lunes, 11 de agosto de 2025

485/ Genial y otro (o él mismo)

<<Decía ayer>> (pero es un decir “leonino”; mejor aún: falsamente “leonino”) que: <<No me fío del marqués de Iria Flavia>>. Ahora y aquí reitero lo dicho: no me fío del marquesucho de Iria Flavia. ¡Mirad con lo que sale ahora!: <<Hay gentes a quienes agrada el sufrimiento. Son de dos clases: sufridoras y mortificantes. Las sufridoras gozan en la propia desgracia con un aplomo que espeluzna; las mortificantes gustan de hacer sufrir a los demás, de decir la palabra hiriente, la segunda frase venenosa, de ensayar el gesto displicente, la mueca que lastima. Tanto las unas como las otras suelen ser violentos y alucinados espíritus religiosos; inventan mitos y nuevas y difíciles devociones, mistifican eternos e inmutables conceptos, tergiversan señales y augurios hermosos y sencillos…>> (Camilo José Cela: Pabellón de reposo. RBA Editores, S.A. Barcelona, 1992. Págs., 102-103).

     Yo sé que narrador y autor no tienen porqué coincidir. Pueden hacerlo; es, creo (tratándose de Cela), el caso. De creerlo (y juro por Dios que así lo creo), estaría descubriendo desde un prisma nuevo la tantas veces negada <<humanidad>> de Camilo José Cela; negada por muchos (por mí negada). No considerándolo, al Nobel, un ente inhumano; sí, uno supra-humano. Alguien que se sitúa por encima del bien y del mal, de los <<hunos>> y los <<hotros>>, de los mequetrefes y de los juiciosos. Insisto: no me fío de quien parece que baja peldaños cuando sube laderas o sube faldas cuando baja sardineles. 

     El lector de Pabellón de reposo se percata de la sutileza con la que don Camilo José destapaba el tarro de las esencias de su yo auténtico. ¿Cómo? Mostrando aquí y allá un hedor fugaz del mismo y no de su álter ego. Quiero decir: una frase corta pero certera de veneno ácido y corrosivo para según qué individuo o colectividad o causa o fenómeno de que se trate; todo con visos de denuncia o de humanismo altruista de fondo… ¡Tralalá! 

     Botón de muestra: <<Apretaríamos el paso para correr más y más, y tiempo llegaría en que, aún más adelante, nos encontrábamos con días más antiguos, con las fechas por las que, todavía en el sanatorio, y tratándole respetuosamente de usted, la doncella sonreía a los requiebros del médico residente con una sonrisa que era toda ella una segura promesa de sumisión>> (op.cit. Pág., 104). El subrayado es mío. 

     <<Genio y figura hasta la sepultura>> y aún más allá de la sepultura: Cela sigue siendo leído, destripado, hasta las últimas consecuencias del destripado y de la lectura. Una de esas rara avis que cuando crea un personaje sólo está recreándose a sí mismo. Esta es mi impresión de lector que sopesa lo que lee con lo que ve y escucha en entrevistas televisivas en profundidad a don Camilo José. No tuve la (seguramente) desdicha de conocerlo en persona. ¡Eso que me agencio! No hay un solo juicio de Cela que no despierte en mí la nausea, un sí pero no ético, un aquí te he pillado so insensato y manipulador de libro (¿y no: plagiador de libros?; ¿de un solo libro?); etcétera. Un cuentista (esto nadie podrá negarlo). Una careta con patas. Un narcisista encomiable. Un fraude humano.  

     Con todo, ¡qué bien escribía el terrible gallego! Pabellón de reposo es obra temprana de un Cela <<jovenzuelo>>, todavía, intuyo, no maleado suficientemente por el narcisismo como para hacer el ridículo en público (no sé si en privado; no sé si con las mujeres cultas). ¡La genialidad no se la quita, ya, nadie! No se trata de una genialidad verbal (quédese eso para Quevedo, para Góngora, para Borges… La de Borges era, me parece, íntegra). No. Don Camilo sin don era un genio de la ironía, del doble sentido, del chascarrillo literario que hace gala del machismo y de la homofobia (por poner dos ejemplos ilustrativos) a la mínima oportunidad. ¡Una corte de rientes le iba (aún le va) en zaga! El caso es que los textos de Cela (la mayoría; no todos…) se leen con sumo placer. Ignoro si don Camilo José escribió alguna vez auxiliado de la maquina de escribir o de la computadora…

