viernes, 28 de diciembre de 2018

295/ El buen poeta

Joana estaba afectada por el síndrome de Rubinstein-Taybi, una deficiencia a la vez física y psíquica que implicaba problemas motores que la obligaban a utilizar muletas y silla de ruedas. Ella comprendió que su bienestar dependía del afecto de quienes la rodeaban y aprendió muy pronto que el afecto genera más afecto. De la vida de Joana hablan muchos poemas extendidos por mi obra, y quizá los más claros sean “Los ojos del retrovisor”, un canto a su belleza que es su bondad perteneciente al libro Aguafuertes, recogido en el volumen El primer frío. Los otros dos son “Noche oscura en la calle Balmes”, un poema del libro Estació de França que habla del nacimiento de Joana en 1970, y el poema “Tchaicovsky”, también del libro Aguafuertes, que narra y analiza unos hechos que no pude afrontar poéticamente (es decir, realmente) hasta mucho más tarde.
     Treinta años después, la historia acabó en los últimos ocho meses de la vida de Joana, que son el tema del libro que lleva su nombre. Siempre estuvo presente la angustia al imaginar su indefensión una vez que el padre y la madre hubieran desaparecido. La paradoja es que ellos dos son los huérfanos” (Joan Margarit. Acerca de Joana).
     Este “prologuillo” de Joan Margarit es ilustrativo de su genio. Así con todos los poemas que escribe: sabe concluirlos como nadie sabe. Yo lo he conocido en entrevista. Yo lo he reconocido en un ramillete de composiciones de alto vuelo literario y práctico. 
     Margarit: poeta serio. 
     Margarit: poeta de oficio.
     Margarit: poeta de acento encantado.
     Léanlo. No se arrepentirán. No es posmoderno ni lleva sombrero ni emboca su voz un micrófono en algún figón de la ciudad nocturna (y que entienda quien pueda). 
     Sus poemas le averiguan. 

miércoles, 28 de noviembre de 2018

294/ Del desarraigo

Pocos reconocerán un poema de Pombo. La sombra de su prosa es alargada; no así la de su verso. Aquí, un ejemplo de la poesía que don Álvaro (ojo: no de Luna) escribe: 

Yo no soy de esta ciudad ni de ninguna. 
He venido por casualidad y me iré por la noche
aquí no tengo primos ni fantasmas.
Ahora veré los árboles despacio la calle entre dos casas
neutras
que conduce a un parque vacío.
He visto ya en otros sitios cómo el viento
hace huir un papel de periódico
y sé que la lluvia será hermosa desde esa taberna de provincia desierta.
Cenaré temprano y antes de que salgan del cine las parejas de novios
habré dejado de ser en la mirada enumerativa
de la estanquera.
Y habrán fregado ya mi taza de café
y mi tenedor y mi cuchillo y mi plato
en la Fonda sustituible.

     La composición arriba copiada pertenece a Variaciones. Año 78. En ella el poeta aborda el tema del desarraigo. Juzgo desdramatizada la perspectiva que adopta el sujeto poético. Éste se regodea en lo desenraizado que le procura cierta felicidad inducida, un punto, por la belleza de la lluvia y por la temporalidad. Sabe que “la lluvia será hermosa” y que abandonará la ciudad “por la noche”. Él no es “de esta ciudad”. Él no es “de ninguna ciudad”. Soledad y nocturnidad parecen disociadas. El tiempo transcurre inexorable en tanto que el sujeto poético, de ello, ni se jacta ni se duele. Tengo por natural y fluido este modélico poema de Pombo. En él la melancolía da paso a la nostalgia. Últimamente rechazo la tristeza en aras de la simple contemplación del Buda. 

martes, 13 de noviembre de 2018

293/ "Arte de las putas"

