martes, 12 de noviembre de 2024

463/ Frustración lectora

La primera novela que escribió (o publicó. Lo ignoro) la Matute, a saber: Pequeño teatro, logró hacerse con el Planeta (el galardón, no el <<cuerpo celeste sin luz propia>>, como es lógico). Yo (motivos tendré a porrillos. ¡Eso, ay, quiero pensar!) no he logrado empatizar con ella. La juzgo novela en exceso abstracta, casi fábula, pero fábula oscura y (lo peor de todo) aburridísima. Tanto es así que muy por encima de ella he valorado el prólogo que rubrica yo no sé qué año (¿quizá dos mil uno?) Soledad Puértolas para la edición de BIBLIOTEX S.L. que es la que un servidor de (casi) nadie maneja. ¡Qué esfuerzo lector vano! 

     Sudor y sangre me ha costado leer la novelita de marras. Normalmente, otorgo cuartelillo de treinta o cuarenta paginas al libro que tenga entre manos; al tratarse de uno de apenas ciento sesenta, en buena lógica, resolví (¿desacertadamente?) arribar a puerto. ¡Una y no más, santo Tomás! De ella (hay que ser honesto) he extraído una satisfacción sobresaliente: el descubrimiento de un término maravilloso que hará las delicias de todo buen amante del cuento: `Chiribitil´: <<Desván, rincón o escondrijo bajo y estrecho>>. Sólo por ello ha merecido el esfuerzo (titánico. Créanme…) leer la novelita de la Matute. Luego, dos aciertos más o menos memorables he hallado entre sus páginas. Uno: la complejidad caracterológica de los personajes que las pueblan. No son, los mismos, planos; tampoco, redondos. Menos tendentes me parecen a una redondez compleja que a una complejidad redonda: a veces, no se les ve la curvatura; sólo se intuye. Y dos: el hábil juego discursivo que convierte personajes de pellejo sobre hueso calcinado en marionetas de madera desbastada o sin desbastar. En descargo de la autora diré, ahora, que tenía 17 en su aljaba cuando escribió Pequeño teatro. También he hallado (como de ello deja constancia la prologuista) algún <<reflejo juvenil>> en la prosa de Pequeño teatro. Nada que no supiésemos ya quienes hemos leído textos de Ana María Matute posteriores a éste. Aunque he de subrayar lo siguiente: la prosa desplegada en la mentada novelita no es propia de una adolescente; todo lo contrario (sin obviar los fogonazos juveniles…). No sé por qué no empatizo con la (eso dicen) narrativa excepcional de la Matute. Lo intento (¡Buda sabe que lo intento!); no lo logro. ¿Habré de achacarlo al lenguaje utilizado, de ordinario, en sus libros? ¿O será la carencia de fórmula de continuidad cuando el narrador (o narradora) pasa de lo verosímil a lo inverosímil y viceversa? ¡Habemus, sí, mysterium!  

jueves, 31 de octubre de 2024

462/ "Con el corazón en la frente"

Yo no sabía quién era Jorge Fernández Díaz (refiero el escritor argentino, no el político español, obviamente). Agostina Lute me lo descubrió. Nunca podré agradecérselo lo suficiente. Ambos (fieles a nuestro afán de examinar libros conjuntamente) desgranamos Mamá (Alfaguara, 2024) como si de las cuentas de un rosario fraseológico (literario) se tratara.

     Novela inigualable ésta; novela mayor.

     Hacía mucho (muchísimo) que yo no leía literatura de tan alto vuelo (según la perspectiva del escritor) ni de tan altas cotas (según la perspectiva del lector); lo cual, últimamente, no es excepcional. En todos los aspectos, por mínimos que éstos sean, del examen pormenorizado de una novela (forma y fondo genéricos y detalles particulares de ese fondo y forma genéricos) Mamá se sale de la escala.

     Prosa deliciosa ésta; prosa primordial.

     Hay un ritmo equilibrado de la prosa primordial; un equilibrio rítmico, deleitante, de los perfiles de los personajes en la prosa deliciosa; estructura soberbia (bien apuntalada para que no acabe derruyéndose el edificio) de la prosa deliciosa y primordial…

     Un edificio moderno: digno del mejor constructor actual. Y, a la vez, clásico. Un clásico (por así decir) moderno. 

     Valga un botón de muestra (los dos primeros párrafos de la novela):

     <<Mi madre ya no llora con esas cartas. Pero no acierta a recordar cuándo ni dónde las guardó, ni por qué será que prácticamente las da por perdidas. Son las cartas de Mimí. Y vienen de Ingeniero Lartigue, una aldea de treinta casas y cien labriegos, que alguien olvidó en Asturias, muy cerca y muy lejos de León, en un monte escarpado y silencioso que era zona de hambruna en la posguerra.

     La hermana del padre de Mimí había probado suerte en la tierra prometida. Se llamaba Herminia, vivía en la Argentina de Perón, y aconsejaba con vehemencia que sus sobrinos cruzaran el Atlántico y se hicieran la América. Mimí y Jesús fueron elegidos entre siete, con amor y pragmatismo, como una valiente avanzada familiar y como una suerte de último salvataje de la miseria. En 1948 abordaron un buque de bandera incierta y veinte días después desembarcaron en una prosperidad de cartón: Herminia no podía tener hijos y no trabajaba, y su marido era un motorman de tranvía. Los cuatro vivieron veinte años en una sola pieza de cinco por cinco, al final del patio de un inquilinato de Palermo pobre>>.

     Pero Mamá es, también, novela <<social>>. Entiéndase el término. `Social´: Denunciante de una circunstancia (el hambre en la posguerra española. Coyuntural) y de un fenómeno (el machismo de época, la emigración, asimismo de época quizá) que perjudicaban a las personas hasta extremos insospechados y que, ayer como hoy, son susceptibles de murmuración incisiva (feroz). Mamá es, por lo demás, novela emotiva; mucho (en según qué pasajes, incluso, demasiado).

