lunes, 13 de agosto de 2012

4/ Retrospectiva

Regreso a Granada y arribo a Guadix. Hito primordial: José Cruz Úbeda, Recuerdos de mi niñez (óleos sobre tela). Estas pinturas expelen colores sin mácula: juanramonianos azules, lorquianos verdes, sanchezmejiasianos ocres... Andaluces amanecidos todos. Se exponen en la casa-cueva natal del pintor. El interior finta los cuarenta grados centígrados del rehogado exterior. Huele a aperos de labranza y a cecinas.

     Al emprender el camino inverso vislumbro el <<Barranco de Víznar>>. Federico García Lorca exalta mi sensibilidad. La Sierra Nevada se torna de sol.

     Todo, ya en Sevilla, lo verdea el naranjal.

     Recapitulando: ha sido un viaje particularísimo. No esperaba contemplar las casas-cueva de Guadix; menos aún, ser testigo de una obra pictórica de calado popular y trazo contenido como la de José Cruz Úbeda. El trencillo turístico a bordo del cual he divisado parte del sector arcaico de Guadix me ha parecido un ventilador (o un split de aire acondicionado) descompuesto; tal era el viento ardiente que golpeaba mi rostro acartonado por el otro viento, el llameante, antes de subir al trencillo.

     Por un momento me he sentido estrafalario. Ha sucedido cuando me he hecho un selfie con el teléfono hiper-inteligente (acaso por ser éste así, hiper-inteligente, en contraste con el fotografiado: sólo inteligente… Risas) y he visto un muchacho perdido en el marasmo de la literatura. Un muchacho natural de Sevilla, en el mediodía de Guadix, con una novela (pero no en mano) en la mente en tanto se adentra en una casa-cueva a indagar una exposición de pintura que poco o nada tiene que ver con su proyectada novela; o con sus poemas (que de todo hay en la viña de Calíope) igualmente proyectados.

     Una vez dentro de la casa-cueva, el muchacho refrigera el cuerpo (y hasta el caletre) con el frescor del ambiente cóncavo, y siente cómo sus músculos se destensan de apoco. Una ligera somnolencia le embarga ahora.

     Afuera el calor sigue torturando a los viandantes. El trencillo se ha esfumado. Y el muchacho, soñador nato, fantasea con escribir un día esa novela que lleva en mente pero no en mano (que no: <<no en vano>>) hace algún tiempo ya y cuya exaltación debía producirse en los andurriales de Federico García Lorca y no en otro lugar cualquiera…

     De regreso de mi abstracción pienso en el condumio… Condumio, siesta, y vuelta a Sevilla. En ese orden.

     Y así procedo.