Todo A es B. C es A. Luego C es B. Que todos somos el Otro, y todo, no requiere mayor elucidación. Empatía y conciencia nos habilitan para serlo.
Pregunto: ¿Por qué no aceptamos nuestra propia muerte? Y, ¿por qué la ajena, sí? Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre. Luego Sócrates es mortal. Dolorosa certitud.
Yo no anhelo que la Pálida Dama me bese. Nunca cavilo mi óbito… Creo, tal G.G.M., que nada más fenece quien se aleja de los amigos. En Doce cuentos peregrinos da cuenta de ello el Nobel colombiano. Juzgo la mentada práctica (no alejarse de los amigos), en buena liza, asepsia contra el terror. O lanzadera a la libertad.
Infiero: hay que avecindarse a la muerte; sólo avecindársele; no abrazarla a deshora. De hacerlo caeríamos en despropósito. Es sabido que la libertad adolece de precio. Verbigracia: estar a las duras y a las maduras, alegrarse con los éxitos del otro, ser su confidente… Abonémoslo y a continuar en la brecha.
La amistad se vende cara (mucho). No merece la pena ponerla en riesgo por pavadas insustanciales; perdón: por remilgos intelectuales, quería decir.
Pues eso.
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