     Don Camilo José, por cierto, no emulaba a Francisquillo Umbralillo. A Francisquillo Umbralillo no se le entendía (o se le entendía mal; a trompicones). A Camilo José, en cambio, no habrá nadie que no lo entienda (nadie, digo, con un manejo solvente de la ironía literaria). Porque don Camilo José era muy suyo; pero no, en modo alguno, un teórico abstracto. La prueba está en que por el ano era capaz de absorber litro y medio de agua (¿ojiplático te has quedado, ahora, lector, eh?). Amenazó al público (de RTVE) y también circunstante del programa <<Buenas noches>>, presentado por Mercedes Mila (1982), con hacerlo delante de todos si se le proveía de una palangana. Nada más práctico o más literario (digo yo) que exponer el culo en público para que, al día siguiente, todo quisque hable de si lo tenías esponjado como el de Sancho Panza o escuchimizado como el de don Quijote. Don Camilo José: <<Genio y figura hasta la palangana>>, en todo caso. 

     En fin.                 

viernes, 1 de agosto de 2025

484/ "La piel no hace (o sí) al zorro"...

Yo camino con pies de plomo por las páginas, quizá no aleatorias, de Pabellón de reposo (Camilo José Cela. RBA Editores, S.A. Barcelona, 1992). No, no me fío del de Iria Flavia, o de su foto-retrato todavía no sé a ciencia cierta si posado o robado. Aparenta ser un <<robado de libro>>; bien podría no serlo. En resolución: no me fío del marqués de Iria Flavia. Su prosa tierna, dulce y dócil, sin rebordes puntiagudos que puedan causar heridas superficiales o profundas en los dedos al lector (alguno hay); su prosa, digo, lírica (despierta ésta en el lector conocedor de los parajes <<camilenses>> recuerdos del Cela que a la vez fue y no fue poeta lírico) hace saltar todas las alarmas. El hombre que dio rienda suelta al narcisismo, a la censura, a la crueldad y a la humillación del más débil (todo en clave literaria. O de ficción) se presenta ahora ante el lector como un sumo sacerdote de la moral prosística al uso y todo con base en una prosa sobresaliente. Sobresaliente, no: talentosa. Y eso da que pensar…

     Nota heterodoxa: Considero, por regla general, al narrador de los libros de Cela alter ego de don Camilo. Conste, fielmente, en acta. Sé que hago mal. Pero… Fin de la nota heterodoxa.  

     Después del trago malo del Viaje a la Alcarria (libro libérrimo e infumable donde los haya, libro nefasto. Una pifia literaria), topo con este otro trago bueno, de humanidad vencida y esperanzada que late en el interior de un sanatorio para tuberculosos de yo no sé qué ciudad o ladera o monte sagrado de la literatura universal; como un corazón malherido que no bombea suficiente sangre y se revela defectuoso. Pues bien: quiero (más deseo) compararlo con la proeza de Thomas Mann: La montaña mágica. No es comparación hacedera; tendría que rebuscar en las tripas del obrón del alemán para hallar alguna concomitancia con la del español. Leí la novela de Mann el año dos mil cinco. No sólo ha llovido; ha diluviado, granizado, nevado. De resultas: únicamente recuerdo a grandes trazos la trama del obrón teutón y poco más. La mentada comparación, pues, se me antoja harto difícil. 

     Escribe el marqués de Iria Flavia: <<Las parejas de enamorados deambulan por los desmontes enlazadas del talle, recitando pensativas poesías; como son pobres, tienen que esperar a que se haga de noche para besarse. Cuando yo llegaba a mi casa, a la hora de cenar, los veía sentados al borde de la carretera, tímidos como ladrones, abrazándose en los descuidos de los caminantes. ¡Cómo los envidiaba yo aquellas tibias noches de abril, cuando bajaba las persianas de mi balcón, cuando me disponía a quedarme hasta las dos o hasta las tres de la madrugada, sentado a la mesa de escribir, sobre los áridos textos de la carrera!>> (op.cit. Pág., 24).

     Tal vez en el más necio (por humillante) de los hombres anide un Aleph de humano sentir y ese Aleph de sentir humano pugne por salir de su ocultamiento en aras de la justicia divina. El oprimido tendrá entonces razones para respirar aliviado. Todo era una pose, un artefacto efectista, un trampantojo de la literatura…


     (Continuará).

lunes, 28 de julio de 2025

483/ El señor "K"

La figura humana (no política) del Papa K. Wojtyla me suscitó fascinación siempre. Fue (y será) el Papa de mi infancia; aquél que cuando arribaba a un lugar desconocido (o no tanto) se prosternaba y besaba el suelo. Ese noble acto quedaría grabado en mi memoria per saecula saeculorum (como ejemplo de vida, de convivencia, de civismo). Besar el suelo de un lugar desconocido (o no tanto) e impropio (esto suponiendo que existan lugares propios…) era, para mí, signo de humildad y de paz inconmensurables. No existía acto superior con ambas atribuciones (paz y humildad) en toda la panoplia de humildes y pacíficos actos de la humanidad. Sólo por eso estimé tanto la figura humana de Juan Pablo II. Luego, con la oscilación de las agujas del reloj, llegaron a mis pabellones auditivos ciertas críticas a la filosofía práctica de K. Wojtyla. Ahí, mi percepción del Papa Juan Pablo II viró de signo: de aditiva (o precedida del signo +) se convirtió en sustractiva (o precedida del signo –).