Bienquiero a la incorrección política. Ella es mi Dios. Mi libertad es ella. No obvio la ocasión en que pugna por nacer para ejercer yo de matrón. Está resuelto: soltaré la rienda a Spirit. Que trote, loco, por el valle. Que relinche. Que brinque. Que juegue. 
     El ilustrado presenta una cara “be” ciertamente jugosa. Esta: “Ya fuera para criticar, ya por el mero gozo del intelectual que se observa a sí mismo mirando a través de los quevedos, los reformadores se sumergían en la muchedumbre a ver pasar brujas encorvadas cabalgando a lomos de los borricos del Santo Oficio, iban a los toros, presenciaban ejecuciones en la plaza pública, disfrutaban de las fantasmagorías de linternas mágicas y titirimundis, frecuentaban a las putas para contarlo en latín en sus diarios, observaban al majerío de alto y bajo copete, y escuchaban con hervor de risa las prédicas de los frailes gárrulos que intentaban disimular su ignorancia revistiéndola con los brillantes harapos de la retórica barroca, centelleante de metáforas y enigmas. Luego, aquilatado todo y reducido a decoroso esquema destilaban la normalidad y la lejía neoclásica con que había que limpiarse el pringue de la sucia cabezota de la República. Por allí quedaban las virutas de la mugre y los pelos sobrantes para hacer tratados de putas y otros juguetes con que pasar el rato en las tertulias, entre lecturas de memoriales científicos y recitado de tragedias patrióticas. Aquella gente sabía divertirse y no le faltaban ocasiones, aun en medio de la desolación y el desgobierno” (el garabato que rubrica las líneas arriba copiadas es: Pilar Pedraza. Se encastillan, éstas, en el prólogo al libro heterodoxo de Nicolás Fernández de Moratín intitulado: Arte de las putas).
     Dos señalamientos. Uno: la escasa altura literaria de la obra de Moratín el viejo (¿acaso habría que endosarle al adjetivo `viejo´ este otro término de su misma especie: `verde´?). Y dos: ¿por qué la prologuista no enuncia, a las claras, que don Nicolás se definió en su Magnum Opus como pederasta y sí lo que sigue: “Dice que en Madrid se pueden conseguir niñas, pero no lo recomienda. Es preferible buscarlas mocitas, que hayan cumplido el tercer lustro”? 
     Léase el siguiente pasaje: “¡Oh, cuántas brazas de hondo tiene el coño/ de la Pepa la larga, a quien circunda/ tosco cañaveral de ásperas cerdas!;/ y así no es mucho que en silencio pase/ aunque no digna de él, a la Casilda/ ni a la Tola, que tiene entre las piernas/ un famoso rincón de apagar hachas;/ a la una y otra hermana Aragonesas,/ la Paquita Sangüesa y la Cañota,/ que lo daba por uvas de su viña;/ a la Tecla y Liarta que aún es niña,/ a la Rafaelilla y Micaela,/ y a la lujuriosísima Fermina,/ que no repara mucho en el dinero,/ cual otra castellana Mesalina:/ y la Chiquita, a quien el Padre Angulo/ le pegó purgaciones en el culo”. Y todavía más adelante: “Así la inimitable Laventana/ se dio a un servidor vuestro en dos pesetas/ siendo niña, aún casi doncella y sana”. 
     A lo largo y ancho del libro hay más botones de muestra. ¡Ojo!: incorrección ética e incorrección política no son pintiparadas. 
     Diré, ahora, que Sopitipandos no conoce la censura ni la autocensura. Me repugnan muchos versos del citado Arte de las putas de don Nicolasín Fernández de Moratín: un bufón que sabía rimar palabras. Entiendo que son versos. Entiendo que tras esos versos no hay nada.
     El Buda dijo: “Más vale una sola palabra que otorgue paz, que miles inútiles”. 
     Que entienda quien pueda entender.  

jueves, 11 de octubre de 2018

292/ Habladores indiscretos

Las filosofías de Immanuel Kant y Siddharta Gautama tienen un punto en común. Este: que la “totalidad” de las cosas es considerada en sí misma independientemente de las limitaciones de la capacidad perceptiva del hombre. El filósofo llamó a esto “Antinomia de la razón pura” en el libro Crítica de la razón pura. El Buda dijo: “Somos lo que pensamos”. Cabría, pues, deducir que el mundo es lo que pensamos que es el mundo. Ahí está la falacia. El mundo es el mundo y no lo que yo creo que es. 
     Críticos y demás ralea no estarán contentos con la apreciación anterior. Cada vez que un crítico abre la boca (más el literario) sienta cátedra. Como el político. Como el columnista. Como el bloguero (columnista achicado. O: erudito a la violeta). Lo que todos dicen (lo que todos decimos) no es más que una verdad sesgada. No la verdad recta.
     Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad,/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela”. 
     No leas, lector querido, a nadie ni nada exclusivamente y sí a todos y todo. 

