Hoy la vida se me figura un poliedro. Las caras de ese poliedro estarían representadas por mis limitaciones de hombre. Una pirámide (también una esfera) sirve al caso que me ocupa. La pirámide es un poliedro con n caras (5 para mí) y una propiedad esencial: todas ellas, menos una, son triángulos (yo, el otro, mis circunstancias y las circunstancias del otro) que se unifican en un vértice común (Dios, suerte, destino). La otra cara, yo la visualizo así, es un cuadrilátero (¿vivir no es luchar a muerte?). Se corresponde ésta con la base. Voy, ahora, con el segundo modelo: la esfera. La definiré: cuerpo limitado por una superficie curva cuyos puntos (cualquiera de ellos) equidistan de un centro común (otra vez Dios, suerte, destino…). Si cortásemos por la mitad ese cuerpo y trazásemos un itinerario imaginario a modo de diámetro sobre él, inexcusablemente, pasaríamos por el centro de una circunferencia: ¿acaso no emparentamos (digo: en la vida) la suerte o el destino con Dios? Sea Dios, destino o suerte, todos “pasamos” por ese centro existencial. He dicho: centro, vértice, caras que limitan un cuerpo. He dicho: un poliedro. Me corrijo: un frágil poliedro que, tarde o temprano, se caerá y romperá (la dama de negro no se anda con chiquitas). ¡Tate! Todavía se conserva entero. Ergo...
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