     Darcy O`Brien ha escrito al respecto: <<[Wojtyla] dejó claro que se oponía a cualquier cambio de orientación en materia de filosofía moderna y de teoría histórica y literaria que diera por sentado que la interpretación de un fenómeno por parte de una persona es tan válida como la de otra. Con la adopción de esta postura se apartó de un relativismo que estaba ya arraigado entre los más destacados académicos de Estados Unidos y Europa occidental, despertando así su hostilidad>>. 

     En román paladino: lo que Wojtyla decía iba (pero, ¡viene al pelo!) a misa.

     Lo dijo Osgood Fielding III (Joe E. Brown) en el filme Con faldas y a lo loco: <<Nadie es perfecto>>.

     Pues eso.

martes, 22 de julio de 2025

482/ Letra impresa de dolor

El gueto de Varsovia fue de los más terroríficos del tercer Reich. En él se cometieron las atrocidades más extremas que el ser humano ha sido, hasta hoy, capaz de cometer. Quizá la peor de todas: convertir en locura la cordura; en maldad, o algo semejante, la bondad. Sí: ¡Deshumanización del ser! Verbigracia: la madre que tiene que alimentarse del cuerpo del hijo muerto para no morir de hambre. Espeluznante. 

     Darcy O´Brien lo describe, sin crudeza, en El Papa oculto:

     <<El 21 de marzo de 1942, la División de Propaganda del distrito de Varsovia informó:

     La cifra de mortalidad del gueto todavía se mantiene en una cifra cercana a los cinco mil muertos al mes. Hace unos días de registró el primer caso de canibalismo por hambre. En una familia judía murieron en el lapso de pocos días el hombre y sus tres hijos. [La madre se comió un trozo de carne del hijo que murió en último término, un niño de doce años]. Desde luego, esto no bastó para salvarla, y murió dos días más tarde>>.

     Al leer lo más arriba encorchetado un soplo, con sofoco, de ética destrozada ha inundado mi plexo solar. No debía haberlo leído. No, desde punto y hora en que la letra impresa <<con sangre no entra>>; se queda sellada ya para siempre en el alma dolorida del lector. No, no debía haberlo leído. Qué diantres, pregunto, hago yo ahora con mi maltrecha e inoperante alma (con mi maltrecho e inoperante espíritu) si luego de leer el pasaje arriba encorchetado el lienzo de mis imágenes mentales imborrables atesorará para siempre un manchurrón de tinta negruzca que no sólo es mancha sino también materia pringosa y viscosa y onerosa. Qué diantres, pregunto, algo yo ahora con mi maltrecha e inoperante alma… 


     ¡Aymé!

lunes, 14 de julio de 2025

481/ Los amantes de Varsovia

Afirmar que el tercer Reich fue un Estado perverso es de Perogrullo. El mundo, por merecido machaque, lo sabe. Lo que, quizá, no sabe el mundo (o parte del mundo) es la <<increíble y triste historia>> de los <<cándidos>> amantes de Varsovia. Así la bautizo yo. Sencilla. Novelera. Dramática. Demasiado dramática… 

     Darcy O´Brien, autor de unos de los mejores libros que he leído nunca (El Papa oculto), ha escrito:

     <<Los alemanes tomaron el control de inmediato y se erigieron en amos de los esclavos polacos, cuya categoría más baja quedaba reservada a los judíos. De un plumazo, Polonia se había convertido no sólo en un país ocupado sino en una nación de siervos. Antes esta realidad, Wiktor tomó una decisión>>.

     La decisión que tomó Wiktor, dentro de su connatural horror, exige gran valentía del decisor. Sobre este punto existe una controversia universal. Yo milito en el equipo de aquéllos que tildan de valiente uno de los actos más humanos que existen sobre la faz de la Tierra. Huelga aclarar que mi juicio carece de estímulo religioso (que no espiritual). Empatizo con aquellos otros que militan en el equipo opuesto. Cabría preguntarse, por lo demás, qué entiende uno (qué entiendes tú, lector) por religión. ¡Pero esto sería harina de otro costal!