     Y Mamá, al cabo, es novela que se queda en la retina del lector con independencia del recorrido trascendental (vital) que éste tenga; de su sensibilidad intelectual y anímica; de su conocimiento adquirido a lo largo y ancho del mundo (el de Aquí y el de Allá), el cual deja poso en aquellas almas puntiagudas, hechas para el deleite del verbo. Nunca un artefacto literario tan cargado con dinamita de sentimientos puros y humanísimos, como el que ahora y aquí nos convoca, no ha deflagrado al (aunque no menor) mínimo impacto del transponer páginas…

     Obra, repito (o mejor: afirmo con absoluta rotundidad), maestra del escritor y periodista nacido en Palermo (Buenos Aires) el año de la rata: 1960. 

     (Nota: los arrojados a la luz bajo el signo de la rata son individuos sabios y <<familiares>>).

     Jorge: mi gratitud.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

461/ Creadores chuscos de opinión

En <<La segunda generación poética de posguerra>> (José Luis García Martín. Departamento de Publicaciones de la Excma. Diputación de Extremadura. Badajoz, 1986. Pág., 99) leo el siguiente fragmento: <<Yo no puedo escribir si no me siento en la inminente necesidad de defenderme de algo con lo que estoy en radical desacuerdo. El acto de escribir supone para mí un trabajo de aproximación crítica al conocimiento de la realidad y también una forma de resistencia frente al medio que me condiciona. No podría entender de otro modo –ni justificar moralmente– esa propuesta dialéctica que entraña la literatura>>. Y algunas líneas más abajo (op.cit. Pág., 100): <<La novela y la poesía suponen para mí, fundamentalmente, otras tantas tentativas de reproducción lingüística de mi experiencia o de mis lastres mentales o de mis manías o de mi manera de ser…>>. Ambos fragmentos llevan la firma del mismo literato: José Manuel Caballero Bonald. El primero alude a la <<Poesía crítica>>; el segundo (tan en boga hoy), a la <<Poesía de la experiencia>>. Mismo firmante (que no farsante), distinta concepción de la literatura (que no de la poesía a secas).

     Caballero Bonald pasó el Rubicón de la crítica quizá feroz y no sé si bella del mundo para adentrarse en el bosque caducifolio de los fueros interiores del (con mayúscula) Hombre. Esto demuestra el carácter <<veleta>> de muchas sentencias paridas por escritores de sobrada reputación. Lo diré como lo pienso: lo que dicen (o escriben) los literatos opinadores profesionales y eruditos (casi nunca a la violeta. Excepciones, ay, hay) hay que tomarlo entre bromas y veras; es decir: con la pinza de tender el disfraz de carnaval (o de circo) de la noche anterior; y, luego, tenderlo el disfraz al sol de la sospecha lectora (chorrea éste abundante postureo verborreico). Lo mentado ocurre con especímenes gazmoños del tipo: Juan Manuel de Prada (tan barroquito él que para decir: <<Les machacan el cerebro>>, dice: <<(…) Les batanean las meninges>>; o para decir: <<Individuo de izquierdas protegido por medios de izquierdas>>, dice: <<(…) Paniaguados con púlpito mediático adscritos al negociado ideológico de izquierdas>>); Fernando Sánchez Dragó (quien subrayaba su entraña española y hasta españolista denigrando a España y a los españoles); Luis Antonio de Villena (Capitán de navío anglosajón en un mar de Castilla…); Ángel Antonio Herrera (quien escribió de Bonald que era un <<barroco hacia dentro>>); etc.

     Yo, ahora, arriesgaré una concepción personalísima pero transferible de la literatura. Y diré: Literatura, señores y señoras, es (redoble de tambores: ¡Rataplán-rataplán!) tres entelequias; a saber… Una: Conocimiento crítico del mundo sensible y extra-sensible y de la condición humana no menos extra-sensible y sensible que el mundo que enjuiciamos críptica y críticamente. Dos: experiencia personal y transferible de índole psico-socio-afectiva y no sé qué más. Y tres: fabulación libérrima. La tercera prepondera respecto de las otras dos. Visión formalista, la mía, de la literatura. En efecto. Así es. Sin imaginación (sin inventiva. Sin estilo) no hay literatura elevada que se precie. Lo demás son recreaciones bellas (o adefesios) de la realidad presente, pasada, futura. Punto. Yo desestimo el Realismo seco (hecho de esparto) de nuestras <<sagradas escrituras>> literarias.

     Quevedo y Góngora inventaban más que hablaban. Cervantes, ídem. Lope, ídem. He ahí, ¡ea!, el ramillete (más trébol) de cracks que hoy son malinterpretados estilísticamente por la camada de columnistas barrocos (que no burracos) de la élite opinadora del momento vigente que la mayoría habitamos con verdadero estupor. Y todo con De Prada a la cabeza enarbolando la bandera de la cofradía con afán de lucro y, de paso, de cotorra H.T.M.L. (Hermandad del Taimado con Mala Leche). 

    Pero yo sólo quería asentar que las opiniones de los literatos opinadores profesionales y eruditos (casi nunca a la violeta) no son rígidas ni nada que se le asemeje. Y también: que más nos valdría tener como creadores de opinión pública catedráticos en vez de novelistas y poetas. O mejor aún: psicólogos y psiquiatras (excepto el doctor Cabrera. Tan aficionado él a la locución latina <<Manu militari>>… ¡Quita, quita!). De este modo acribillaríamos dos pajarracos de un tiro: el loro no violeta de la erudición del barroquito de turno y el cuervo negro-negrísimo de la frustración del pobrecito lector (también de turno).

viernes, 13 de septiembre de 2024

460/ Docente decente

Con toda la ira del mundo (pero sin ella a efectos prácticos) grito a los cuatro vendavales: ¡La labor docente se infravalora! Vengo gritándolo desde cuando adopté el rol correspondiente con más o menos fatiga por pura falta de pragmatismo: alumno a perpetuidad es (fue. Será) un servidor (casi) de nadie. É, mal que me pese, cosí. Vale. A lo que iba: el trabajo realizado por el enseñante no es valorado como éste merece; no el enseñante (que también), el <<trabajo>> desempeñado por éste, digo. 

