viernes, 7 de marzo de 2025

471/ El velo de Isis

Yo he postulado siempre el valor de la ambigüedad literaria; también, el de la pluri-significación literaria. Lo he postulado hasta el extremo de rehusar aquellos textos que no hacían acopio de esa premisa o cualidad. Literatura y filosofía debían permanecer próximas la una a la otra. Filosofía, no; mejor diré: metafísica. De ahí el valor del carácter ambiguo y pluri-significativo que refiero aquí y ahora. Yo no me ponía en la siguiente coyuntura: que pueda existir un exceso de ambigüedad (de posibles interpretaciones) en la obra literaria de que se trate. La clave radica en el término: <<exceso>>. Cada escuela literaria interpretará de un modo u otro una novela, un cuento, un poema (¡pero esto es harina de otro costal!). Yo hablo, aquí, del lector particularísimo; no de una u otra escuela. Yo hablo, aquí, del lector inigualable (no hay dos lectores iguales por la sencilla razón de que, todavía, la clonación humana <<no digital>> es una utopía) o tanto monta: aquél que trasciende su época. Quizá esté yendo demasiado lejos ahora; no es ese, en absoluto, mi propósito. Bajaré uno o dos pistones.

     Hablaba yo de la ambigüedad y pluri-significación literarias y de (llegado el caso) un uso excesivo de las mismas. Quien tiene que modularlo (el uso excesivo o no), pensará la inmensa mayoría, es el autor. Y yo digo: Sí y no. Me explicaré un punto: el autor consciente de su obra, sin duda, lo modulará; el inconsciente, no. Y lo más probable es que la mayor parte de autores no sea del todo consciente de la obra que está pergeñando (o que ha pergeñado). Será el crítico, el estudioso de la misma, quien más se aproxime quizá a esa totalidad total. El riesgo, pues, es absoluto. Cabe la posibilidad real de que el autor se extralimite en el uso de la ambigüedad; a veces, incluso, sin conciencia plena de que se está extralimitando. Gajes del oficio de las letras libres.

     Un tipo de autor escapa indemne de ese horror: el documentalista, sesudo, obsesivo y reacio a la imaginación y a la fantasía. Un autor, éste, que camina el camino de la literatura con una brújula en la mano. Ejemplo: Arturo Pérez Reverte. Otro: Rosa Montero. Otro más: Lorenzo Silva. No digo que estos autores no hagan uso de la ambigüedad y de la pluri-significación literarias en sus obras. Digo: que no suelen hacer un uso excesivo de ellas. Si lo hicieran (un uso excesivo de la ambigüedad y la pluri-significación) sus obras, casi todas novelas comerciales, quedarían en el limbo de las baldas de las estanterías olvidadas de los almacenes olvidados de las librerías lucrativas…

     El caso de Henry James llama vigorosamente la atención. Escribió, éste, uno de los textos más ambiguos (o sujetos a múltiples interpretaciones. Sí: múltiples…) de la literatura moderna: Otra vuelta de tuerca. Mi tesis es: para escribir algo así hay que ser depositario de una imaginación calenturienta en tanto se recorre el <<sendero bifurcado>> de la literatura sin una brújula en la mano. Luego, a posteriori, llegarán las correcciones… No diré yo lo contrario… Pero, a priori, comandan el cotarro escritural la imaginación y un sexto sentido que nada (o muy poco) tiene que ver con el menos común de los sentidos. Silva, Montero y Reverte acaparan demasiado sentido común en sus obras. Aburren. 

     James, como escritor, fue desemejante al resto. En Otra vuelta de tuerca puede leerse: <<El momento se prolongó tanto que se hubiera necesitado muy poco más para que yo empezara a dudar de si “estaba” viva>>. Además de: <<(…) Sentí un extraordinario estremecimiento ante la sensación de que era yo la intrusa>>. Y más adelante: <<Seguimos en silencio mientras la doncella estaba con nosotros, tan en silencio, se me ocurrió caprichosamente, como el de una pareja joven que, en su viaje de novios, en el hotel, se siente cohibidos en presencia del camarero>>; o: <<Habló con una alegría a través de la cual pude captar el más exquisito estremecimiento de pasión resentida>>; o: <<Hacerlo de cualquier forma era un acto de violencia, porque, ¿qué otra cosa podía ser sino imponer por la fuerza la idea de torpeza y de culpa en una pequeña criatura indefensa que había sido para mí una revelación de las posibilidades de una hermosa amistad?>>. 

