(...de Inquisiciones)
Cuenta
Borges acerca del yo, con espectacular jerga y soltura dialectal, que la
personalidad es una “nadería”. Que no existe un “yo de conjunto”. Y aprovecha
la ocasión para atizar a cuantos escriben centrados en sí mismos: “El siglo
[XIX], en sus manifestaciones estéticas, fue (…) subjetivo. Sus escritores
antes propendieron a patentizar su personalidad que a levantar una obra;
sentencia que también es aplicable a quines hoy [siglo XX], en turba caudalosa
y aplaudida, aprovechan los fáciles rescoldos de sus hogueras. Pero mi empeño
no está en fustigar ni a unos ni a otros, sino en considerar la vía crucis por
donde se encaminan fatalmente los idólatras de su yo”. Y cita a Schopenhauer: Un tiempo infinito ha precedido a mi
nacimiento; ¿qué fui yo mientras tanto? Metafísicamente podría quizá
contestarme: Yo siempre fui yo; es decir, todos aquellos que dijeron yo durante
ese tiempo, fueron yo en hecho de verdad. Tal galimatías de ideas me
sugiere dos reflexiones. Una: que los escritores (sobre todo los poetas) caemos
en el error del egocentrismo por inercia. Y dos: que ese error acaba
convirtiéndose en acierto si nuestra finalidad es persuadir. Hoy el deleite se
transfigura en captar atenciones y no hay mejor forma de lograrlo que
embutiéndonos en la piel de quien más sufre. O sea: el poeta. Aquellos que me
leen desde su yo, el mío, subrayan su propia desventura. Adquiriendo la
`obrita´ u obra u `obrón´ lo agradecen. O visitando `gratuitamente´ las
bitácoras. Pueden estar tranquilos: todos los que escribimos somos lectores
previos a nuestro yo que sueña y garrapatea o pintarrajea el mundo en `ego´
sobre `centrismo´ blanco, sepia, azul...
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