martes, 2 de octubre de 2018

291/ Javier Gomá Lanzón

A Javier Gomá Lanzón lo vi por vez primera en la caja tonta. Como a Ana María Matute. O a Alejandro Jodorowsky. O a Fogwill. O a Luis Alberto de Cuenca. O al Marqués de Tamarón. O a Almudena Grandes. O a Enrique Vila Matas. O a Juan Marsé. Etcétera. Una entrevista a todos, al menos, vi. No utilizo la televisión para nada distinto de descubrir escritores. También algún documental o reportaje. Eso es todo.
     La entrevista a Javier Gomá Lanzó me dejó en el paladar un regusto agridulce. ¿Lo agrio?: su lenguaje no parecía el propio de un filósofo. Demasiado llano. Un punto deslucido. ¿Lo dulce?: los temas sobre los que filosofó (a mi juicio maravillosos). También la valoración que hizo de la figura paterna. Ello me decidió a leer su obra. 
     En el prólogo al libro Filosofía mundana ha escrito Javier: “La nota de mundanalidad señala triplemente la dirección a una filosofía que desea pensar sobre el mundo, para todo el mundo y, si la ocasión se muestra propicia, con un poco de mundo”. Y más abajo: “Dicho de otra manera, el tema es el mundo, apropiado nuevamente por nuestro tiempo, no los libros que cavilan sobre él. Filosofía mundana se desentiende de esos problemas meramente filosóficos, divorciados de la experiencia compartida, que solo preocupan a los profesionales de la disciplina si por ventura caen dentro de su especialidad académica y, en cambio, elige como asunto cuanto mantiene en vilo al común de los mortales: la individualidad, la belleza, la fortuna, el amor, la felicidad, la dignidad, el anhelo, la civilización, el entusiasmo, el enigma de la vida, la paz, el arte, la justicia, la muerte y tantos otros”.
     Pregunto: Qué está sucediendo con Filosofía. Qué, con Lengua Castellana y literatura. Qué, con Matemáticas. Todas ellas (excepto Filosofía. Esto tendríamos que hacérnoslo ver) son asignaturas en curso de nuestro sistema educativo. El alumnado las rechaza de plano. Tú, Javier, has golpeado del clavo la punta. Se olvida lo esencial de ellas. Se insiste en lo superficial que tal vez (pero no lo sé) hay en ellas. O tanto monta: no se contempla su aplicabilidad en la vida cotidiana.
     El Quijote también sirve para aprender chascarrillos. 
     La sintaxis castellana también sirve para hablar y escribir correctamente. 
     La obra de Nietzsche también sirve para conocer la condición humana.
     ¿Nadie hará nada por cambiar el actual estado de cosas? 
     
     Resignación.       

miércoles, 19 de septiembre de 2018

290/ Enhorabuena del niño lector

La presente bitácora elogia la literatura infantil. Exhibe, esta, rasgos que no abundan en su hermana mayor. Tales como: sencillez, claridad, belleza. Ignoro qué está pasando con la literatura para adultos actualísima. La juzgo horrorosa. Oscura. Enrevesada. El término “literatura” no solo abraza la narrativa. El ensayismo no narrativo y el lirismo también se resguardan bajo su capa. En todo ello no hallo demasiado estímulo lector. Excluyo los libros de un breve ramillete de escritores geniales. Un ejemplo: José Antonio Muñoz Rojas. Otro: Álvaro Pombo. Otro: Fernando Sánchez Dragó. Otro: Juan José Millás. Otro: Enrique Vila Matas. 
     He dicho: José Antonio Muñoz Rojas. No vive. Su obra, sí. Por aguda. Por cadenciosa. Por arraigada. Hoy se le ningunea. Los caminos de la estupidez humana son inescrutables. Lean Cantos a Rosa. Opino (con Aleixandre) que Muñoz Rojas fue el mejor poeta de la generación del 36. Superior, en todo, a quienes mal que bien escribimos versos en el 18. Excepciones hay. Sí. Y qué.   
     Lo pienso. Lo siento. Lo digo.     
     Hablaba yo de la literatura infantil…
     Cliqueen aquí (un gran ensayo breve. Les merecerá la pena. También su admiración). 
     Mi gratitud, Juan, eternamente. 

martes, 11 de septiembre de 2018

289/ Poema alegre de poeta triste

¡Albricias! (lo sé, lo sé, posmodernos). Tras muchos años leyendo a Juan Ramón, por fin, hallo un poema suyo alegre. Subrayo lo recién dicho: alegre. No subrayo las palabras con “g” que el poeta escribía con “j”. Las copio con “g”. No le hago la corte al maestro. No paso por el aro de fuego del `liberticidio´ ortográfico. No me avengo con las incorrecciones de ese tipo. Yo no soy posmoderno. Ni (solo en esto. Conste) individualista. Perdónenme los vanguardistas. Y, de paso, la rima. É cosí
     He dicho: poema alegre. Digo ahora: poema sereno. O poema suave. O poema agradable. O poema delicioso. O poema sublime. Como se prefiera. Se encastilla en Historias. No lleva título. Los posmodernos pueden darse con un canto en los dientes. Editoriales de esa laya (posmodernas. Si existen. Su vida no suele ser larga) se pondrán locas de contentas. Tipo, estas, underground. Oh, yeah. Sirven vino y queso (¿y por qué destierran del paladar los chicharrones y la cerveza? Hummm) a los lectores en las presentaciones de los libros que editan. ¡Qué nivel! Nadie se enfurruñe. Lo digo sin pizca de ironía. Vino y queso hacen las delicias del autor y de sus lectores. ¡Menos da una piedra! Excepto si es la de Pizarnik…   
      He aquí el poema: “¡Oh, tarde clara, pura, suave, melodiosa!/ En los cristales se refleja la marina…/ todo es de un oro suave, de un melodioso rosa…/ Se dijera de agua la brisa vespertina…// El aire trae y lleva la alegría del puerto…/ todo es tranquilo: el trabajo, la risa, la sirena…/ El mismo hogar alegre, de par en par abierto,/ parece que se va, por una mar serena…// Como si fuera absurda la nostalgia se olvida/ está aquí lo soñado, lo cierto, lo bendito…/ qué gracia de colores, está nueva la vida…/ en el ocaso mágico se muestra lo infinito…”.
     No comment. Por excelente. Por magistral. Por insuperable. Ea. ¿Saldrá, bajo piedras, un posmoderno a decirme: “¡Qué antigüedad! ¡Eso está superado!”? Que salga. ¡A mí plin! (¡por Buda! ¿También está anticuado este coloquialismo? ¡Uf!).
     Risas.  