     Los cinco parlamentos arriba copiados los ejecuta la narradora protagonista, una institutriz, y se desarrollan en el contexto de su labor como institutriz. <<Dudar de si “estaba” viva>>, <<La sensación de que era yo la intrusa>>, <<Pareja joven>>, <<Pasión resentida>>, <<Hermosa amistad>>… Todo esto da que pensar. Y mucho.

     Escama (bastante) que Borges sólo entreviese tres posibles interpretaciones de Otra vuelta de tuerca: <<The Turn of the Screw (Otra vuelta de tuerca), es deliberadamente ambiguo y está lleno de horror sutil; ha suscitado tres interpretaciones, todas justificadas por el texto>> (Introducción a la literatura norteamericana. Alianza Editorial. Madrid, 1999. Pág., 77). Las tres, sin duda, mejores posibles interpretaciones. Con esto último, paciente lector, me avendré.

lunes, 3 de marzo de 2025

470/ "Cómico de la lengua"

Hay, in onore della verità, viajes improductivos. Hay viajes soñados (mejor: ideales). Hay viajes, impertinentes, que uno no desearía emprender nunca. Pero hay <<un>> viaje sobre el cual han corrido ríos de tinta sin saber el escritor de turno cuáles son sus hitos primordiales; un viaje insustancial (o todo lo contrario) a cuyo término, cuando el viajero rinde por fin itinerario, resulta imposible la vuelta. Puede, éste, conformar la muerte (quién no lo ha pensado alguna vez). Puede, éste, conformar la demencia; ya que <<todo se olvida>>... Pero puede, el viaje de marras, conformar el fracaso y su corolario natural: la frustración. Frustración tras la lucha, tras el esfuerzo por la supervivencia, que acaba cediendo paso al frío (un frío emocional) y al hambre (un hambre no refractaria de la fantasía). Pues bien: si todo esto lo envolviésemos tal un regalo en el papel iridiscente de la comedia (con sus reflejos de tornasol al sol y son de la alegría de la literatura en desgarro cómico) obtendríamos: El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, y ya entonces nuestra percepción del teatro habrá mudado de piel para siempre.

     El teatro es arte (arte sublime); pero el teatro es medio de <<no>> subsistencia. Lo es para algunos desafortunados; sólo algunos... ¡No, hombre, no! Para la inmensa mayoría lo es. Y Fernando Fernán Gómez, que bien lo sabía porque lo sabía bien, quiso dejar constancia de ello (el año 1985) con la novela mentada. Y lo hizo como lo haría un <<cómico de la lengua>> (expresión dos veces consignada en el texto de que tratamos aquí; más concretamente: en el CAP 3 y en el CAP 15): con morfosintaxis y cosmovisión rebosantes de gracejo.    

     Nadie crea hallar en estas páginas dolor, sufrimiento, agonía… No, no… O no sólo… Porque todo ello (lo hay, lo hay, aunque sin un dramatismo exacerbado) el lector lo hallará envuelto en humor del bueno (con una o dos discordancias: el acoso y abuso sexual y el machismo de época; ambos con la brida suelta), de cómicos ambulantes, de gentes de <<malvivir>> que por encima de todo idolatran (o mejor: adoran) su vocación: el teatro. Otro tema, éste, importante en el texto objeto de nuestro apunte: <<La vocación>> (Agostina Lute dixit). 

     Carlos Galván (al comienzo del segundo acto, perdón, capítulo…): <<Las vocaciones se despiertan viendo trabajar a los otros>>. Vocación por el teatro, el cual tendrá que vérselas con el cine, la radio y el fútbol y todo eso en la España escuálida de posguerra. ¡Despiadado trámite! Carlos Galván (en otro pasaje de la obra, perdón, de la novela): <<Lo peor, aunque hoy todo me produce nostalgia, era la lucha por encontrar trabajo seguido. En cafés, en círculos, en casinos, en almacenes, en patios, en cuadras, donde fuera. Y la lucha contra el peliculero, contra el fútbol, contra la radio. Lucha en la que no podíamos hacer nada, más que trabajar lo mejor que sabíamos, y en las que llevábamos las de perder, porque el público cada día se apartaba más>>. 

     El humor lo maquilla todo (o mejor: todo queda realzado por el humor). Humor que se posiciona por encima del drama siempre (o por debajo. Depende…). En todo caso es, el humor, primordial y no accesorio. 

