miércoles, 30 de diciembre de 2015

213/ Aquel 21

2015 ha sido, para un servidor de casi nadie, un año intenso de principio a fin. Es verdad que habría de hacer especial hincapié en su segunda cuota: esa que abarca los meses comprendidos entre junio y diciembre. Subrayo, ahora, los tres últimos: octubre, noviembre y diciembre. Lo hago por razones varias que no voy a airear aquí. Circunscribo el último: diciembre. Y marco con una equis el día 21. Jornada, ésta, en que crecí exponencialmente. Reflexioné. Temblé. Me inmolé (simbólicamente hablando). 
     Al cabo me alegré.
     Difícil día aquel 21 y día, por lo demás, espléndido. El olvido no podrá hacer de las suyas con él. Queda, pues, grabado a fuego en mi memoria. Dije “te quiero” y no mentí. Exalté la belleza de una sonrisa de mujer y no exageré ni una pizca. Recriminé cierta actitud y lo hice porque sentía lo que decía y lo que se siente va a misa de ocho. Aquella sonrisa, por cierto, fue tildada por mí de “maldita”; siempre desde el cariño.
     Hoy tengo el pensamiento desembarazado y el ánimo a flor de conciencia. He dormido siete horas. Lo cual, creo, se entenderá como algo significativo. Cuando uno confiesa un sentimiento avasallador, y es respetuosamente escuchado, uno sabe del vacío. De lo que significa liberarse. También sabe de la “resignación”… 
     Lo bueno sería que ésta, la resignación, fuera acompañada de conmutadores de juegos verbales que accionaría quien te obligó a resignarte. A veces (común es) en forma de mensajes de texto contradictorios que, por serlo, dan alas a la desalada esperanza. Esto, como digo, es lo mejor. Lo conozco de primera mano. Me ha sucedido. 
     ¡C`est la vie! Lo sé, lo sé. Y ahora, ¡no queda otra!, a otra cosa. Esperaré 2016 a puerta gayola. ¡Y que Krishnamurti me pille confesado!

domingo, 20 de diciembre de 2015

212/ Palabra de Alistair

Vayan, aquí, unas sabias palabras. No puedo estar más de acuerdo con ellas. Portadoras de paz y de felicidad son. También generan autoconfianza. Y, por supuesto, realismo en cantidades industriales. Reza una sentencia búdica: Respira, sonríe y ve despacio
     Pues eso. 
     Las transcribo, no sin antes especificar el nombre propio de quien las ideó y la obra donde el mismo sujeto las encastilló: Alistair Shearer y Buda: mitos, dioses, misterios (Debate. Madrid, 1993), respectivamente. 
     Son las que siguen:  
     “De una forma o de otra, la vida nunca es como a nosotros nos gustaría que fuera. A pesar de todos nuestros esfuerzos, parece haber algo en la misma naturaleza de las cosas que frustra nuestro deseo de que todo vaya (…) `bien´. Esta incorregible perversidad de la vida es una de las ideas (…) capitales del budismo. La palabra pali con que se designa es dukkha, un concepto que no tiene fácil equivalente en castellano. [Suele traducirse] por `dolor´ o `sufrimiento´, [pero] dukkha implica también [`inconstancia´], `insatisfacción´ e `imperfección´. La traducción de este término por `sufrimiento´ ha provocado el concepto erróneo de que la perspectiva de la vida desde el budismo es (…) pesimista y que [éste] la considera un trámite doloroso y lleno de miserias. De hecho, en su análisis de las penurias humanas, el budismo adopta una postura de calmado realismo, mientras que en su visión de las posibilidades de la consciencia humana es de un optimismo glorioso. Si bien es indudable que en las escrituras del Theravada se percibe un tono de cierta sobriedad, esto no se debe a un inherente pesimismo, sino al hecho de que los theravadenses vivían en comunidades monásticas imbuidas del inquebrantable deseo de alcanzar la Iluminación, que implica el rechazo tajante a cualquier forma de evasión de las verdades incómodas y a todo falso consuelo. El mismo Buda no fue, bajo ningún concepto, desgraciado; uno de los epítetos que frecuentemente se le aplicaban era [el de] `sonriente´, y en los textos a menudo se alude a su paz imperturbable, cuyo origen no es la indiferencia sino el entendimiento. Las representaciones pictóricas y escultóricas del Shakyamuni invariablemente presentan un semblante sereno y radiante, desprovisto de cualquier sombra de melancolía. Además, la impresión que causan muchas culturas e individuos que practican la vía budista es la de un gran gozo y una elevada espiritualidad humana, que se originan al verse liberados del peso de las doctrinas basadas en el pecado y la culpa”.
     ¡Amén!      

