Recién he finiquitado mi lectura de la tríada de amor de Pedro Salinas. Tres poemarios leídos tres veces cada uno y en tres efemérides distintas: 12 de junio, 30 de julio, 4 de noviembre (del 12). Seis años (no tres) requirió su autor para parirlos. ¡Que injusto oficio el de la literatura!
Y son: La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936), Largo lamento (1939). En el primero se canta al Eros ideal. El segundo deviene una prospección especulativa por el amor correspondido. El último vivifica a Cupido, y a la flechada, desde la memoria.
Un signo de éste (Largo lamento) me ha deleitado sobremanera: El espejo. En él, con ella, se vio una jornada reflejado el sujeto poético. Luego, sólo escrutará ahí sus propios fantasmas… Una fugaz cavilación lo devasta entonces: que ella acechará su figura con ojos que en los suyos se revelaron… ¿Cabe, pues, mayor lirismo (ni vislumbrarlo mejor y más hondamente)?
Don Pedro: mi gratitud.
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