     Botón de muestra dialogado (parlamentan Carlos Galván y su hijo Carlitos a quien él llama <<el zangolotino>> y cuyo acento es gallego):

     <<–¿De dónde vienes, hijo?

     –Ya lo sabes, de hablar con el abuelo.

     –¿Le has planteado tu idea?

     –Sí, claro.

     –¿Y qué te ha contestado?

     –Me ha dado un tantarantán que por poco me caigo por la ventana al patio.

     –Pero ¿qué ha ocurrido? ¿No se lo has explicado bien?

     –Sí. Igual que a ti.

     –¿Y no te ha comprendido?

     –Sí, yo creo que sí, que me ha comprendido muy bien, y por eso me ha dado el tantarantán.

     –Debe ser que está anticuado.

     –Eso me parece a mí>>.

     El paroxismo de la gracia, me parece, radica en el <<tantarantán>> que menciona Carlitos. Término éste que también utiliza el mamarracho de Cela en su mamarrachada superlativa: <<Viaje a la Alcarria>>. El efecto cómico en Cela no es tan pujante…

     Sólo un referente más que añadir a todo lo hasta aquí aireado: el carácter sicalíptico de algunos pasajes del texto. La psicalipsis hace de las suyas normalmente enfocada en uno de los personajes más conseguidos: Rosita del Valle (prima de Carlos Galván y tía del zangolotino a quien Carlos embauca para que se camele a Carlitos con el propósito único de que lo retenga en la compañía de cómicos y no decida éste desertar de la misma sin más. Más adelante será el propio Carlos Galván quien quede prendado de sus encantos mujeriles y hasta tendrá ocasión de experimentarlo en carne propia… O no. Apostilla: haría bien el lector incauto en no creer todo lo que le dice el narrador en primera persona… El que avisa…). 

     Otto botón de muestra, de nuevo, dialogado (parlamentan el zangolotino y Rosita del Valle. Principia el diálogo el zangolotino):

     <<–¡Ay, perdona! Perdona que te haya tropezado. No sabía que estabas tan cerca.

     –No te preocupes, hombre. Es natural que me tropieces. Estamos a oscuras.

     –¡Ya la tengo!

     –Enciende.

     (…)

     –Es que no luce.

     –Pero ¿le has dado?

     –Sí, pero debe de estar fundida.

     –O se habrá aflojado. Voy a ver.

     –¿A tientas? (…)

     –Claro, a tientas. Acércame tú una silla, también a tientas.

     (…)

     –¡Ay, perdona!

     –Hijo, ni que lo hicieras adrede. En cuanto te mueves, me tropiezas.

     –Como está oscuro…

     –Anda, pon aquí la silla.

     (…)

     –Sujétame, que voy a subir… ¡Pero sujétame a mí, no a la silla!

     –Bueno, bueno. Pero ¿por dónde te sujeto? ¿Por aquí? ¿Te sujeto por aquí?

     (…)>>. 

     Novela, en su máxima expresión (y extensión), dialogada; vamos: teatral. Novela (casi) teatro. Teatro (diríamos…) casi novela. Una delicia para el paladar del lector literario no demasiado escrupuloso, eso sí, con la moral de época. Obra maestra de la literatura de humor (o tanto monta: del humor literario). Léanla del derecho o del revés. Da radicalmente lo mismo. Cambiará, per saecula saeculorum, su perspectiva de la literatura y de otras ignominiosas entelequias.

jueves, 13 de febrero de 2025

469/ Razonar "a posteriori"

Yo no sé cuándo oí hablar, por vez primera, del conocimiento analítico (o: a priori) y sintético (o: a posteriori). El evento tendría lugar en la escuela Primaria o, tal vez, en la Secundaria…; váyase a saber. Ubicado, ya, en la Universidad sí recuerdo haber filosofado un punto sobre ese particular tan sugerente. Puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que en el ámbito de la literatura (hasta Edgar Poe… No había leído yo, entonces, el texto en que Poe da entrada al concepto de <<razonar a posteriori>>) nunca me había topado con tan evocadora materia objeto de divagación filosófica. Pues bien: ayer regresé por los fueros de Poe: leí, al fin y a la postre, Los crímenes de la calle Morgue y quedé (de nuevo) sugestionado con la idea mentada: el pensamiento a posteriori. Escribe, ahí, Poe: <<Seguí razonando en la siguiente forma… a posteriori>> (op.cit., Alianza Editorial. Madrid, 2003. Prólogo, traducción y notas de Julio Cortázar. Esto último, a mi modo de ver, es muy reseñable; por calidad, no por cantidad, de la traducción). A posteriori, es decir, partiendo de las consecuencias del hecho y no de sus causas. O tanto monta: razonando inductivamente. ¡Quia! 