     Josefina Aldecoa aludió a ello por la vía heterodoxa o Del Paso Cambiado: describiendo justo lo contrario; a saber: el incalculable valor del <<trabajo>> docente. ¿Dónde? Aquí: en <<Historia de una maestra>>. Novela, ésta, constitutiva de vocaciones a tutiplén. No en vano (por lo que tengo entendido) ha sido marco referencial de muchas vocaciones. Ahora apostillaré algo: la vocación no tiene porqué erigirse, sí o sí, en la mejor carta de presentación del profesional de turno. Verbigracia: docentes no vocacionales hay que ejercen su labor admirablemente y no por su desvergonzada condición (no vocacionales) tienen que ser expulsados del Reino Excelso de los Profesores. Luego están aquellos que dicen (refiriendo la novela de Josefina): <<Eso es una visión idealizada de la docencia>>. Éstos suelen constituir grupo ideológico aparte (de ordinario: monárquicos, católicos, apostólicos y romanos). Allá ellos.

     Ya en el 31 se planteó tan acuciante problemática:

     <<Sostenía en las manos el periódico y leía: “Los maestros se adhieren entusiásticamente a la Nueva República…” “Una de las reformas más urgentes que va a emprender la República es la reforma de la enseñanza…” “La dignificación de la figura del maestro será el primer paso de esta reforma…”>> (op.cit. Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. Barcelona, 2015. Pág., 109).

     La clave está en el término <<dignificación>>. Muchos atributos hay, creo, en el kit del digno. Que si excelente. Que si honorífico. Que si decoroso… ¡Paparruchas! `Digno´: merecedor de respeto y de valoración propia y ajena. Ya está; para qué seguir. Con respeto y valoración de quién es y hacia lo que hace se sobra y basta el maestro y cualquier trabajador del ramo que se precie. Dos atributos (valor y respeto) que aquél o aquélla (contentemos a los, y a las, amantes del lenguaje inclusivo) se ha ganado con creces por un motivo bien fundado: porque nunca dejará de interesarle (al buen maestro) aprender. Aprenderá éste, sine die, sobre cualquier sustancia (por nimia o elevada que sea) y también de sus aprendices. Ahora díganme una profesión en la que el maestro aprenda del discípulo…

     Quien desvaloriza a un maestro se desvaloriza a sí mismo. Yo no hallo, en todo el orbe, nada más necio. Digamos las cosas (¡oh témpora, oh mores!) como son.

lunes, 9 de septiembre de 2024

459/ Máscaras por doquier

Hay un trasfondo en todo (y en todos) que nunca deja indiferente a <<naide>>. El mío (mi trasfondo), por supuesto, tampoco. Pero éste yo ya me lo sé. El de los demás (casos y cosas y el resto en el saco) zamarrea fuertemente cuando se desarreboza. O cuando se da uno de boca con el borde saliente de la irrealidad de turno y acaba rompiéndose un diente. Deviene curioso (mejor: desasosegante) observar cómo la manipulación del otro nos vapulea al mismo tiempo que nosotros vapuleamos al otro con nuestra manipulación. Curioso, desasosegante, e irritante. Un baile de máscaras perpetuo y sin fórmula de (di)solución. Juan Ramón Jiménez escribió: <<Yo no soy yo./ Soy este/ que va a mi lado sin yo verlo>>. El sanctasanctórum literario no escapa a esta irrealidad real. Quién es quién en el baile de máscaras en que se ha convertido el mundo no es fácil de discernir. Estamos (conjeturo) en riesgo. ¿De qué? De sufrir una puñalada trapera, puntada a traición, puñeteada no entrevista. Pero, ¿y si hubiese alguien que en esa puñeteada, puntada y puñalada, viese una oportunidad para dar esquinazo a la frustración (de ordinario tan funesta)? 

     Ignacio Martínez de Pisón ha escrito: <<Aquella mañana descubrí que las cosas casi nunca son como aparentan, que vemos sólo una pequeña parte y creemos que lo estamos viendo todo, cuando lo más importante permanece oculto, sumergido, como dicen que ocurre con los icebergs. Había podido descubrirlo cuando lo de Estoril, pero entonces era demasiado pequeña y, por otro lado, ¿qué tenía de extraño el que la tía Amalia y Alfonso se movieran siempre entre secretos, simulaciones y mentiras? El hecho de que hubieran acabado siendo condenados por estafa confirmaba precisamente el carácter excepcional de su conducta. Ahora era diferente. Ahora comprendía que eso era normal, que todos (mi padre, mi tía, yo misma, niña pobre por las mañanas, niña rica por las tardes) teníamos algún secreto que esconder, y que la vida era como esos muebles que mantienen un aspecto robusto aunque por dentro están siendo devorados por la termita y que, un buen día, de repente, se desmoronan y se convierten en polvo>> (Ignacio Martínez de Pisón. <<María bonita>>. Seix Barral. Barcelona, 2023. Págs., 106-107).

     Así, en efecto, acontece. La pregunta de rigor es: ¿Cuál de los dos yoes es el probado? O dicho de otro modo (y extrapolándolo al terreno de la literatura): ¿Va sin máscara el narrador/sujeto poético o es el autor del texto (o ambos. O ninguno) el que sin ella va? ¿Y no habrá más de dos yoes en cada uno? Retomando el texto de Pisón: ¿Merece la pena (más la pesadumbre) evitar la frustración abrazando el fingimiento? Uf. ¡Chi lo sa!   

miércoles, 4 de septiembre de 2024

458/ Contranatura (II)

Otro hecho contranatura. Otro filicidio de una escritora (igualmente feminista de pro. Más poetisa quizá) cuya labor no sólo artística, también filantrópica (participó en numerosas empresas de solidaridad muchas veces centradas en la infancia), era prometedora. Y era reconocida. Su nombre: Blanca de Gassó Ortiz. La obra de Blanca no constituía una promesa: era puro presente; el del siglo XIX español. Una centuria, ésta, que legó letras súper cursis envueltas en erudición y religiosidad formidables. Literatura, a pesar de todo, de alto vuelo. Un ejemplo lo constituyen los poemas de Blanca. 

