Hace unos días finiquité mi lectura de La perla (John Steinbeck). El prologuista, Jesús Pardo, considera la codicia uno de tantos instigadores del drama. Discrepo profundamente con él. El fallecimiento de Coyotito (vástago del héroe; encarna el drama de la novela) sobreviene por otro motivo… Pasión anquilosada en los genes de una raza: Orgullo. Se desata éste y convierte a Kino (héroe) en maltratador y en asesino. Kino agrede a Juana (su esposa). Liquida, me parece, a varios individuos de La Paz…
Toda perla (concreción casi esferoidal) deviene tesorería si se enajena a buen postor. No escatima, por lo demás, posibilidad de futuro inmediato. Lo triste es que tras esa expectativa late un corazón resentido… Es entonces cuando despunta el orgullo de raza.
La perla, novela corta y experimentada, exhala oficio. Rara vez he tenido ocasión de enfrentarme a un texto tan intenso. Solo lamento sus veinte últimas páginas. Paisajísticas son éstas. Ochenta y dos conforman la obra. Sesenta y dos, como refiero aquí, jamás se podrán olvidar. Y eso, creo, ya es muchísimo.
Larga vida a La perla.
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