lunes, 13 de agosto de 2012

3/ Tributo

Amistad: Perita dulce. Entre el clavel y la espada, de Alberti, homenajea a Filias. Eros es sobrevolado por ella. Cavilo: debiera erigirse estandarte del hombre medio. Atestiguo: empuja (Filias) a la vida. Cotejo: aquel (Eros), a la muerte. Ergo: vengan peritas.

     Pero ¡ojo!: perita dulce es, a veces, perita podrida. No, más bien: Perita indigesta. Demasiada azúcar… Pero, ¿es (Filias) nunca demasiada? Yo no sé. Hay quien la juzga, de ordinario, de esa guisa: excesiva. Y hay quien, al contrario, la juzga extraordinaria; o fuera de lo ordinario. Por supuesto, hay quien (ni lo uno ni lo otro) no la juzga desmedida ni insuficiente, sino justa y equilibrada. Yo engroso esa lista de sibaritas.

     Al primer bocado el dulzor me embarga; no diré que no. Pero, igualmente, al primer bocado ya sé que no comeré en exceso. ¿Por qué? Por una razón sencilla: porque el hartazgo engendra rechazo. Y perita dulce puede verse relegada al confín de la nevera; al hondo confín del olvido, que es el frío, un frío polar. Y, ahí, en el Polo frío perita dulce puede pudrirse; y aparecerle algún habitante indeseado que fabrica galerías húmedas y carnosas entre tanto dulzor…

     Ignoro si Alberti tuvo o no presente semejantes divagaciones cuando escribió Entre el clavel y la espada. Quiero pensar que sí. Sobre todo, porque Rafael (si no lo tengo mal entendido) paladeó peritas dulces que acabaron pudriéndose, como pudriéndose acabó la ideología política cuando (arrancada de su centro) fue motor de poesía. Un desastre. Un desatino. Qué fiasco.

     Todo esto me ha sugerido el librito de Alberti. Y yo, ahora, me arrepiento de no haberlo exprimido más; de no haberlo, siquiera, estrujado un punto entre mis manos… a ver si salía jugo de limón o de naranja.

     Se me van, sí, las mejores.