     Quia porque… 

     Nada: que no deja de parecerme insólito que configuremos nuestro mapa mental casi con exclusividad desde la deducción, obviando esa otra cara de la moneda del pensar, la inducción. Nota: rehúso entrar aquí en el jardín del pensamiento convergente y divergente, lateral y…, no. Mejor preguntaré: ¿Qué habría sido de Dupin (el afamado héroe cerebral de Poe) de no haber tomado en consideración dicho raciocinio a posteriori? No habría, éste, resuelto el enigma de los crímenes acaecidos en la calle Morgue (¡ni queriendo!). Pasando por alto la escasa calidad literaria del cuento en sí (se trata, ciertamente, de todo un tostón), no puede negársele al genial y (por suerte) lúgubre escritor norteamericano el honor de ser el padre biológico del relato policíaco y (por ende) de la novela policíaca: ¡<<Meritazo>> donde los haya! 

     Pero, ciego de gusto literario, no <<veo>> la elección de un gorila como ejecutor de un crimen en un relato policíaco… Sé que la historia (eso, al menos, sostienen algunos) se sustenta en hechos reales. Aún así, sigo sin <<ver>> lo del gorila… A veces la realidad y la ficción confunden sus términos; otras, en cambio, éstos marchan por rutas disímiles. Yo, como todo el que me conoce sabe, milito en el equipo de los <<ficcionales>>; con todas mis fuerzas deseo que Poe aplicara el razonamiento a posteriori cuando se sentaba a garrapatear líneas (esto sin duda) destinadas a pasar a la posteridad…

     Sic erat in fatis.                

jueves, 6 de febrero de 2025

468/ "Aquí paz y mañana gloria"

Leer un libro malo (o muy malo) de cualquier autor no significativo, cuando el lector es un selectivo de órdago, se convierte en todo un acontecimiento. No es lo acostumbrado. Leerlo (el libro malo) habiendo sido éste escrito por un Nobel de literatura es, me parece, un despropósito del azar perverso. Más aún: juzgo tan fatídico hecho desavenencia (casi) eterna entre el autor del bodrio y el pobrecito lector. 

     También de insalubridad (como de amor; por poner dos ejemplos extremados) se puede morir. El libro que mencionaré a continuación es insalubre (para el alma del lector noble) y de una calidad ínfima (teniendo en cuenta quién lo manufacturó: sí, en efecto, el angelito de marras escribía a mano). Refiero: <<Viaje a la Alcarria>>, del insigne marqués de Iria Flavia don sin don Camilo José Cela Trulock (perdón por la rima), un fastidioso que sabía unir palabras (por lo que le concedieron el mayor galardón habido y por haber, hasta hoy, de las letras universales).

     Uno siempre aguarda calidad (no necesariamente calidez) en las líneas garrapateadas por un Nobel de literatura. Persona y personaje suelen ir por un <<sendero de caminos que se bifurcan>>; personaje y obra, no. En el caso que nos ocupa, creo, obra y persona figuran conjuntamente. Cela, vivo y coleando, parecía malintencionado (contendría la hiel de la mala gente). Yo no sé si era o no era mala gente. Yo sí sé que era un buen escritor (no un genial escritor). Permítaseme que insista: en el caso que nos ocupa (<<Viaje a la Alcarria>>) al lector le queda siempre la ardua impresión de que el narrador es Cela-persona y no Cela-personaje por una sencilla y elocuente razón: porque en don Camilo sin don ambos (personaje y persona) serían una y la misma <<cosa>>. Digo: <<cosa>>, ya que tanto le gustaba al insigne marqués de Iria Flavia cosificar a unos y a otros (más a unas y a otras)…