     Botón (cursi) de muestra:


     CANTOS Y SUSPIROS (1869)


     Si suspiro, me dicen

     que de amor peno,

     y si alegre es mi trova

     que soy de hielo.

     Canto, suspiro

     y no entiende de amores

     el pecho mío.


     Los suspiros y cantos

     son ambrosía

     que gozo santo vierten

     en alma y vida…

     ¡Ay! Mis cantares

     son los ecos que a el alba

     envía el aire.


     El mundo no comprende

     mi gozo y pena;

     ¿qué me importa que el mundo

     no los comprenda?

     Canto, suspiro

     y no entiende de amores

     el pecho mío. 


     Botón (religioso) de muestra:


     EN EL DÍA DE LA VIRGEN

     IMPROVISACIÓN (1877)


     Vierte el alba su luz pura

     anunciando bello día,

     y a sus fulgores, María,

     escrito se ve en la altura;

     engalanada Natura

     himno entona sin igual

     a la Reina Celestial,

     y el alma a tan dulce encanto

     vuela en alas de amor santo

     a la región eternal.


     Blanca fue asesinada por su padre adoptivo (Antonio Jacinto Ortiz). El fúnebre hecho aconteció en 1877. Algunos apuntes biográficos de la víctima y del victimario son los que siguen: Blanca coqueteaba con el Espiritismo; el futuro esposo de Blanca no sólo coqueteaba con esta corriente de pensamiento impenetrable sino que, además, ostentó un cargo de responsabilidad en la Sociedad Espiritista Española; ídem, Antonio Jacinto. 

     Antonio Jacinto fue humillado por unos chances comerciales y tuvo que soportar la indignidad del fracaso en distintas plazas públicas. Digámoslo con franqueza: su mente se fue enturbiando de apoco hasta quedar hecha unos zorros. Lo pagó con su hija adoptiva. No gustaba, por lo demás, del pretendiente de Blanca. Antonio Jacinto escribía poesía.

     Fin de los apuntes biográficos.

     Antonio Jacinto mató a Blanca de Gassó Ortiz con un arma de fuego mientras ella dormía. Luego, acabó descerrajándose un tiro en la cabeza. Como dicta el típico tópico lúgubre de toda nuestra vida en este valle de risas y lágrimas: se fue la persona pero quedó su obra. 

    Lo que también nos quedará, siempre, será la incertidumbre acerca del funesto móvil del filicidio. Yo alumbro la posibilidad de la envidia como inductora de tan luctuoso hecho. El orgullo, rendido de hinojos, de Antonio Jacinto no quedaría demasiado lejos. 

     Juzgue, si así lo desea, el lector.          

jueves, 29 de agosto de 2024

457/ Contranatura

La secuencia de hechos es la siguiente. Uno: escucho en RNE (Radio Nacional de España) una alusión a la rocambolesca y triste historia de Aurora Rodríguez Carballeira y su hija Hildegart (feministas de pro ambas, asesina y asesinada, respectivamente). Dos: indago (y leo) largo y tendido en la red de <<viuda>> (tipo de araña) que llamamos red a secas sobre el tema de marras. Tres: llega hasta mí un enlace de RNE (a mi juicio la emisora menos <<politiquilla>>) donde se puede escuchar un documental bellamente producido e interpretado a la vez que arduamente científico (salen voces acreditadas del ámbito de la Sociología y de la Psiquiatría) sobre la historia de estas dos mujeres excepcionales (en un sentido no positivo). Cuatro: en el libro <<Los secretos de la motivación>> (Ariel, 2011), de J.A. Marina, leo: <<[Para algunos psicólogos], el sujeto tiene poca iniciativa. Está sometido a ese juego casi automático de reforzadores positivos, reforzadores negativos, sistemas de extinción y respuestas correspondientes, etc. Es poco más que una máquina expendedora: si se le echa la moneda, emite la respuesta. Por eso tenían una enorme confianza en la capacidad de moldear las conductas humanas (…)>> (op.cit. Pág., 67); y más abajo: <<La inteligencia humana puede reflexionar sobre esos mecanismos [de premio y castigo], desear actuar automáticamente, aspirar a la libertad, y en consecuencia rechazar como ofensiva esa ingeniería social educativa>> (op.cit. Pág., 68). Hasta aquí los hechos objetivos. 

     De manera ineludible pienso en las sincronías junguianas tan en boga desde cuando un servidor de nadie tiene uso y disfrute de razón. Una vez más no doy crédito. Por esclarecer el fondo de la intención bloguera: el tema del presente post es una mera incertidumbre; la que recoge el interrogante: ¿Puede una señora zafia (como Aurora Rodríguez Carballeira) crear con sus eugenésicas artes un niño o una niña prodigio o, por el contrario, algo así sólo le incumbe a la naturaleza biológica del nacido sin ser éste sometido a operación ajena alguna más allá de la mera concepción?  