     De nuevo Darcy O´Brien (prolongación del anterior pasaje):

     <<Sabía [Wiktor] muy bien lo que habría de ocurrirle a él y a la mujer que amaba. Según las leyes del Reich, el hecho de que él y la condesa fueran amantes los convertía en criminales. Ambos serían declarados culpables de violar el edicto que prohibía las relaciones sexuales entre personas de distintas razas, proscripción que expresaba perfectamente la perversión que la inspiraba y que, como el cascabel de una serpiente, anunciaba la muerte. Wiktor no quería separarse de su amada, pero sabía que seguir a su lado significaría condenarla sin remedio>>.

     ¿Qué hace un hombre enamorado en un quilombo como este (ídem, una mujer)?

     Continúa O´Brien (segunda prolongación del pasaje primero):

     <<Los sirvientes encontraron su cuerpo; su mano empuñaba una pistola. Cuando la condesa se enteró de que Wiktor estaba muerto se arrojó a la calle desde la ventana de un quinto piso>>.

     Poner puertas al campo: aterrador. Labor ésta que, a mi juicio, acometieron los nazis. Lucharon contra la naturaleza. Contra la raza. Contra la cultura. Cultura, raza, naturaleza judías (se sobrentiende); o sea: contra todo lo que no se ajustara a sus parámetros de perfección y belleza arias. 

     Llamar cobarde al suicida es una contradicción en sí misma. Cuando el nivel de sufrimiento humano sobrepasa los límites de la psicología emerge, como impulsada por un resorte engarrotado y siniestro, la valentía del hombre (de la mujer). Lo cobarde sería seguir padeciendo sine die tormento por miedo a la <<caída final>>. Una cobardía, es claro, legítima. Humanísima. Una cobardía, quizá, preferible a la postrera valentía.           

miércoles, 2 de julio de 2025

480/ ¿Bodrio de un excelso?

La intencionalidad del autor puede llegar a definir la calidad de la obra. Esto, dicho así, suena drástico y también absurdo. Sería, sin duda, una impresión falsa. No es absurdo, no es drástico, y de ello existe un ejemplo palmario en la novelística española. A saber: Eduardo Mendoza y su Tres enigmas para la Organización. Novela fantoche (o paparrucha), novela excelsa (quiere decirse: en lo <<cómico>>, de <<cómic>>. Risas), ni lo uno ni lo otro. Este servidor de (casi) nadie, al leerla, ha tenido la impresión de haber tirado el dinero y desperdiciado su tiempo como nunca antes lo había hecho. Sólo Ikigai, el fallido libro de Héctor García y Francesc Miralles (Urano), posee el dudoso privilegio de anteponerse al (en potencia) bodrio de Mendoza en la escala jerárquica de despropósitos literarios de todos los tiempos. Qué desespero. Y qué sopor. Qué ganas de acabar la página, arribar al punto final del bodrio, de la chamba. Nunca antes había experimentado una abulia lectora tan potente y penetrante al unísono. Pregunto: ¿Por qué Mendoza habrá escrito algo así? ¿Para hacer caja? ¿Por entretenerse? Yo no sé.

     Sé (como planteo al inicio de este otro bodrio: el post que estás, lector, leyendo cuando podrías estar haciendo lo propio con un autor o autora de renombre que no de relumbrón), que Mendoza ha podido escribir el bodrio que nos ocupa con toda la intencionalidad del mundo; es decir: a sabiendas de los intersticios sin sentido que dejan al lector <<loco>>, las casualidades (que no causalidades) fuera de toda lógica, la cadena deslabonada que (a pesar de ello, hay que decirlo…) no propicia que la novela caiga y se rompa la crisma contra el empedrado de la intolerancia del lector. ¿Y los personajes? ¿Y la trama? De cómic, digamos de Ibáñez, Mortadelo y Filemón a la vanguardia. Todo, en suma, supeditado a la omnipotente voluntad del autor. De ser así, sí, Tres enigmas para la Organización sería una obra maestra del humor. Yo (permítaseme que disienta) le niego la mayor.

     Sudor y sangre (de alma) me ha costado leer el bodrio. Lo peor de todo: induje a una amiga, lectora voraz, a que lo leyese. Mis excusas, mademoiselle Lute, no fue mi intención hacerle perder el tiempo… Risas. Y en estas…, premios van…, premios vienen… y, entretanto, textos horripilantes conquistan el corazón de los lectores incautos (o no tanto).

     La segunda novela cómica de Mendoza que leo y la segunda vez que me aburro como una ostra, no esbozo una sonrisa franca (ni siquiera ligera), y… ¡Y que la historia se acabe por Dios y por todos los santos! Dicen que <<No hay dos sin tres>>. Yo, en cambio (tergiversando otro extendido dicho popular), diré: <<Dos, y no más, santo Tomás>>.

martes, 10 de junio de 2025

479/ Una rareza trágica

El dicho, en reversa, es: <<Lo breve, si bueno, dos veces breve>>. 

