. Grandemente convenía al Generalucho y sus secuaces extender la versión heroica de lo sucedido en vez de hacer lo propio con la otra (la vulgar): que estas sociedades fueron pasadas a cuchillo, mordieron el polvo, hincaron las rodillas en tierra y pidieron a gritos clemencia sin que esta les fuera concedida. Tal es la versión del historiador Apiano. La otra, la heroica, es la de Floro y Orosio.
Lean, si no, lo que sigue: “A los lectores que peinan canas (…) les resulta familiar el nombre de Sagunto y lo asocian al de Numancia, otra ciudad cuya población prefirió suicidarse en masa antes que rendirse a los romanos en -133. Entrambas gestas se mitificaron en nuestros libros de texto en los primeros tiempos de Franco, cuando el Régimen dio muestras de exacerbado nacionalismo y son hoy lugares comunes y gloriosos monumentos de la fidelidad hispánica y de la fiereza indomable del pueblo español. Como para muestra valía un botón solo se promocionó la imagen heroica de esos dos poblaciones, con olvido de otras que la igualaron y hasta las superaron. Por ejemplo, los habitantes de Astapa, hoy Estepa, (…) también prefirieron destruir la ciudad y suicidarse en masa antes que rendirla a Roma. la admirable hazaña de la Numancia celtíbera, cuyos defensores llegaron a alimentarse con carne humana, fue incluso superada en Calagurris, hoy Calahorra, donde además salaron la carne humana para comerla acecinada” (Juan Eslava Galán: <<Historia de España contada para escépticos>>. Planeta. Barcelona, 2021. Pág., 66).
Imaginaré, ahora, que la versión verdadera de lo que sucedió en los tres parajes mentados es la heroica. Pasar el Rubicón del suicidio no está al alcance de cualquiera. Hace falta tener redaños para detener un mercancías nocturno y tan lóbrego como ese, lanzado ya, y con el solo cuerpo. O como acaso dirían los taurinos viejos: <<A puerta gayola>> (y sin pistola, añado yo). Adentrarse sin temblequeo en lo más recóndito puede ser un error pero no un mero acto de cobardía. ¿Qué razón habrá llevado a los historiadores, a los <<tertuliasnos>> (tomado de Dragó), a los politicastros de variado pelaje a ningunear unos hechos tan conmovedores como legendarios? ¿Merecen la sin par Andalucía y La Rioja menos cuota de heroicidad que Castilla y León? ¿Hay maledicencia en ese <<injustificado olvido>>? ¿La charanga y pandereta andaluzas no pueden congraciarse con el valor y el coraje humanos? ¿De verdad que no pueden? La reciedumbre castellana es harto conocida. ¿Y el <<quejío>> andaluz? ¿No es este, de sobra, viajado? El <<duende>> engendra el <<quejío>>. Sin duende, por lo demás, una sociedad estará abocada al vacío existencial. El <<duende>> es el responsable de la bravura del flamenco. Y no habrá flamenco cobarde sin menosprecio de su raza. Digamos las verdades descamisadas. Una, por ejemplo, es esta: que no todos los andaluces son flamencos. Sepa esto el mundo de una <<puñetera>> vez. Y otra: que no todos los valientes son patrióticos. La tercera en discordia es que para ser valiente, primero, hay que frecuentar el miedo. El resto son pamplinas.
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