     Partiendo de una ca(u)salidad (la sincronía junguiana arriba mentada) arribo a una casualidad (el nacimiento de Hildegart con tales, y tantas, capacidades intelectuales y artísticas que el más ilustre quedaría aminorado). Lo juzgo mágico. Pero todo empezó el año 2003 cuando, casi imberbe yo, cayó en mis manos el libro <<Amor y pedagogía>> (Unamuno); ahí, don Miguel habla de un padre que desea fabricar un hijo perfecto desde el punto de vista intelectual y también moral. Había de conseguirlo proveyéndole (al hijo) de una educación exquisita aunque castigadora (y castradora) a más no poder. Como era de prever la empresa paterna fracasó. Igual que le aconteció a Aurora con Hildegart. Huele, me parece, a cerramiento de ciclo. Sólo anhelo que ningún otro prohombre iluminado con los haces en tonos grises de la luz de la erudición esquizofrénica (si no psicopática) haga nuevos intentos de erigirse en salvador de la especie humana. Borges, en <<Las ruinas circulares>>, escribió: <<Su victoria y su paz [la de quien se ha propuesto soñar un hombre] quedaron empañadas de hastío>>; de sangre, en el caso de Hildegart Rodríguez, matada por su madre cuando resolvió rebelarse.              

lunes, 19 de agosto de 2024

456/ Una novela en una frase

OPINIÓN


Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Yo digo algo a la vez semejante y desemejante. Y es: una imagen, suscitada por palabras, vale más que mil palabras que no suscitan una sola imagen. Parece un trabalenguas. No lo es. Con ello aludo (la duda ofende) a la literatura. Y al lenguaje literario. Y a la retórica fundamentada en lo verbal y en lo visual al par. Con ello aludo, en suma, al arte de escribir <<bonito>> (o tanto monta: <<con voluntad de estilo>>). Esto de lo visual en el mismo plano que lo verbal lo juzgo aplicable, de un modo cuasi-mágico, a la política. La política se presta, a las mil maravillas, al juego que hay implícito en toda expresión literaria: el de la travesura verbal. Es lo que vienen haciendo, desde que el mundo es mundo, novelistas y poetas (y ensayistas y columnistas y blogueros). Es decir: aquellos que escriben ficción, auto-ficción, no ficción con alma de ficción… Abro paréntesis: no busquemos esas travesuras en los textos urdidos por el catedrático de Historia o de Economía o de Derecho, ¡Vade retro, Satana!, de turno; excepciones habrá. Cierro paréntesis. Una palabra, una simple y llana frase, hacen las delicias del lector de literatura. El juego verbal suele emparentarse más con el genio que con la vocación o el esfuerzo puesto en la busca de una fórmula idónea para lograrlo (el juego verbal). La busca del juego evocado suele abocar al buscador al más rotundo fracaso. La imagen sale o no sale: no hay que ir a buscarla (o, tal vez, sí. Yo no sé…); tampoco irrumpe como caída del cielo del Dios Thot (o, tal vez, sí. Uf…). He aquí, por fin, un ejemplo: una frase (la transcribo) que cumple a la perfección con su cometido: decir mucho jugando poco. Y es: <<(…) Tomaban patatas fritas sin quitarse los guantes>>. Pensemos, en un pis pas, cómo es alguien que come patatas fritas sin quitarse los guantes. ¡Exacto! Y, ¿no es esto decir mucho? Ahora, para los de corazón ansioso, pondré la frase en contexto: <<Los democristianos de talante progresista eran simplemente unos chicos listos, educados, reglamentarios, acicalados, seguidores de algún teólogo alemán, suaves y discretos, que tomaban patatas fritas sin quitarse los guantes>> (Manuel Vicent: <<Jardín de Villa Valeria>>. Alfaguara. Madrid, 1996. Pág., 180). No entraré en disquisiciones políticas o ideológicas. Aburren, éstas, al más pintado. A mí el talante de los democristianos, la verdad, me la refanfinfla. Esto no es óbice para que no aplauda al genio que parió la imagen verbal arriba transcrita: Manuel Vicent. No sólo la novela de Vicent encierra la frase de marras. La frase de marras encierra la novela de Vicent. Entonces permítaseme que pregunte: ¿Es o no es meritorio algo así? Pues eso.  


lunes, 12 de agosto de 2024

455/ Viejo aire nuevo

A veces, extrañamente, uno se topa con la genialidad literaria. Ocurre a veces. Cualquier biempensante podría suponer que se trata de la fábrica de un señor (o una señora) brotado varios siglos atrás. Todavía pensaría: <<Hoy no existe la genialidad>>. Y quizá le asistiría razón. El genio es una ruptura del orden establecido, especie de reseteo del Sistema de Valores Dominantes (lo dijo Dragó cuando solo decía verdades como puños de vascos), un <<comenzar de nuevo>> bañado (o duchado) en oro. El caso es que no siempre acontece así. Estrellas hay bajo el firmamento escritural que titilan de distinto modo. Estrellas, ojo, contemporáneas; no extemporáneas. Precisamente esto le ha acontecido a un servidor de nadie con Manuel Vicent. Yo lo conocía de mentas; más, de verlo una que otra vez en la caja <<merluza>>. Hoy, por suerte, el paisaje es otro. Yo ya no solo lo conozco de mentas. <<Por su escritura los conoceréis>>. Luego exclamo, como poseso, a los cuatro vendavales: ¡Albricias! Albricias porque (digámoslo con crueldad sutil) al fin he puesto fin a una improcedencia que ha durado más de veinte años. Sí, he dicho: veinte años. Y, para el caso, veinte años son. Son. 

     Nuca es tarde si la dicha es sobresaliente. O si la dicha es para el recuerdo. Para el recuerdo juzgo la lectura de <<Jardín de Villa Valeria>> (Alfaguara, 1996). Transcribiré un breve pasaje de la literatura genial (en todos los ámbitos imaginables) que Manuel Vicent despliega en este particularísimo libro:

     <<Por lo general el doctor Pedro Caba palpaba cada día una docena de hígados, reventaba medio centenar de granos, ejecutaba cinco tactos rectales, plantaba otras tantas cánulas en la uretra, auscultaba alrededor de quince aortas, veía por rayos X un sinnúmero de pulmones, bazos, páncreas, estómagos e intestinos. Cuando lo conocí olía a tinta de panfleto fabricado con ciclostil en un sótano clandestino más que a medicamento, aunque diariamente metía una gran cantidad de cucharillas en los gaznates, daba martillazos en la rótula, mandaba hacer análisis de sangre y de orina y en torno a él se condensaba una granizada de píldoras, grageas y pastillas, además de consejos y recetas. También firmaba certificados de defunción pero era un líder natural, inteligente, simpático y proselitista. Yo entonces tenía un Morris 1100 y en el cristal de atrás llevaba una pegatina pacifista: un triángulo anarquista con la inscripción Haz el Amor y No la Guerra. Eso fue suficiente para que intentara captarme, cosa que consiguió en seguida>> (op.cit., pág. 131).  

