<<Decía ayer>> (pero es un decir “leonino”; mejor aún: falsamente “leonino”) que: <<No me fío del marqués de Iria Flavia>>. Ahora y aquí reitero lo dicho: no me fío del marquesucho de Iria Flavia. ¡Mirad con lo que sale ahora!: <<Hay gentes a quienes agrada el sufrimiento. Son de dos clases: sufridoras y mortificantes. Las sufridoras gozan en la propia desgracia con un aplomo que espeluzna; las mortificantes gustan de hacer sufrir a los demás, de decir la palabra hiriente, la segunda frase venenosa, de ensayar el gesto displicente, la mueca que lastima. Tanto las unas como las otras suelen ser violentos y alucinados espíritus religiosos; inventan mitos y nuevas y difíciles devociones, mistifican eternos e inmutables conceptos, tergiversan señales y augurios hermosos y sencillos…>> (Camilo José Cela: Pabellón de reposo. RBA Editores, S.A. Barcelona, 1992. Págs., 102-103).
Yo sé que narrador y autor no tienen porqué coincidir. Pueden hacerlo; es, creo (tratándose de Cela), el caso. De creerlo (y juro por Dios que así lo creo), estaría descubriendo desde un prisma nuevo la tantas veces negada <<humanidad>> de Camilo José Cela; negada por muchos (por mí negada). No considerándolo, al Nobel, un ente inhumano; sí, uno supra-humano. Alguien que se sitúa por encima del bien y del mal, de los <<hunos>> y los <<hotros>>, de los mequetrefes y de los juiciosos. Insisto: no me fío de quien parece que baja peldaños cuando sube laderas o sube faldas cuando baja sardineles.
El lector de Pabellón de reposo se percata de la sutileza con la que don Camilo José destapaba el tarro de las esencias de su yo auténtico. ¿Cómo? Mostrando aquí y allá un hedor fugaz del mismo y no de su álter ego. Quiero decir: una frase corta pero certera de veneno ácido y corrosivo para según qué individuo o colectividad o causa o fenómeno de que se trate; todo con visos de denuncia o de humanismo altruista de fondo… ¡Tralalá!
Botón de muestra: <<Apretaríamos el paso para correr más y más, y tiempo llegaría en que, aún más adelante, nos encontrábamos con días más antiguos, con las fechas por las que, todavía en el sanatorio, y tratándole respetuosamente de usted, la doncella sonreía a los requiebros del médico residente con una sonrisa que era toda ella una segura promesa de sumisión>> (op.cit. Pág., 104). El subrayado es mío.
<<Genio y figura hasta la sepultura>> y aún más allá de la sepultura: Cela sigue siendo leído, destripado, hasta las últimas consecuencias del destripado y de la lectura. Una de esas rara avis que cuando crea un personaje sólo está recreándose a sí mismo. Esta es mi impresión de lector que sopesa lo que lee con lo que ve y escucha en entrevistas televisivas en profundidad a don Camilo José. No tuve la (seguramente) desdicha de conocerlo en persona. ¡Eso que me agencio! No hay un solo juicio de Cela que no despierte en mí la nausea, un sí pero no ético, un aquí te he pillado so insensato y manipulador de libro (¿y no: plagiador de libros?; ¿de un solo libro?); etcétera. Un cuentista (esto nadie podrá negarlo). Una careta con patas. Un narcisista encomiable. Un fraude humano.
Con todo, ¡qué bien escribía el terrible gallego! Pabellón de reposo es obra temprana de un Cela <<jovenzuelo>>, todavía, intuyo, no maleado suficientemente por el narcisismo como para hacer el ridículo en público (no sé si en privado; no sé si con las mujeres cultas). ¡La genialidad no se la quita, ya, nadie! No se trata de una genialidad verbal (quédese eso para Quevedo, para Góngora, para Borges… La de Borges era, me parece, íntegra). No. Don Camilo sin don era un genio de la ironía, del doble sentido, del chascarrillo literario que hace gala del machismo y de la homofobia (por poner dos ejemplos ilustrativos) a la mínima oportunidad. ¡Una corte de rientes le iba (aún le va) en zaga! El caso es que los textos de Cela (la mayoría; no todos…) se leen con sumo placer. Ignoro si don Camilo José escribió alguna vez auxiliado de la maquina de escribir o de la computadora…
Don Camilo José, por cierto, no emulaba a Francisquillo Umbralillo. A Francisquillo Umbralillo no se le entendía (o se le entendía mal; a trompicones). A Camilo José, en cambio, no habrá nadie que no lo entienda (nadie, digo, con un manejo solvente de la ironía literaria). Porque don Camilo José era muy suyo; pero no, en modo alguno, un teórico abstracto. La prueba está en que por el ano era capaz de absorber litro y medio de agua (¿ojiplático te has quedado, ahora, lector, eh?). Amenazó al público (de RTVE) y también circunstante del programa <<Buenas noches>>, presentado por Mercedes Mila (1982), con hacerlo delante de todos si se le proveía de una palangana. Nada más práctico o más literario (digo yo) que exponer el culo en público para que, al día siguiente, todo quisque hable de si lo tenías esponjado como el de Sancho Panza o escuchimizado como el de don Quijote. Don Camilo José: <<Genio y figura hasta la palangana>>, en todo caso.
En fin.