     Esa, y no otra, ha sido la jugarreta. 

     El micro-estudio sobre la historia de la novela de aventuras que pergeñó Manuel Rodríguez Rivero, encastillado a modo de introducción en la obra La hija del capitán (Alexandr S. Pushkin. Ediciones Generales Anaya. Madrid, 1983), deviene tan bueno que a su vez deviene perjudicial su brevedad (¡esto a carta cabal! Perdón por la rima triple) para el letraherido. Dos veces breve sería, así, el micro-estudio mentado. Y qué gozada auténtica, de toda autenticidad, leerlo. Y qué pedagogía literaturizada con tintes academicistas, sí, pero solidaria con el lego en la materia; no es lo ordinario. 

     Estos son los hitos fundamentales del micro-estudio de Rodríguez Rivero:

     Uno: La esencia del relato de aventuras. 

     Dos: Características de la narración de aventuras.

     Tres: Presentación y punto de vista. 

     Cuatro: Una necesaria limitación. 

     Cinco: El mundo griego: épica y aventura. 

     Seis: La Edad Media: a la búsqueda de la aventura. 

     Siete: El ciclo bretón. 

     Etcétera.

     Yo no fui lector de <<Aventuras>>. Yo escuché (yo leí) infinidad de diatribas contra la novelística juvenil; tachada, ésta, de sub-literatura. Incluso algún Premio Nobel acogió ese tipo de paparrucha… Me agencié, mal que me pese, opiniones varias en dicha línea auto-destructiva. Hoy, reniego de todas ellas. Yo vindico la novela de aventuras (ejemplo, al aire, de esa supuesta sub-literatura. Otra rima… Mis excusas) como vehículo no sólo de evasión sino, también, de diversión y (lo más subrayable) de conocimiento histórico. Es el caso de La hija del capitán, de Pushkin, escritor ruso y no sólo un ruso que sabia unir palabras… Vaya: el mejor escritor ruso de todos los tiempos (según algunos gurús de las letras universales).  

     La novela transcurre en la época del reinado de Catalina II (1762-1796); es decir: en plena expansión del Imperio Ruso. Hay, en ella, algo de comedia de enredo; sabiendo, como sabe el lector <<desatento>>, que el quid de la cuestión es trágico. Algunos personajes (la mayoría) son planos. Esto, me parece, no resta interés a la obra. Los procesos psicológicos a que se ven abocados todos y cada uno de ellos están estructurados en fases. No hay concesiones al tiempo: las anécdotas suceden con prontitud.

     Un hecho singular se produce: el narrador protagonista narra, en un pasaje anecdótico, un duelo a espada entre él y su antagonista. La anécdota ficticia se convertiría en categoría real cuando Pushkin fuera muerto en un duelo con arma de fuego a la temprana edad de treinta y ocho y a raíz de una supuesta deslealtad cometida por su esposa. Ficción y realidad quedarían, aquí, enlazadas. A veces, la ficción no es sino agorera, o simplemente una mala pécora (dicho sea con todo el apego o inclinación imaginable).      

martes, 3 de junio de 2025

478/ El Otro, Yo

Había olvidado cómo escribía Benedetti. Craso error. Digo: porque es difícil, hoy, toparse con una pluma al par tan sensible y comprometida como la de Mario; sensible pero revolucionaria (ay); comprometida pero amorosa (¡ufa!). El compromiso no suele ir acompañado de dócil ternura ni, menos aún, anhelo de moderación. El caso de Benedetti es diferente. Duro él, en su análisis de la personalidad humana (con todo lo que ello conlleva: biología, aprendizaje, susceptibilidad al influjo externo y ajeno…); flojo, por empático exacerbado, a la hora de escuchar activamente al prójimo. Hablo de Benedetti; podría hablar de los personajes protagonistas de las novelas de Benedetti. Habría, ahí, una fusión.

     Mario escribió: <<(…) tipos como yo mismo, desacomodado en mi apellido porque reniego de toda la inmundicia que hoy lleva implícito el nombre Budiño; desacomodado en mi clase porque mi bienestar económico me duele como una culpa, como una mala  conciencia (…) desacomodado en mis creencias, sobre todo políticas, porque extraigo mis recursos de un sistema de vida totalmente opuesto al que prefiero; desacomodado en mis relaciones, porque quienes participan de mi nivel social me consideran poco menos que un bellaco, y quienes participan de mis creencias políticas me consideran poros menos que un tránsfuga; desacomodado en mis sentimientos, en mi vida sexual, porque he conocido la plenitud y desde entonces soy consciente de que lo demás es un pobre sucedáneo; desacomodado en mi profesión, porque el malón de turistas y candidatos a tales, me apabulla con su grosería, con sus contrabandos, con su guaranguería esencial, con su gloriosa estafita, con su obsesión de rebaja, con su alma de picnic; desacomodado frente a mi memoria, porque las buenas cosas que anunció mi infancia, las protecciones, las esperanzas, las osadías, se han quedado todas en el camino, y el recordar se me vuelve así un mero registro de frustraciones>> (Gracias por el fuego. RBA Editores. Barcelona, 1993. Págs., 169-170).

