Y
voy yo y me topo hoy con lo siguiente: “La literatura es un galope desenfrenado
que siempre desborda los límites del territorio del periodismo” (Fernando
Sánchez Dragó. Sentado alegre en la popa.
“La Europa
exótica (IV). El tren expreso”. Pág.,
136. Planeta. Barcelona. 2004). No puedo estar más de acuerdo. Yo añadiría a
modo de apostilla impertinente: El periodismo es el pariente feo de la
literatura. Y tan pancho y a gusto me quedaría si no fuera porque soy escritor
y soy periodista. Aunque recapacito y observo que mi alma no está dividida. Qué
va. Es monolítica. Una sola y sin fisuras. ¿Por qué? Porque lo que me interesa
no es tanto la actualidad (lo que es) como la potencia (lo que puede llegar a
ser). No ignoro que con ello incurro en flagrante contradicción. La razón de
esta espantada del gremio de los encorbatados, con pantalones sujetos a la altura de la
cintura por obra y gracia de unos tirantes, que teclean en una redacción estriba en que lo
segundo (la potencia literaria) requiere imaginar en tanto que lo primero (la
actualidad periodística) se sobra y se basta con constatar. Imagino lo que me
da la gana. Constato lo que puedo y lo que debo. Hacer literatura es ir libre
por la vida. Hacer periodismo es arrastrar grilletes: los de la sacrosanta y
puñetera y desaliñada actualidad. Luego está lo mal que se escribe en las
cabeceras, aprisa y sin ton ni son, y lo bien escritas que por lo general están
las novelas y los cuentos y los ensayos y los poemas. O, a lo peor, por vía
particular. Sea como fuere nunca un texto literario tendrá capacidad de acaparar
tanta monstruosa deformidad como uno periodístico. Por eso yo grito: ¡Viva la
literatura! Y… Pasaré la mano por el lomo al periodismo. Que no se enoje. Que
no patalee ni lloriquee. Todavía es necesario. Y mucho.
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