     Descubrir a un autor genial es motivo de farra. 

     Ya estoy haciendo los preparativos del evento interior.    

jueves, 8 de agosto de 2024

454/ La expectativa (II)

Ahora sí. Ultima frase de <<En agosto nos vemos>>, novela póstuma de Gabriel García Márquez, la misma que me ha tenido expectante todo el rato: <<Más aún, creo que es la única que ya lo había entendido cuando decidió que la enterraran en la isla>> (op. cit., Random House. Barcelona, 2024. Pág., 122).

     Enigmática frase donde las haya. Enigmática frase donde las haya para quien ha cursado la lectura completa de la novela de marras y se ha formulado preguntas de raigambre metafísica. No, no ha colmado mis expectativas la obra, no todas. Partí con ellas (con mis expectativas) en carne viva. Arribo a puerto con ellas extraviadas (esto, durante toda la travesía lectora). ¿Qué ha sucedido? Arriesgaré una tesis: cuando se quiere hacer obra sin que toque hacer obra (obra, pues, a destiempo) el resultado no es otro que el vacío. Vislumbro un continente, de todas todas, vacío de contenido. La forma, como siempre, excelente. El fondo, no. La obra no está a la altura estratosférica del resto de bibliografía del autor. En cuatro líneas podría analizarse íntegramente. No lo haré. 

     La esencia (siempre formal ésta: visual, acústica…) es la que el lector conoce y reconoce de sobra. Falla <<lo hondo>>. Hoy por hoy concuerdo con Gabo: <<En agosto nos vemos>> no sería novela publicable siguiendo los criterios de publicación de las restantes suyas dadas a la imprenta. No, mal que me pese, no lo es; por más que Cristóbal Pera (el editor) y Rodrigo y Gonzalo García Barcha (los hijos de Gabo) se empeñen en sostener lo contrario.

     Me habría gustado no escribir este post. Debo ser honesto con mi yo lector. Que Gabo me perdone allá donde esté.

     Un borrón (dos, con <<Noticia de un secuestro>>) no invalida un cuaderno entero garrapateado con la caligrafía de Gabo. Me quedo con esa idea. GGM ha sido, es y será, el mejor novelista de todos los tiempos. <<En agosto nos vemos>>, lamentablemente, no hace justicia a su encomiable labor literaria. É cosí

     El escritor queda exento de toda responsabilidad. Esto, también, é cosí.

miércoles, 31 de julio de 2024

453/ La expectativa

Nunca pensé que Gabriel García Márquez agasajara al mundo con una novela póstuma. Novela póstuma que muestra el extraordinario hacer del mejor Gabo. Me corrijo: del único posible (o sea: el mejor Gabo). Olvidemos, por un instante, <<Noticia de un secuestro>>. Sí..., olvidémoslo. La literatura del de Aracataca, a día de hoy, no ha sido siquiera igualada. Ojo: he dicho <<igualada>>. No hay, pues, tutía para el resto de escritores. Desde la primera línea (<<Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las tres de la tarde>>) hasta la última (no la desvelaré aquí, a la espera de que llegue el mágico momento de leerla, por una expectativa personalísima e ideal) el lector percibe una narrativa esplendorosa incursionándose por su universo mental con apariencia de éxtasis sólido. Apoteosis total.

     Tampoco, por cierto, pensé nunca que Gabo pudiese desechar <<arbitrariamente>> obra semejante. Alabo, pues, la decisión de la familia del Nobel colombiano: publicar <<En agosto nos vemos>> sin demasiados escrúpulos (a juzgar por la letra impresa del prólogo; firmado, éste, por Rodrigo y Gonzalo García Barcha: hijos del escritor). La alabo como lector. Punto. Gabo tendría razones para desecharla. Las implicaciones éticas de la decisión final de publicarla sería materia para otro post. ¿Se tendría que haber respetado el parecer, al parecer, firme de Gabo? Creo que sí. Ya en el prólogo se apuntan algunas ideas al respecto: <<(…) No está tan pulido como lo están sus más grandes libros. Tiene algunos baches y pequeñas contradicciones, pero nada que impida gozar de lo más sobresaliente de la obra de Gabo: su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano y su cariño por sus vivencias y sus desventuras, sobre todo en el amor. El amor, posiblemente el tema principal de toda su obra>> (op. cit., Random House. Barcelona, 2024. Pág., 8).

     Así, creo, no es. Refiero considerar el amor tema principal de la obra del cataquero. Pregunto: ¿Qué se hizo de la soledad? Y, ¿qué se hizo del destino-carácter, del carácter-destino? Lo demás apuntado (el pulido deficiente, las contradicciones, los baches) iré indagándolo a medida que vaya desenredando la novela en mi caletre. El lenguaje lo juzgo tan pulcro (tan acariciado; no manoseado) como el que exhibe el resto de sus libros. Las contradicciones..., veremos. Los baches..., veremos.  

     La obra literaria no es inobjetable. La técnica puede chafarla en cualquier punto. Los correctores de pruebas deben poder saciar el hambre milenaria que padecen. Solo el autor sabe lo que nadie puede siquiera llegar a intuir: la verdad implícita en la verdad explícita de la obra. No es algo baladí: Gabo falleció el 14. Aunque el lector se deje engatusar por el fino papel brillante que envuelve el regalo (el libro) lo verdaderamente importante es lo que existe bajo esa fina capa de oropel (esto para algunos; para mí, no. Yo soy formalista. Yo me dejo engatusar, de mil amores, por el oropel). En el caso que nos ocupa (hasta donde se me alcanza: las páginas que llevo leídas así lo atestiguan) se trata de <<pura esencia “garciamarquiana”>>. Qué depararán las próximas planas es un misterio.