     Antes (refiriéndome a la simbiosis entre autor y personaje) he dicho: <<Habría, ahí, una fusión>>. Ahora, en cambio, digo: Hay, aquí, una escisión; escisión entre el compromiso social y político de Mario y la falta del mismo que atesora Ramón Budiño (protagonista de la novela mentada). Pero regresaré a lo anterior: mucha consonancia hay, me parece, entre Budiño y Benedetti; quizá no tanto en lo relativo al compromiso social; pero sí en lo concerniente a la sensibilidad personal y a esa bondad de fondo que tanto rubricaba cada palabra y cada gesto del de Paso de los Toros (Uruguay). Muy por encima, esto último, de lo primero.

     Las palabras de Budiño son las de un suicida. Tema éste, el suicidio, abordado por Benedetti en Gracias por el fuego; marginalmente abordado. O, a lo mejor, no tanto. Porque tal es el destino definitivo del personaje Ramón Budiño. A veces, el colofón de una vida fotografía esa misma vida en todo su despliegue de apogeo, jolgorio y caída. El suicida tiene razones que el vitalista no entiende. Esto, es claro, suponiendo que un suicida tenga vetada la magnánima posibilidad de ser vitalista (no está probado).

     Había olvidado cómo escribía Mario Benedetti. Ahora ya lo recuerdo. Ahora, mal que bien, repasaré ex professo el libro de estilo <<benedettiano>> para que la desmemoria no vuelva a aniquilar las cátedras del maestro.

viernes, 23 de mayo de 2025

477/ Sempiterna reminiscencia

Hoy, no por casualidad sino por continuidad (releo Idilios, de JRJ, poemario en que las composiciones se suceden unas a otras respetando un inamovible orden; por qué será), me he topado con estos versos:


     No te he tenido más en mí,

     que el río tiene al árbol de la orilla;

     yo, pasando, me estaba siempre en tu alma;

     tú, estando en mi alma siempre, nunca te venías…

     Bastaba un cielo vago, un pobre viento,

     para que desaparecieras de mi vida.


     Mejor diré: he vuelto a toparme con… <<La Chica de la Perla>>. Con sus ojos marinos. Con su cabello de sol. Con su piel de luna. Con su olor a hembra joven… Pero no iré por ahí… Quiero, más deseo, dejar constancia ahora y aquí del valor de anclaje (psíquico) que posee la poesía; sobre todo, la de carácter erótico y amoroso. Bastan dos versos, ¡sólo dos versos!, para que en nuestra mente (¡en la mía!) se desate toda una cascada de recuerdos. Recuerdos que no tienen porqué sustentarse en lo erótico (en lo amoroso) sino que, por el contrario, cabrían en lo superficial o epidérmico. Quiere decirse: el lector (un servidor de casi nadie. ¡Yo!) se ve a sí mismo leyendo los versos que acaba de leer ahora, veinte años atrás. Ve, además, el espacio copado por la tarea de leerlos. Y la luz blanquecina de la tarde tornasolada en que los leyó. Y el presentir de los pájaros que, más allá de la ventana de su cuarto, gritan desesperados por la venida de la primavera… Sí, el lector (¡yo!; un servidor, ya, de nadie) los leyó en primavera… Y todo ello, como digo, tras toparse con los dos primeros versos: <<No te he tenido más en mí,/ que el río tiene al árbol de la orilla>>.

     <<La chica de la perla>> no tuvo al lector (¡a mí!) más en sí que <<el río tiene al árbol de la orilla>>. Esto es un hecho. Pero el lector (¡yo!) tampoco la tuvo a ella, es más: el <<viento pobre>> de la incomprensión y el <<cielo vago>> de la depresión anímica impidieron que la fusión de almas se produjera. Esto es, por malaventura, otro hecho. Mejor no meneallo.

