–Tóxico y literatura casan bien.
–¿Y?…
–William Sydney Porter no iba a ser menos.
–¿Qué quieres decir?
–La lista es extensa: Shakespeare, Edgar Poe, Arthur Rimbaud, Valery…
–Y W.S.P., alias: <<O. Henry>>. ¿Y qué con eso?
–Que podemos demonizarlo o enaltecer su obra.
–<<O. Henry>> tuvo una vida compleja.
–Sí. Resolló tras los travesaños de la penitenciaría de Columbus por hurtar moneda corriente a un banco.
–Fue, asimismo, boticario.
–Y fundó el seminario bufonesco The Rolling Stone.
–También garrapateó cuentos por encargo en el New York World.
–¿Qué sustancia empleaba?…
–Alcohol.
–¿Y no adquiría atributos de gamuza?
–Trabajaba, raudo, con dos litros de güisqui cada día.
–Presto oído a sones de leyenda…
–Yo sé que acabó arruinado.
–Murió, además, prematuramente: con 47.
–Hay a quien, sin inspiración, se le obstruye la vida.
–Esa otra droga…
–La óptima, álter ego, la óptima.
–¿Tú no decías que la vida debe agarrarte trabajando?…
–¿La vida?
–¡La inspiración!
–Eso lo dijo Cela…
–Y, ¿no lo compartes?
–Para mí es al revés: lo que debe sorprenderte inspirado es el trabajo.
–¿Y si no?
–Se abotagaría la obra.
–¿Y?…
–Te convertirías en prolífico escritor, con uno o dos aciertos.
–Y dime, ¿cómo tropezar con la inspiración?
–Leyendo.
–¿El qué?
–Lo impublicable.
–Pero el mercado cifra los aciertos.
–Así es.
–Por eso te inspiras con parvedad e intoxicas y escribes tanto…
–¡Y que lo digas!
–Ahora discierno el grano de la paja…
–¡Bravo, álter ego, bravo!