     Continuará…

viernes, 14 de junio de 2024

452/ La "Palabra Correcta"

OPINIÓN


Uno de los `mandamientos´ del <<Camino Óctuple>> es la <<palabra correcta>>. Camino Óctuple: ocho actitudes beneficiosas para la humanidad; ocho formas de cumplir con lo que el Buda difundió. Mejor aún: ocho formas de iniciarse en el Dharma con el fin, es claro, de emprender las ocho; no una solo. Pero, ¿qué es exactamente la <<Palabra Correcta>>? Aquí no se trata de corrección gramatical, sintáctica, prosódica… No. Aquí se trata de no causar al otro (tampoco a uno mismo) perjuicio con el uso regurgitado (dañino) de la palabra. Tai Morello ha escrito: “Evita declaraciones mentirosas, abusivas y divisivas, así como chismes inútiles” (<<Budismo para principiantes: Una guía práctica para la iluminación espiritual>>. Smashwords Edition. Pág., 122).

     Políticos, periodistas y escritores (blogueros en el saco), deberíamos hacérnoslo mirar. Nota: El orden jerárquico de la lista no es invariable. De entre los tres colectivos lingüísticamente tóxicos mentados el que más perjuicio causa al prójimo con el uso incorrecto de la palabra es, a mi juicio, el de los periodistas. El motivo no es un misterio: el periodista suele aunar erudición (la búsqueda constante de información convierte en erudito al buscador) con ideología (esa estupidez de la inteligencia humana). Al político, en cambio, le falta erudición; al escritor, ideología. Nota segunda: Hablo, aquí, de arquetipos; no de tipos impuros. Con <<escritor>> refiero <<escritor literario>>. Téngase esto en cuenta.

     Lo triste del asunto es que el periodista debería quedar libre de ideología; no, de ideas (es de perogrullo); pero no acontece así. Es más: el periodista acaba convirtiéndose en carne ideológica contaminada con la hormona del odio. Y aún se jacta de su propio envenenamiento tratando de convencer a los demás de la validez y viabilidad de su postura…, de su postura… ideológica, como no podía ser de otra manera. ¡Vade retro, Satana

     Recomiendo a los periodistas (a los políticos, a los escritores, a los blogueros) que mediten. La meditación es la mejor medicina natural contra el odio. ¿Hay alguna ideología que no engendre, en sí misma, odio?

     La <<Palabra Correcta>>: la mejor idea (sin <<logia>> que valga) que podemos acaparar <<Hunos>> y <<Otros>>. Todos: ¡Tú, lector, el otro y el de la moto! 

     Mis disculpas por las palabras incorrectas que haya podido pronunciar hoy y ayer y, todavía, pueda pronunciar mañana. 

     Rectificar, dicen, es de sabios.

     <<Namasté>>.

martes, 21 de mayo de 2024

451/ Hermosa ofensiva

Hoy he topado con la más bella descripción, jamás vislumbrada antes por mí, de una lengua (concretamente: del <<latín vulgar>>). Se trata de una descripción a la vez estética y técnica y, desde luego, adversativa. Muy adversativa. Cuando aunamos <<belleza>> y <<razón>>, a menudo, obtenemos <<literatura>>. No sucede siempre así. Ocasiones hay (ofensa es dudarlo) en que lo literario tira más de <<instinto>> que de <<razón>>. Estaríamos hablando, en tal caso, de una <<literatura salvaje>> (o <<salvajada>>; léase: pura). Yo, conste, me avengo mejor con lo instintivo que con lo racional (siempre en el ámbito de la literatura). Sin embargo, hallo un límite (para mí. ¡Siempre para mí!) infranqueable: el <<Surrealismo>>. Detesto con todas mis fuerzas el surrealismo literario, no el pictórico, cuya capacidad de evocación desborda al más pintado (esto, se mire por donde se mire). Y en ese vaivén entre los bello y lo racional voy yo y me topo, hoy, con la descripción de marras. La transcribiré:

     <<[El latín vulgar] es, en efecto, una lengua pueril o gaga que no permite la fina arista del razonamiento ni líricos tornasoles. Es una lengua sin luz ni temperatura, sin evidencia y sin calor de alma, una lengua triste, que avanza a tientas. Los vocablos parecen viejas monedas de cobre, mugrientas y sin rotundidad, como hartas de rodar por las tabernas mediterráneas. ¡Qué vidas evacuadas de sí mismas, desoladas, condenadas a eterna cotidianidad se adivinan tras este seco artefacto lingüístico!>>.

     Autor del fragmento: José Ortega y Gasset; encastillado, el mismo, en: <<La rebelión de las masas>> (El País. Madrid, 2002. Pág., 31). Y, ¿a cuento de qué? Fácil: de la globalización.

     A lo que iba: ¿Cabe decir algo más adversativo sobre algo y, a la vez, más hermosamente y con menos ambigüedad que lo dijo (que lo escribió) Ortega en obra tan indudablemente icónica como <<La rebelión de las masas>>? 

     La respuesta, creo, es evidente.

jueves, 9 de mayo de 2024

450/ "Lo que es, es"

Enfrentando la lectura final de <<Crítica de la razón estética: el ejemplo de J.R.J.>> (Los libros de Fausto. Madrid, 1988), de Arturo del Villar, me doy de bruces (página 148) con un párrafo sorprendente; sorprendente por aquello de que nunca antes había leído una intuición personal mía tan bien expuesta y con ínfulas de irrebatible. Acaso las intuiciones personales no sean rebatibles; acaso. 