     Siempre <<La chica de la perla>> estará, sin embargo, en el espíritu memorístico del lector (¡en el mío!). Y esto, otro hecho incontrovertible, basta para singlar el mar del amor frustrado leyendo a JRJ como si no hubiese un mañana. Se llama (lo dije antes) <<anclaje psíquico>> de la poesía. Y debemos aprender, todos, a convivir con ello. No es, ¡voto a bríos (ay)!, fácil. 

martes, 6 de mayo de 2025

476/ Papel de empaque

Oscar Wilde parió una obra maestra de la literatura universal: El retrato de Dorian Gray. Y lo hizo (parirla) en sintonía con el <<Aburrimiento>>. Sí, he dicho: <<Aburrimiento>> (así, en mayúscula). Un poco lo que sostuve a colación de las Marinas de ensueño, de Juan Ramón Jiménez, en el post que precede a este (nº 274). Ahora, afinando más la idea, diré: ¡<<divino>> aburrimiento (así, en minúscula)! La <<belleza>> acaba imponiéndose al tedio. Ella lo abraza. Yo esto lo juzgo proverbial. Fabricar una pieza bella y tediosa a la vez está al alcance de muy pocos. Legión son, por el contrario, quienes idean piezas amenas pero feas. Suelen, éstos, nadar en oro (un oro, el literario, cuyos quilates desdoran las épocas…). Wilde, menos hombre de su tiempo que socarrón, supo muy bien lo que se hacía: acudir al barroquismo (quizá al Manierismo) para dar empaque a una obra que, de otra manera, habría pasado desapercibida… Un fiasco. Un bodrio. Una confitura verbal…; pero no. El autor supo (más mamó) del efecto colateral de la belleza en una historia, per se, insulsa: la de un joven aristocrático que da rienda suelta a su vanidad (a su narcisismo) hasta el extremo de cruzar la linea roja de la legalidad penal (se convierte en autor de un crimen) y espiritual (firma, por decirlo así, un pacto con el Diablo). Un narciso envalentonado, tal vez, por mediación del mismísimo Belcebú (o su adlátere: Lord Henry); también, inhibido por un ángel poco o nada secundado por los otros en sus ideas y actos (el autor del retrato maldito: Basilio Hallward). El típico tópico juego de contrarios. 

     Oscar Wilde, insigne escritor, configuró una historia insulsa (se ha apuntado) envuelta en papel de empaque cuyos brillos y textura invitan a no desgarrarlo con la finalidad de ver lo que éste envuelve: el regalo tremendo. Y el regalo tremendo, a mi juicio, es la siguiente liza: Hedonismo vs. Estoicismo. O, tanto monta: Placer vs. Moral al uso. El regalo tremendo queda oculto por un envoltorio verborreico tan bello como insustancial. Ése, y no otro, ha sido el mayor escollo con que ha topado este lector que no sirve a (casi) nadie y cuyo espíritu barroco aspira al minimalismo conceptual (sé que parece contradictorio. Pero tal como decía el sabio del barrio de Salamanca, para el mundo de la literatura, Dragó: <<Me arrogo el sacrosanto derecho a contradecirme>>; o algo así). Un caos. Un contrasentido. Un disparate. Y luego está, diseminado por toda la novela, ese clasismo insufrible para el lector actual. Un clasismo fundamentado en la sensibilidad (¡tócate las gónadas!), en la erudición, en la herencia. Bien mirado, hoy sigue aconteciendo así, lo que no es óbice para denostarlo con ferocidad. Pero… <<¡Literatura es forma!>>. Correcto. Aunque a veces la forma de que se trate drene más que conquiste la sensibilidad y el espíritu del <<pobrecito lector>>. Y entonces ahí, llegado el fatídico caso, es cuando éste (el lector. Quién si no…) deflagra. ¡Cuando, sin poderlo prever, el lector desiste de todo lo aprendido/sentido/pensado montando en cólera y maldiciendo a cualquier bicho viviente (e inerte) y todo porque se lo llevan sin un alarde de fuerza los mismísimos diablos!…

     El narrador (¿Oscar Wilde?) de El retrato… es un aburrido, soporífero, cargante y molestoso espécimen; aparte, es claro, de genial. Pero subrayar esto último, archisabido por todos, no es sino una vulgaridad… 

     

     (Risas).                       

lunes, 28 de abril de 2025

475/ Solitario solidario

<<Muerte>> y <<belleza>>, en pleno Romanticismo, iban de la mano. El Modernismo aunó ambos términos (ambas realidades). Un ejemplo claro de esto puede verse en los poemas de Juan Ramón dedicados a su sobrina María Pepa, <<Muerta en la Tierra>> y <<viva (…) en el cielo de Moguer>>, encastillados en Historias (edición de Rocío Fernández Berrocal). Ahí, como digo, puede comprobar el lector cómo belleza y muerte (o simplemente la muerte hermoseada por el lirismo juanramoniano. O bien la belleza moribunda, porque nunca ella muere…) crean entre sí una sinergia difícil de explicar para neófitos poéticos. Basta echar un vistazo al poema siguiente (nota: no hago la corte al poeta, movido por el uso de <<j>> donde debe ir <<g>>, y nunca se la haré):


          Yo la tuve cogida por la mano,

     mucho tiempo después de haberse muerto,

     por si podía (yo)

     ayudarla a pasar por el misterio.