     Lo diré sin rebozo: una prosa infame; una prosa ridículamente objetiva, una mamarrachada prosística, de la que la inmensa mayoría de lectores (eso parece) gusta y valora (mejor: sobrevalora) por provenir (conjetura mía. Nadie lo dude) del renombrado marqués. No en vano <<Viaje a la Alcarria>> constituye (o ha constituido; ignoro si seguirá o no en la brecha) itinerario lector en no pocos centros educativos públicos de España. ¡Tócate las criadillas! El libro parece escrito por un robot poco avezado (y poco avanzado) tecnológicamente; léase: babieca: sin cariz emotivo, sin profundidad reflexiva (sólo una reflexión digna de mención he hallado entre sus páginas. Esta de aquí: <<En Pastrana podría encontrarse quizá la clave de algo que sucede en España con más frecuencia de la necesaria. El pasado esplendor agobia y, para colmo, agosta las voluntades; y sin voluntad, a lo que se ve, y dedicándose a contemplar las pretéritas grandezas, mal se atiende al problema de todos los días. Con la panza vacía y la cabeza poblada de dorados recuerdos, los dorados recuerdos se van cada vez más lejos y al final, y sin que nadie llegue a confesárselo, ya se duda hasta de que hayan sido ciertos alguna vez, ya son como un caritativo e inútil valor entendido>>), sin belleza plástica. Vamos: un desaliño prosístico en toda regla. O una birria lingüística con una o dos excepciones: <<Cantan los grillos y un perro ladra sin ira. prolongadamente, desganadamente, como cumpliendo un mandato viejo>>; <<El viajero regala una corona de almohadilla al burro Gorrión, y el burro Gorrión mueve el rabo, nervioso como un niño, mientras lo visten>> (se ve que Cela leyó <<Platero…>>. No se le arrima a JRJ, todo hay que decirlo, ni un ápice). Y qué decir de los poemas que el autor introduce, a veces, con calzador (ignoro si extraídos del <<Romancero>> o de factura propia). Una jungla de ripios todos ellos. 

     Después (o, incluso, antes) de <<Ikigai>>, <<Viaje a la Alcarria>> se me antoja el peor libro de cuantos he leído en toda mi vida; y empiezan éstos, ya, a ser legión. Cela no fue un dechado de virtudes éticas, lo sé, lo sé… Pero, ¿y escriturares? Tampoco. Escribió unas cuantas obras maestras de la literatura (<<La familia de Pascual Duarte>>, <<La colmena>>, <<Nuevo retablo de Don Cristobita>>…) y pare usted de contar. La realidad es que su lenguaje no atrapa, no seduce, no zamarrea el alma. <<Viaje a la Alcarria>>, sin duda el peor libro de don Camilo José sin don, asume una victoria entre tantas derrotas: el (por así llamarlo) prólogo: <<La confusa andadura de un libro sencillísimo>> (¡tanto, y tan tonto, que llega a ser simplón! En él el narrador se muestra mínimamente arrepentido (de qué). Escribe ahí, en el prólogo, don Camilo sin don: <<Y aquí termina, si los dioses se me muestran clementes y piadosos, la confusa andadura de este libro sencillísimo y de vida llena de misterios y de atroces (y también dolorosos) vaivenes. La seta del bosque y la tímida flor que crece a la sombra de la más olvidada tapia, tampoco viven en paz (aunque se muestren como la insignia de la paz)>>. 

     Por eso: Aquí paz y mañana gloria.

miércoles, 22 de enero de 2025

467/ Harto complicado...

