Cuenta Borges que Joyce cursó la osadía; osadía que le confirió el Ulises. Que lo mismo construyó, en esa obra, una catedral que una carpa circense. Que magistralmente mezcló ficción y realidad. Y que <<su pluma (...) [ejerció] todas las figuras retóricas>>. Y que <<podría invocar el beneplácito de Kant (...) [o] de Schopenhauer>>. Del primero, porque distinguía lo real de lo irreal con ayuda de la causalidad: ésta no existiría en los sueños. Del segundo, porque para él esa diferenciación se explica con el despertar del durmiente: el hombre vigilante sólo vive. Acaba Borges manifestando de manera implícita que lo ininteligible de la obra lo admirará con veneración; como escribió Lope de Góngora.
Algo conlleva la buena literatura para que aplaudamos lo etéreo. Barrunto si acaso no será un error y pequemos de sibaritas. O, peor aún, de cacasenos.
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