          Después, hubo un instante

     en que sentí pararse algo, dentro

     de no sé qué –¿de ella, de mí?–;

     y le dejé su mano

     sobre su pecho,

     ya en el lugar seguro toda

     la levedad del vivo jazminero.


     Juzgo el término que cierra el poema (<<jazminero>>) magistral; el adjetivo que le precede, fenomenal. María Pepa resucita en el poeta, que muere en ella, en olor de jazmín…

     Juan Ramón Jiménez, más puro que nunca, sumido en la pura tristeza. Pero no cualquier tristeza. Más una esperanzada: la de ayudar a María Pepa a pasar por el <<misterio>>. ¿Cabe mayor solidaridad? La respuesta, sencillamente, es: <<No>>.

martes, 8 de abril de 2025

474/ "Marinas de ensueño"

Confesaré algo: la re-lectura de un libro no es (por decirlo así) plato de <<ordinario>> gusto para mí. No es lo acostumbrado. La re-lectura de un libro de poemas, diré ahora,  deja un regusto agradable en mi paladar lector. La re-lectura de una novela, desde luego, se le vuelve acibarada a éste. Pero iré sin dilación al caso que nos ocupa: un poemario sustancioso de Juan Ramón Jiménez; su título: Historias; fecha de primera lectura: año 18. En el 25 lo releo, sí, con verdadero gusto; pretexto: la excepcional musicalidad de los versos juanramonianos, muchos de ellos pertenecientes a la primera época del poeta (la <<sensitiva>>). Un concierto sinfónico, por ejemplo, lo hallamos en la sección <<Otras marinas de ensueño>>. Ahí podrá comprobarse lo que mal que bien sostengo en este improvisado post. 

     Botón de muestra:


     Al fondo de la calle de lluvia, sola y pobre,

     como un jardín se inflama un ocaso vehemente;

     los muros son astrosos, los cristales, de cobre;

     se dijera que todo se va a acabar, que el poniente

     es un fin verdadero…


     Huele a brea y a lama,

     casi en seco, los pobres barcos están doblados…

     Un arroyo de sangre parece que derrama

     todavía no sé qué ríos agotados…


     ¿A dónde ir? ¿En dónde estar? ¿Hay alegría

     en parte alguna? ¿Es verdad que hay aurora?

     Todo el color del mundo es esta marina de ele(j)ía,

     la risa, esta agua sucia y sangrienta que llora…


    

     Otro botón de muestra, esta vez, alegre: 


     ¡Oh, tarde clara, pura, suave, melodiosa!

     En los cristales se refleja la marina…

     todo es de un oro suave, de un melodioso rosa…

     Se dijera de agua la brisa vespertina…


     El aire trae y lleva la alegría del puerto…

     todo es tranquilo: el trabajo, la risa, la sirena…

     El mismo hogar alegre, de par en par abierto,

     parece que se va, por una mar serena…


     Como sin fuera absurda la nostal(j)ia se olvida

     está aquí lo solado, lo cierto, lo bendito…

     qué gracia de colores, está nueva la vida…

     en el ocaso má(j)ico se muestra lo infinito…

   


     Siete años, como siete días, han transcurrido entre la primera lectura y la no menos primera re-lectura de Historias. Siete <<diminutas enormidades>>. Siete abismos líricos sin lírica (por decirlo al modo jeroglífico). No hay jeroglífico que valga: cada vez está menos presente la lírica entre nuestros líricos. Esto, paciente lector, es todo lo que hay. 

     Hoy el ojo y el oído (los míos) tejen su red de significados abstractos de manera más eficiente que siete primaveras antes. La melancolía ha sido, por fin, trascendida; como la nostalgia. Ergo: la lectura sosegada, sensitiva (auditiva y visual), ha acabado imponiéndose definitivamente a esa otra lectura racional que echaba humo cada vez que mis ojos se topaban con una de estas <<marinas de ensueño>>… Y qué belleza, y qué aburrimiento, y qué fantástico aburrimiento… Leyendo estas marinas se aburre uno con delicadeza: la única manera legitima, me parece, de aburrirse el lector. Y que nadie confunda delicado aburrimiento con bajeza o mediocridad artísticas. ¡Nada que ver! Juan Ramón Jiménez es (fue. Será) el mejor poeta de la historia de la literatura de todos los tiempos. Repito: ¡De todos los tiempos! É, incontestablemente, cosí.