Hay un cuento de Bioy, sencillamente, perfecto; un cuento en que lo maravilloso brilla por su exhaustiva presencia al par que por su presencia exhaustiva brilla la lógica. Increíble; pero cierto. El cuento de marras es el intitulado: El perjurio de la nieve (Historias fantásticas. Alianza Editorial. Madrid, 1991. Pág., 54). El lector no atento perderá el hilo de la narración de inmediato; el lector atento, ídem, aunque (es claro) no de inmediato. Sólo aquel que además de permanecer todo el rato atento a la lectura sea capaz de prever (ver nota a pie de post), con base en el raciocinio puro y en la imaginación despabilada, determinados consecuentes derivados de los pensamientos y las acciones de los personajes (con vacíos narrativos de por medio; lo explico a continuación…) podrá discernir la historia. <<Vacíos narrativos>>: el autor, en ocasiones, se da en ocultar información al lector (es éste a la vez un cuento fantástico y policial) de un modo privativo: anteponiéndole indicios relacionales lógicos que aquél tendrá que ser capaz de detectar en el curso de la lectura. Al modo onubense: <<¡Avíate!>>. Sí, harto, ¡muy harto complicado! Tanto es así que el propio autor no tiene reparos a la hora de (más o menos por el final del cuento) hacer un resumen del argumento. Escribe: <<Pero recapitularemos la historia: por la ventana del hotel, en General Paz, Oribe y Villafañe ven a lo lejos un bosque de pinos: es “La Adela”, una estancia en la que nadie entra y de la que nadie sale desde hace un año; Oribe manifiesta, una tarde, que no se irá de General Paz sin visitar esa estancia; a la noche, con un pretexto increíble, sale del hotel; sale también Villafañe; a la mañana siguiente muere Lucía Vermehren y se levanta la prohibición de entrar en “La Adela”; Oribe no quiere ir al velorio; después va y se mueve en la casa como si la conociera; después Vermehren mata a Oribe>> (op.cit. Págs., 81-82). Bien. No complacido con esto, Bioy ofrece su conclusión de los hechos, tan escueta como impertérritamente. Escribe: <<Mi conclusión no es imprevisible; Vermehren se ha equivocado. Antes del velorio, Oribe no entró en su casa. Quien entró en su casa fue Villafañe>> (loc. cit.) Nótese el empeño del autor en auxiliar al lector, sin duda, persuadido (el autor; no el lector) de la complejidad del argumento y de la trama de su relato. Juzgo ambivalente tal procedimiento. De una parte (como lector) lo celebro; de otra parte (como escritor) lo repudio. Incluso como lector me surgen dudas: ¿No se trata de un frenazo, a bote pronto, del fluido curso de la narración? ¿Y no sería mejor aguar un punto la tinta de la pluma del plumífero (léase: de Bioy) con vistas, sobre todo, a la claridad narrativa o discursiva a lo largo y ancho del relato? El cuento, creo, más difícil de cuantos (¡pero de largo!) escribió Adolfo Bioy Casares.


     *Nota a pie de post: Bioy escribe en otro cuento asimismo encastillado en Historias fantásticas (pág. 112), La sierva ajena, lo que sigue: <<Como siempre ocurre (por mucho que aguce cada cual la facultad de prever), inesperadamente, actores y espectadores, nos encontramos en medio de la tragedia>>. 

     Sobran comentarios.      

miércoles, 8 de enero de 2025

466/ Hastío...

Resulta curioso cómo un mismo autor puede escribir una obra maestra y, a la vez, un auténtico fiasco de la literatura. ¡Que tire la piedra el primero que quede a salvo de tal coyuntura! Es inevitable. La cabeza, la misma; el cuerpo, ídem; la cosmovisión… La cosmovisión puede no ser, ni por asomo, la misma; ni tan siquiera semejante ser. En literatura, dos más dos no necesariamente son cuatro, lo cual aturde y confunde. Un escritor crack, caso de Delibes, no pudo escapar de ese dislate (manufacturar un fiasco literario). Sólo conozco un escritor crack capaz (lo fue) de lograrlo: Jorge Luis Borges. El resto de hombres que han poblado y aún pueblan la Tierra (incluido el verborreico, indigesto y a menudo presuntuoso, Juan Manuel de Prada), no rayan a esa altura artística. Aflojan. Se desinflan. Entran en barrena.

     Delibes publicó El hereje el año 1998. Incursión, ésta, en el terreno comercial de la novela histórica que más le habría valido no ejecutar. La prosa sigue siendo lo que siempre fue: correcta; todavía más: sobresaliente en según qué pasajes. El tema…, el tema, no. El tema aburre al más pintado. La Reforma protestante de Lutero y Calvino, la Contrarreforma de la Iglesia católica, la moral en liza con el instinto… Temas trillados donde los haya. El contexto temporal (s. XV-XVI) intercala palos en la rueda.

     Me pregunto qué razón llevaría a Miguel Delibes a escribir tamaño bodrio literario. Indagar las razones de un escritor consagrado, aspirante eterno al Nobel, para escribir lo que finalmente escribió lo juzgo propio de un lector resentido. No lo haré. 

     Quizá la culpa de todo la tenga El camino...

     Delibes ensayó el Realismo Mágico en El hereje. Le salió malamente. Juzgue el lector de esta bitácora: <<Doña Catalina (…) volvió a experimentar una acumulación de energías en la pelvis, chilló, apretó con todas sus fuerzas mientras la comadre la animaba: así, así y, de pronto, como si fuese un bolaño, un pedazo sanguinolento de carne rosada salió proyectado con fuerza, el doctor retiró la cabeza para evitar el impacto, y la criatura aterrizó sobre la blanca toalla que la comadre sostenía entre sus brazos poco más atrás>> (op.cit. Planeta DeAgostini. Barcelona, 2002. Págs., 63-64).

     Un Delibes desenfocado. Destartalado. Además: a la novela se le ven las costuras.