martes, 30 de junio de 2015

191/ Anverso y reverso de la literatura

Las dos orillas del Rubicón literario entrañan riesgo. Me refiero a la escritura y a la lectura. Yo lo intuía. Hoy lo corroboro. En la mañana me he dado de bruces con un texto brutal datado en 2011. Me ha abordado (el texto) en el blog de F.S.D. y remitido a otros dos no menos inactuales: una noticia de prensa y un artículo rubricado por Vargas LLosa. El eje vertebrador de tales escritos es un suceso lastimero. A saber: el suicidio de Pilar Donoso. Ella fuera hija (adoptiva) del novelista chileno José Donoso y de María Esther. Acaeció el hecho el año 2011. Mi impresión ha tomado cuerpo a raíz de saber que el escritor prefiguró el trágico final de su hija. Tenía aquél un proyecto de novela que la muerte le impidió desarrollar (se constata en sus diarios. Los mismos que leyera su hija. Ella descubrió en ellos una suerte de barbaridades que no le permitirían seguir inhalando y exhalando oxígeno: pensamientos y sentimientos deleznables agavillados en torno a la depresión, el alcoholismo, la histeria y la paranoia. Atributos, todos, de sus progenitores). Ese proyecto de novela no cursado encastillaba a un personaje protagonista: la hija de un escritor que resuelve matarse tras leer los diarios se su padre. La literatura, me parece, es un jardín de plantas medicinales y también venenosas. Leer obras de autores depresivos (tal vez deprimentes) puede desencadenar uno que otro malestar al sistema nervioso. No leerlas es estar en la inopia. Al lector se le plantea una lógica controversia: leerlas, al cabo, o no leerlas. Yo no sé cuál decisión es la más correcta. F.S.D. menciona en su post los pájaros de Hitchcock, los cuervos de Poe, las sombras de los hombres. Yo me he anegado de tales sombras, cuervos y pájaros, en infinitas lecturas. De un tiempo a esta parte he optado por obviarlos. Los textos referidos han rentado un regusto acibarado a mi paladar lector. Me hastía que el arte se incursione, en exceso, por la pesadumbre y por la muerte. Otros caminos son transitables y no desmerecen un ápice. Somos como asnos: nos dirigimos, empecinados, tras la misma zanahoria una y otra vez. Lo peor es que nuestros lectores nos van en zaga. Cambiemos el rumbo. Cambien el rumbo quienes nos leen. Corremos el riesgo de incurrir en el homicidio imprudente o en la inducción al suicidio. Mis amigos pos-modernos, pobres, saben mucho de esto. Dicho sea sin guasa. Y dicho sea con absoluta tristeza. Casi todos ellos, ay, son muy jóvenes.    

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