miércoles, 22 de agosto de 2018

288/ Nada importa nada

La frase arriba copiada a modo de título la leí por vez primera el año 2002. Fue en el libro El sendero de la mano izquierda (Fernando Sánchez Dragó. Planeta). Quedé deslumbrado. Quedé fascinado. Quedé anonadado. Por la cita y por el libro. Más por la cita. 
     Varias veces la fraccionamos y analizamos, al detalle, Alberto Pareja Campos y yo. Todo mientras nos empinábamos una jarra de tinto con limón o taza de café con mala leche en algún barucho de Sevilla (La `Isla de Baal´: Alfalfa. También en la Alameda de Hércules).  
     Qué tiempos…
     Escribe Dragó en la mentada obra: 
     “Para empezar, y por si acaso, ríete de todo, porque nada importa nada
     (…) 
     (…) Lo dijo o lo escribió, con voz y pluma anónimas, un filósofo presocrático. ¡Bendito sea! (…) 
     Es frase, por cierto, que me sirve de constante (y lenitivo) norte y a la que recurro siempre en momentos de aflicción o tribulación. Lo juro: mano de santo”.
     Muy bien.
     Hoy, leyendo Historias (Juan Ramón Jiménez. Fundación José Manuel Lara), he vuelto a toparme con la frase. El poema en que aparece se titula Retorno crepuscular. La estrofa que a buen recaudo la pone es esta: “Del amor, cobijado en la fronda empolvada/ solo brillan los ojos; como pasa un aliento/ de infinito, y nada importa nada,/ el alma está desnuda, la carne es sentimiento…”.
     Me atribuyo el subrayado.
     Rocío Fernández Berrocal afirma (y confirma) que Juan Ramón Jiménez escribió Historias entre 1909 y 1912. Pregunto: ¿Tomaría Dragó la cita del filósofo presocrático o de Jiménez? ¿Y este? Otra pregunta: ¿Es que nadie ha pronunciado (o pensado) alguna vez la frase de rigor sin haberla leído (tampoco escuchado) antes? Aplico lo dicho a cualquier párrafo. O capítulo. O libro.  
     Ni un solo hombre juzgará disparatado pensar que otro de su especie, en algún tiempo y lugar, esté escribiendo (haya escrito. Escribirá) estas líneas que aquí y ahora escribo yo. ¿Inquietante? Pche. Uno está, ya, curado de espanto.       

miércoles, 15 de agosto de 2018

287/ "Leer cuentos da sueños"

A los niños 
víctimas de una educación
 tirana, racionalista,
sin sensibilidad ni cariño 
ni consuelo adultos en general 
y paternos en particular.

Ahora otra lista feliz... 

A Yago ("Príncipe de Azulandia").

A Álvaro "grande" y Carla.

A Álvaro "chico" y Alejandro.

A Giulia.

