Me han remitido una carta caligrafiada con pulso cimbreante y delator. Omnímodamente rendidos a la escritura los márgenes del papel; por el torso y por el dorso. Su extensión no deviene excesiva ni recaba ingeniosidades. Adolece de su justo término, de amistad, de afecto. Erigirme en receptor de la misma me ha regocijado; no solo por el remitente. Haberla redactado desempolva una práctica de raigambre humanista diferente de la de teclear lívidos correos electrónicos.
La carta se presta a ser olida, palpada, engurruñada; inclusive, <<guarecida en la faltriquera>>. Más honesta que la moneda corriente deviene. Emociones y pensamientos fugazmente transferibles vehicula. Pertenece a quien la redacta y a quien la descifra. Podría adquirir rango de Patrimonio de la Humanidad.
Saramago punteó el centro del asunto cuando explicitó: <<Un e-mail no se emborrona>>.
Pregunto: ¿Y una carta?
Una carta no sólo se emborrona. Una carta, además de eso, tiene alma. <<Carta viva>> podría ser el título de un poemario (en alusión a aquel Soneto vivo de Carlos Edmundo de Ory). Una carta, señoras y señores, fotografía el carácter (la personalidad) del autor a través de la caligrafía exhibida en ella (que si letras picudas, que si espacios minúsculos entre caracteres, que si <<renglones torcidos>>…).
El e-mail nació sin alma (aunque goce de popularidad a raudales). Vaticino, ay, que morirá más pronto que tarde…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.