Don Rigoberto deflagra en sus Cuadernos como el trinitrotolueno. Huye de la colectivización como alma que llevase el diablo. De su desventura responsabiliza a la Verdad. Fabular le depara bienaventuranzas. Ídem, leer y escribir. Lo funesto es que toda misantropía (libros, grabados, cuadros) acarrea padecimientos. Padece en su divagar el narrador; el poeta, en su torre de marfil; el pintor, en sus coloristas dicotomías. Y, asido al buril, el artesano. La tríada de creadores se opone a la burocracia gestora y racionalista. Pregunto: ¿Por qué escribimos? ¿Por qué grabamos? ¿Por qué pintamos? Vale decir: ¿Por qué soñamos? Y, ¿para qué?…
Arriesgaré una respuesta: para no morir de amor.
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