Estoy en contra de la pedagogía del rigor. No me cansaré de elogiar el efecto del afecto en la educación infantil. Los seis primeros años de vida se me antojan cruciales. No menos los seis siguientes. Un niño educado con disciplina y en una jerarquía “castrense” o "cuasi-castrense" verá de por vida su vida castrada y vivirá a disgusto consigo y con los demás. Uno al que tratan con afecto y cuyo comportamiento es juzgado con relativa flexibilidad no se convertirá en carne de frustración cuando sea adulto (horrible término este: adulto. ¡Puagh!) porque sí y punto. Entre ambos nefastos e irreconciliables extremos salta, loca, la “adulancia”.     
     Ilumi (El otro sol). Ilumi (El otro sol), novela de Elías Hacha, autor poco conocido: nada posmoderno. Creo. Elías es (o fue. Lo desconozco) profesor de Secundaria en no sé qué instituto andaluz (no de la mujer. De ella y del hombre. Oh: ¿Habemus machismo?). He leído Ilumi (El otro sol) y quedado satisfecho y recomendado su lectura y re-lectura. El protagonista es inolvidable: un niño que cursa 5º o 6º de Primaria y sufre acoso escolar y, casi, al mismo tiempo sueña sueños lúcidos. 
     Alejandra Quintanal Fernández-Escandón refiere una frase ingeniosa que viene como anillo al dedo: “Leer cuentos da sueños”. Esta novela (este cuento) los da (sueños) literalmente. Los sueños de Iluminado (el protagonista) dan esta novela. Sueños afectados de realidad por medio del soñador que es bisagra entre esta y aquellos. Ilumi (El otro sol) es novela poética. Rectifico: algunos pasajes lo son (poéticos). Ilumi (El otro sol) es novela tierna. Rectifico: la mayoría de los pasajes lo son (tiernos). Ilumi (El otro sol) es novela bien escrita. Rectifico: una que otra frase (mejor: palabra. Mejor aún: “enganche” de palabras) podría revisarse un punto. No importa.  
    Ignoro quién es Elías Hacha. Elías: mi gratitud por haber escrito una novela breve de recomendable lectura para quienes quieran saber qué piensa y siente un niño nómada acosado por otros sedentarios que acaban amistándose con él. 
    Yo no sé qué cosa es el acoso. Nunca lo sufrí. A nadie acosé nunca. Llama mi atención la ignorancia rayana en inaptitud en que viven los padres del acosado. En vez de “inaptitud” (con pe) podríamos decir “inactitud” (con ce). A una u otra, conjeturo, llegan los adultos por la revirada senda de la adultez. La etapa más tonta del hombre. La negación insistente del espíritu salvaje y bonachón que todo ser humano tiene por haber sido, antes, niño. La meditación encumbrada al monte de la inocencia más extrema de cuantas hay. No paran mientes en entender al niño porque son inaptos (también ineptos) e incapaces de retomar de sus adentros el que ellos fueron. Este es el quid de la dramática cuestión. Adultos. ¡Bah! 
     Un pasaje memorable de Ilumi (El otro sol) es aquel en que el padre da rienda suelta a su pensamiento mientras contempla al hijo dormido sobre el catre. Alguien dijo: “La contemplación es la forma más elevada del amor”. O algo así. Yo lo apruebo de cabo a rabo. A menudo, estimo, se desvalorizan los sentimientos paternos. Un padre siente y padece. No es un robot. Un padre es hombre. Un hombre no es un robot. Los cortocircuitos que sufre (como la mujer. Tampoco ella es un robot) lo demuestran. No quiero meterme en berenjenales de género, aquí, innecesarios. Machismo y feminismo me aburren y escaman a partes iguales. Yo apuesto por el humanismo (filosofía y literatura anti-machista y anti-feminista. No es paradójico). Quizá por el humanitarismo (ética filosófica. Y/o literaria). Para ser humanista hay, primero, que poder pensar con libertad. Esto se logra leyendo, pero no la prensa, y rehusando ver TV y meditando en la postura del loto a media tarde y amando porque sí (porque me da la gana) al prójimo más prójimo de todos los prójimos que hay: mi igual (¿cometo delito obvio de machismo si no añado: “hombre o mujer”?). Sea: hombre o mujer.    
     El mentado pasaje es este: Ilumi… chiquillo… si tu supieras cuánto… pero es que tú… no paras, hijo mío… no paras ni un segundo… y a veces uno… en fin… no siempre se tiene la paciencia… el temple suficiente… yo no soy perfecto, ¿sabes?… que sea tu padre no significa que yo… y tú… es que no paras, chiquillo… ahora mismo, ahí, dormido… te miro y me parece que te sigues moviendo… con toda la cabeza mojada de sudor… esos pelos pegados a la frente… te miro y… en realidad, eres lo más precioso… lo más vivo que… hace un momento, cuando se acostó mamá, yo… bueno, leía una partitura en el salón… y de pronto… pensé en ti… me sentí mal… me sentí… culpable… ya ni veía las notas de la partitura… por eso estoy ahora aquí… velando tu sueño… no se me ocurrió otra cosa… y no puedo… no dejo de darle vueltas a la cabeza… ¿cuántas veces te he reñido hoy?… ¿cuántas han sido?… recién levantado, porque te hiciste el lavado del gato… después, te llamé vago porque no querías limpiarte las botas… te volví a gritar porque te enganchaste en el cable de mi radio cuando fuiste por fin a coger el cepillo… ya ves, todo por haberme perdido diez segundos de las noticias de la mañana… desayunando, también… derramaste el azúcar… untaste demasiada margarina a la tostada… te la tragaste a lo palomo, sin masticar… “¿Es que no te fijas, niño?”…, “¡Pero, niño!”, te repetía… como si esa palabra fuera una palabra maldita… casi como un insulto… ¡niño!… pero lo peor fue a mediodía… tu maestro que me llama… que te habías peleado con un compañero… y tú que apenas te explicas… y yo que vuelvo a reñirte sin dejar que te aclares… y más tarde, en el coche… con toda mi seriedad de adulto… tú ni siquiera te defendías ya… y para colmo, por la tarde… la madre del otro niño… y vuelta a empezar… hasta que te plantaste y te negaste a cenar… ¡dos veces estuve a punto de llevarte por la fuerza hasta la mesa!… y lo hubiera hecho si no es por mamá… sentí deseos de agarrarte por la oreja… de zamarrearte… es así, lo confieso… ¿ves lo que te digo?… no sé en qué me estoy convirtiendo… en qué me está convirtiendo esta costumbre de encontrarte siempre defectos… no es que yo no te quiera… es que espero demasiado de ti… demasiado… te miro con mis ojos de hombre y olvido que eres un niño… y aquí me tienes ahora… avergonzado… de poco sirve, ya lo sé… sin embargo, te prometo que mañana cambiarán las cosas… te lo prometo… no voy a olvidar tan fácilmente que eres un niño… viéndote ahora… aquí en tu catre… tengo la impresión de que eres un bebé todavía… hace un momento, tu madre te traía en brazos, con tu cabeza en su hombro, como tantas veces… he sido tan… injusto, hijo mío… ahora solo quisiera poder entrar en tus sueños… y ser allí tu amigo… tu verdadero amigo…
     Y lo fue. 
     Fin de la historia.