     El párrafo en cuestión dice así:

     <<Ortega se refirió a unos jardines juanramonianos, los que están descritos en el segundo poema de los “Nocturnos” de Arias tristes como el jardín típico con su fuente, para explicar lo que es la filosofía, dentro de un curso que dirigió en Madrid en 1929. Hizo una distinción entre el jardín real y la quimera fantástica, como ejemplo de la operación mental del lector. De esa manera quiso demostrar que los datos del universo son indubitables, y es la conciencia del hombre la que cuestiona la realidad con sus dudas>>.

     Creo que siempre lo he experimentado del modo arriba expuesto. El Hombre, embarullador de la naturaleza. El Hombre, idealizador de la conciencia. El Hombre, alquimista de la realidad. 

     Algo así, conjeturo, le acontecería a JRJ. Sin embargo (¡y aquí radica el quid de la cuestión!) esa alquimia, idealización y embarullamiento concienzudos y humanos, sirvieron para que un hombre (JRJ) manufacturara la más elevada y hermosa obra poética que existió (que ha existido; que existirá) jamás. Y esto, estimado lector, también lo juzgo indubitable.

jueves, 2 de mayo de 2024

449/ Ego al descubierto

Existe un modo de dejar al descubierto el ego; un modo según el cual (aún sabiendo que es perecedero) podemos llegar a tocar con la punta de los dedos del intelecto una belleza sutil e inalcanzable para algunos alucinados: la escritura. No la escritura en general; la literaria. 

     Escribir literatura conlleva el riesgo del <<auto-sincericidio>> (en un sentido de introspección brutal, independientemente de que se trate de ficción o realidad, ajena o <<auto>> aquella). El escritor literario se expone demasiado al mundo; a los demás. No sucede así con aquel que escribe desde la objetividad; desde el <<cientificismo>>. Uno perfora y, luego, explora su ego (su psique) y lo desasiste. El otro indaga los egos de los demás para llegar a conclusiones depuradas (eso cree él) de egos. Se trata, en efecto, de una ilusión; pero él no llega a percibirlo del todo. El escritor literario se mueve como pez en el agua en el ámbito de las ilusiones, de los ideales, de los sueños… El ámbito del otro es el del Periodismo. Punto. El del panfleto… ¡Otro punto!

     Jung lo denominó así: <<Percepción de la sombra>>. 

     Arturo del Villar desemboca en esta expresión en el libro <<Crítica de la razón estética: El ejemplo de J.R.J.>> (Los libros de Fausto. Madrid, 1988. Pág., 101). Y lo hace para evidenciar que el inconsciente aflora en acto de escritura. Yo querría añadir la siguiente apostilla: en cualquier acto de escritura, no; sólo en el acto de escritura literaria (la que conecta con la sensualidad y belleza de los <<jardines interiores>>). Es decir: aquella que encierra en sí misma un estilo; un ansia por redescubrir la música de las esferas, de las palabras, de los signos fónicos… 

     La cita de Arturo Del Villar: <<Según el filósofo suizo [Jung], en el yo existen personificaciones del inconsciente que suelen aparecer en los sueños, pero que también es posible advertirlas en los sueños diurnos o en la escritura de las personas con capacidad intelectual suficiente>>.

     (He preferido dejar al margen eso de la <<capacidad intelectual suficiente>>).

     Así que ya saben: cuídense de escribir literatura si no quieren dejar su ego al descubierto (alguien podría querer mancillarlo, robarlo…). 

     En fin.       

viernes, 26 de abril de 2024

448/ De la matraca de la utilidad (o inutilidad) del arte

De un tiempo a esta parte pienso un punto en exceso en la utilidad (o inutilidad) del arte. Más concretamente: en la utilidad (o inutilidad) de la literatura. Marito (a saber: Mario Vargas Llosa) dedicó un prólogo entero a esa inquietud del alma que anida en todo fabulador sensitivo; su título: <<La verdad de las mentiras>>. No entraré, ahora, en análisis vanos. Sólo apuntaré brevemente un convencimiento: la sinrazón grande de endosarle al arte (a la literatura) la obligación de ser útil. No, no, literatura y utilidad no siempre van de la manita (refiero la literatura pura o de ficción; la otra, ensayística y/o carente de fantasía e imaginación, chapotea en aguas con un pH espiritual diferente).

     En <<Crítica de la razón estética: el ejemplo de J.R.J.>> (Arturo del Villar. Los libros de Fausto. Madrid, 1988) hallo un fuerte espaldarazo a la percepción de la literatura (de la poesía, en este caso, juanramoniana) como algo en última instancia inútil. Y es el abajo transcrito: 

     <<No hace falta explicar que el artista sublima sus impulsos instintivos por medio de proyecciones simbólicas. Las inquietudes, las preocupaciones, los complejos y los temores pasan al objeto artístico para liberar a su autor de las tensiones acumuladas en su vida. Los conflictos habituales en toda relación vital piden dirigirse contra la salud psíquica en determinadas personas consideradas predispuestas naturalmente a ello, o bien compensarse gracias a la creación artística.

     De esta manera, el artista modula sus sueños diurnos para presentar simbólicamente sus pulmones, y si lo realiza con la suficiente habilidad consigue una obra capaz de consolar o producir goce estético a otros. Así, las represiones quedan grabadas en ella, y basta examinarla con atención un momento para descubrirlas>> (op. cit. Pág., 74).

     La obra de arte útil per se. No existiría, así, una sola obra de arte que no aportase valor a la vida espiritual o psíquica del Hombre. Juzgo esplendorosa la idea. Pero enseguida me asaltan incertidumbres: ¿Será, la inutilidad, una invención del ser humano? Llegado el caso podríamos afirmar: <<Toda acción produce una reacción>>. ¿Es, esto, suficiente para considerar a pie juntillas que el arte (que la literatura) acaba siendo siempre verdaderamente útil? 

     Que el lector indague, si lo desea, la respuesta. 

     Yo, por hartazgo…, ¡a otra cosa!