Un poeta depuso que la contemplación es horma del amor. De Velilla juzgaba independientes sendos actos: Amar y contemplar. Y mirar difiere de contemplar. Lo primero implica ojos. Lo ulterior, mente y espíritu. Ídem acaece con la lectura y el recital. No se lee, me parece, de adentro a fuera. Ni de afuera a dentro se recita. Declamar conlleva exponer el orbe en las declinaciones vocales. O en la cadena fónica. Un recital deja de incumbirme desde sus albores. No considero sino señero al recitador.
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