viernes, 10 de agosto de 2018

286/ Arte y oficio

El 24 de abril de 1994 El País publicó el discurso de recepción del Premio Cervantes que escribiera un hombre drástico, sarcástico, encomiástico. Aquí las últimas líneas: “No puedo arrepentirme de haber visto pasar la vida entera con la pluma en la mano, yo ya no puedo dar marcha atrás por haberme pasado la vida escribiendo, tampoco quiero ni debo hacerlo y proclamo mi lealtad a mi oficio. Me reconforta pensar que la palabra tiene su mejor premio en sí misma, y doy gracias a Dios, también a los hombres, por no haberme querido mudo ni muerto”. La firma estampada pertenece a Camilo José Cela. 
     Vaya, ahora, una reflexión fugaz. El escritor se duele de haber vivido poco por escrito mucho de un modo excluyente. Esto le ocurre al de raza. Al vocacional. Al que desconoce cualquier forma de vida más allá de la metódica escritura. Al que no desperdicia la menor oportunidad para estampar en negro sobre blanco cualquier frase (o verso) por inoportuno (o no) que sea. En un folio. ¡Va! En un trozo de cartón. ¡Va! En una servilleta. ¡Va! Dónde da, un poco, lo mismo. La cosa (y el caso) es escribir. Qué no da, ni un poco, lo mismo. La cosa (y el caso) es escribir algo “que merezca la pena”. Traduzco el entrecomillado: digno de ser leído. El lector no querrá perder el tiempo.
     Juzgo triste la verdad acuclillada en el inextinguible temor del escritor. A saber: que mientras escribe no vive (y viceversa). Opino que escribir podría equipararse a vivir dos o más veces. Yo no le atribuyo al tiempo un carácter pasajero. Vivir para escribir conlleva una carencia inevitable: vivir para (no) contarlo. Vivir libre. Vivir fuera de sí uno. En su extrarradio.  
     El escritor permanece ensimismado. Se trata de un ensimismamiento productivo. Los abstraídos no están libres de auto-reproches. Un botón de muestra: “debería salir y mezclarme con la gente”. Otro: “¿me volveré majara?”. Otro: “no sé si alegrarme de no necesitar ocio”. Hay escritores como cencerros (Panero). Los hay mundanos (Llamazares). Los hay distraídos con otros oficios (Savater. O Trueba). Su obra literaria es (será) breve. Uno que otro título sacará a relucir éxitos. Vale. Pregunto: ¿qué es recomendable: vivir poco y escribir mucho y bien o escribir menos y mal y vivir más? Téngase en cuenta que cantidad y calidad, hoy, traban. 
     Camilo José Cela logró ambas aspiraciones. Escribió mucho. Escribió bien. Todavía ironizó más y mejor. Que se duela (por lo bajini. A lo gallego...) de haber dedicado su vida a la escritura, negándolo, no sorprende. Yo le alabo el gusto. Yo, mal o bien que me pese, vivo para escribir.           

martes, 7 de agosto de 2018

285/ De la deslealtad

Rechazar una realidad adversa y optar por convertir esa realidad en un ideal. Transformar, luego, ese ideal en una realidad adversa. ¿Uroboros? No. Todo escritor es humano. Aunque existen, ya, novelas escritas por robots. Hay que decirlo. Todo humano no es escritor necesariamente. La obviedad viene a cuento. Los quisquillosos somos legión. El escritor piensa y siente distinto y distinto actúa o sobreactúa. Sus personajes hacen lo mismo.
     Léase lo que sigue: “Pensó que tendría que adoptar medidas urgentes para sobrevivir, pero cuáles, comenzando por dónde, puesto que todo el mundo adoptaba máscaras, sonrisas, pieles de ovejas, y ni siquiera supo, de pronto, si Demetrio Paredes, el escultor, era su amigo, o si era otra versión, hipócrita, de su enemigo. Se le vino a la cabeza, entonces, la idea extraña de que la única persona en el mundo a quien podía recurrir era Gertrudis, la de carne y hueso, pero descartó esa idea de inmediato, con una sacudida brusca de la cabeza, como si se tratara de una insinuación demoníaca. Con la instalación de su réplica en el salón de música, Gertrudis Velasco, la de carne y hueso, había sido suprimida de la realidad. Ése, por lo menos, había sido el propósito del marqués de Villa Rica. Había procurado confinar la realidad en la reproducción en cera, y reducir el personaje vivo a la condición de fantasma. Pero ese fantasma, ahora que los demás lo habían dejado solo, empezaba a revolotear en su cerebro con inusitada fuerza, haciendo que crujieran las paredes y que volaran plumas por todos los rincones” (El museo de cera. Jorge Edwards). El subrayado es mío. 
     Un proceso paralelo al arriba expuesto...
     Uno: perder la confianza en alguien. Dos: temer su deslealtad. Tres: sospecharla. Cuatro: corroborarla. Cinco: ahogar el resquemor producido por tal deslealtad en uno que otro texto “líquido”. Seis: renacer a modo de Fénix. Siete: hacer poesía con el mentado resquemor. Ocho: despejar las dudas suscitadas por el desleal (por la desleal). Nueve: hallar soledad en ello. Diez: hallar calma. Once: hallarse uno a sí mismo (a posteriori). Doce: perdonar la deslealtad. Trece: perdonar al desleal (a la desleal). 
     Fin del proceso.
     La amistad no es el eje sobre que gira la trama en la novela de Edwards. Sino el amor. La amistad dinamiza el argumento. El amor lo agrava. Gravedad deslucida. También el humor (culto. La ironía) está y se le espera. Acaso las líneas que preceden sean irónicas. Acaso ni tuve amiga ni fui traicionado ni rechacé, idealizándolo, nada luego.     

jueves, 26 de julio de 2018

284/ Un soneto magistral

¿Quién no ha experimentado lo que expresan los versos inmortales abajo transcritos?:

Echado está por tierra el fundamento
que mi vivir cansado sostenía.
¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!
¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!
¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento
cuando se ocupa en bien de cosa mía!
A mi esperanza, así como a baldía,
mil veces la castiga mi tormento.
Las más veces me entrego, otras resisto
con tal furor, con una fuerza nueva,
que un monte puesto encima rompería.
Aqueste es el deseo que me lleva,
a que desee tornar a ver un día
a quien fuera mejor nunca haber visto.

    Pregunto: ¿quién no ha padecido, alguna vez, tan brutal conflicto interior? Sorprende (deleita) la perfección formal de los endecasílabos. También el equilibrio logrado entre la ¿caprichosa? forma y el ¿reflexionado? fondo. Pero lo que zamarrea fuertemente al lector es la verdad que grita, a los cuatro vientos, el poeta. He dicho: la verdad. No es, la suya, poesía particular. Es universal. La del más grande sonetista español de todos los tiempos (sus iguales en la élite fueron Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Miguel Hernández y José Antonio Muñoz Rojas. Opinión personal): Garcilaso de la Vega. Escribió este yo no sé cuándo ni dónde el soneto traído aquí (nº XXVI) de fácil y bella factura y de no menos bella y fácil lectura que, me da a mí, no deja indiferente a nadie. 
     Daría lo que fuera por haber presenciado, in situ, la escena: Garcilaso escribiendo Echado está por tierra el fundamento y lo que sigue.
     Me postro ante el poeta perito. 

viernes, 29 de junio de 2018

283/ "Ego sum"

La primera experiencia capitalina de Juan Ramón Jiménez fue publicada en El Sol (1936). La transcribiré: 
     “Villaespesa, acabando todos de subir los doscientos escalones, me pidió que le leyera en el acto mis versos; y sin preocuparme de otra cosa, sin ver ya nada ni a nadie, bajamos los dos los doscientos escalones, entramos en el café que había en la misma casa, y allí, mientras no sé si tomábamos no sé qué, le leía todos mis versos, mi profuso libro Nubes, sentimental, colorista, anarquista y modernista, de todo un poco, ¡ay!, mucho. Llovía largo fuera; dentro, humo, plomo, férreo estrépito diferente. Yo en ninguna parte. Cuando quise almorzar, cené”.
    Es difícil abstraerse de la obra propia. Máxime cuando esta se lee a alguien. Ello equivaldría, para el poeta, a darse a sí mismo la anchurosa espalda. Yo lo juzgo muy sano. Y humano. Y galano. Y espartano. Incluso hasta un arcano... 
     El ego no conduce a ninguna parte. O sólo a ti solo (esto lo sostendría JRJ). 
     ¡Que lance el primer alejandrino quien esté libre de egolatría! ¿Nadie entre los poetas? 
     ¡Que lance la primera frase quien esté libre de egolatría! ¿Nadie entre los novelistas, cuentistas, ensayistas…?    

martes, 29 de mayo de 2018

282/ Las vanas ínfulas

Hay una circunscripción territorial misteriosa (por desconocida) de la literatura en la que nadie ha puesto jamás un pie. Otras circunscripciones afines son la del historiador y la del teórico literario. Las mismas que pueden (o no) corresponderse con esa por la que el lector se incursiona cuando le dejan o se deja. Aquella (la circunscripción misteriosa) queda en el limbo de lo por venir (pero nunca viene): ni el más avispado erudito podrá rozarla siquiera con la punta del zapato. Queda, pues, en el ámbito profundamente oculto de la mente y del espíritu del autor. 
     Defiendo a pie juntillas la existencia de una literatura distinta a la escrita y leída por todos y por todos descuajaringada y analizada hasta el micro-detalle e interpretada a la luz de la conciencia. El escritor la lleva consigo a la tumba. Y entonces, dicho sea al modo galo, c`est fini. O tanto monta: nada sabremos, ya, de su verdadera intención (la de la obra o la del escritor: ambas pueden divergir) ni de sus orígenes por cercanos o remotos que sean. La explicación es menos enrevesada que profunda: el autor no tendrá la certeza absoluta de haber dicho lo que, en efecto, dijo o quiso decir en última instancia. 
     Carlos Fuentes dixit: “escribir un poema es como hacer una carambola cuando jugamos billar”. O algo así. Cito de memoria. Yo digo: “escribir literatura es aproximarse a lo que uno pretende escribir cuando escribe, o cree que escribe, literatura”.   

viernes, 27 de abril de 2018

281/ De lo postmoderno

¡Cáspita!: los inicios del postmodernismo se sitúan en la tercera década del XVIII. ¿Que no? J. L. Alborg ha escrito: En el Diario de los literatos de España se lee: era imposible usar de paciencia con la turba de escritores que cada día rebajaban más el nivel de la literatura española y que, cuando prometían llevar a cabo alguna obra de investigación, no hacían sino copiar o resumir de mala manera los trabajos extranjeros
    Subrayarlo no es baladí. Con miras, sobre todo, a remarcar esa tendencia del escritor postmoderno a la falta de rigor y (añadido sea sin tapujo) a la insustancialidad. 

viernes, 16 de marzo de 2018

280/ "Niños, Gabriel no vendrá más..."

A Gabriel, pescadito azul, traslúcido

Otro Gabriel (Celaya por apellido) ha escrito:

     Educar es lo mismo
     que poner un motor a una barca...
     Hay que medir, pensar, equilibrar...
     y poner todo en marcha.

     Pero para eso,
     uno tiene que llevar en el alma
     un poco de marino...
     un poco de pirata...
     un poco de poeta...
     y un kilo y medio de paciencia concentrada.

     Pero es consolador soñar,
     mientras uno trabaja,
     que ese barco, ese niño,
     irá muy lejos por el agua.

     Soñar que ese navío
     llevará nuestra carga de palabras
     hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

     Soñar que, cuando un día
     esté durmiendo nuestra propia barca,
     en barcos nuevos seguirá
     nuestra bandera enarbolada.

     Pienso, ahora, en tu maestro o maestra. 
     Las estrofas 3ª y 4ª son para ti, alma blanca, entre almas blancas (con este añadido al verso decimoséptimo: “islas lejanas” del reencuentro con tus papás...).
     Sic erit.   

jueves, 22 de febrero de 2018

279/ "Sucesiva"

Hoy quiero copiar, aquí, uno de los mejores sonetos que he leído nunca: solo comparable a los que escribió José Antonio Muñoz Rojas, en general, y en particular a Rosa. 
     Autor: Gerardo Diego. Título: Sucesiva
     Nada hay como “querer en límites pequeños”.
     Me callo. El soneto... 

     Déjame acariciarte lentamente,
     déjame lentamente comprobarte,
     ver que eres de verdad, un continuarte
     de ti misma a ti misma extensamente.

     Onda tras onda irradian de tu frente
     y mansamente, apenas sin rizarte,
     rompen sus diez espumas al besarte
     de tus pies en la playa adolescente.

     Así te quiero, fluida y sucesiva,
     manantial tú de ti, agua furtiva,
     música para el tacto perezosa.

     Así te quiero, en límites pequeños,
     aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa,
     y tu unidad después, luz de mis sueños.

     ¿Alguien puede decir más con menos palabras (y con tanta belleza)? No ciertamente. 

miércoles, 31 de enero de 2018

278/ La Comedia Nueva

Me ha dado en pensar si la Comedia Nueva de Lope no estará sobrevalorada. Pregunto: ¿qué hizo, para acarrear tanta fama, el avispado dramaturgo con la escena del XVI? Yo no lo sé. Pero yo algo sé. Esto: pasar por la criba de la naturalidad todo el academicismo y, no contento, diseminar el rol de protagonista por un nada desdeñable ramillete de actores y actrices dotados. 
     Ello no bastaba. 
     Igualmente filtró alegrías y penas (propias de la vida-vida) para extraer de ello una materia elástica (maleable) que algunos denominan “ficción realista”. 
     Concluyo ya: ahí es nada.