lunes, 14 de diciembre de 2015

211/ Del arte de trovar

Por cortesía de Renacimiento y de Luis Alberto de Cuenca, esforzado poeta y traductor, he llegado a Guillermo de Aquitania. A su Poesía completa (es, ésta, trovadoresca). A su manera de encontrar y de contar y cantar. A su lujuria en verso. A su, en definitiva, tramposa sencillez. Porque a veces lo aparentemente fácil peca en exceso de complejo. Es el caso que nos ocupa. 
     No había trovador que cantara obviedades por muy diáfana que resultase su expresión. Idea que Luis Alberto enarbola. Como también que la palabra joi es “motivo omnipresente” en este género de poesía. Se traduciría la misma por “alegría”, unas veces, otras por “gozo”. Pero deviene “intraducible”. Distinta acepción de tan misterioso vocablo sería: “Entusiasmo del poeta por sus propios sentimientos”. Los cuales habitan su interior, los cuales conforman el subjetivismo. 
     Guillermo (IX duque de Aquitania) nació el año 1071 y murió el 1127. Fue el gran precursor de esta manera de poetizar. Su obra, íntegra, contiene once canciones. Lástima que no se canten y acompañen hoy, como marcaban los cánones de la época, con el violín y el laúd. Lástima que ya nadie lea esos versos. Lástima que el mundo gire en torno a lo post-moderno (léase: a lo superficial y anodino y surrealista y cacofónico). 
     Allá, digo yo, cada quisqueSarna con gusto…

miércoles, 9 de diciembre de 2015

210/ Definición de la alegría

La que sigue: “(…) agradable emoción del alma que consiste en el gozo que siente [ésta] por el bien que las impresiones del cerebro le presentan como suyo”. Me agencio el subrayado. Lo que con ello pretendo significar es que Descartes (autor de las líneas definitorias que anteceden a la que en estos momentos barre con sus ojos el lector) diferenció entre alegría pasional y alegría intelectual. Respecto a la segunda escribió que “llega al alma solo por la acción del alma [sin objeto que valga, o medie, ni mucho ni poco ni regular]”. Y concluye: “(…) tan pronto nuestro entendimiento descubre que poseemos algún bien, (…), la imaginación no deja de causar alguna impresión en el cerebro, de la que se deriva el movimiento de los espíritus que excita la pasión de la alegría”.
     Lo anterior es cuerpo de artículo, el 91 para más señas, de Las pasiones del alma que pergeñara tan insigne franchute. Lógicamente, resumido, signado y subrayado… El texto original es muy soso. O por decirlo a la manera bachiller de mi época: infumable.
     Dos tipos, pues, de alegría. Y más de lo mismo: emoción e idea. Sentimiento y pensamiento. Blanco y negro. Vida y muerte…
     O tanto monta: Eros (“amor que se fue”) y Thanatos (“callada y solitaria sombra que se queda”). 
     Javier Sardá confeccionó una novela titulada así: Eros, Thanatos y su puta madre. Tal cual. No la he leído. Pero con ese título siento el ansia, viva, de devorarla. Conjeturo que en el transcurso de su lectura hallaría yo la carcajada. Es verdad que no lo sé a ciencia cierta. Tampoco creo que se trate de un dramón. Mi tocayo es un cachondo cerebral. Aunque con Thanatos, por ahí, haciendo de las suyas… 
     La alegría pasional es gozo. Vale. ¿Vale? ¡En absoluto! La pasión requiere algo a cambio (más de sí misma) y eso es fuente de sufrimiento. La alegría intelectual es gozo suscitado por la propiedad de un bien. Esto sí que sí. Pero… 
     ¡Tate! Ahora que lo pienso…, ¿no alberga sentimientos de propiedad el amor acostumbrado, al uso, desgastado por éste y tan pasional como condicionado?
     Evitemos hablar, aquí, del amor. Carece, el mismo, de hueco. La alegría (por pasional o intelectual que ésta sea) lo supera de corrido y también de firme.
     Parafraseando el refrán, diré: ande yo alegre, ríase la gente. La alegría es contagiosa.
     Y al amor que le den cicuta.      

jueves, 3 de diciembre de 2015

209/ División del ser

Estoy enfrascado en la lectura de Esos días azules, cuyo subtítulo reza: Memorias de un niño raro (Planeta), de Fernando Sánchez Dragó. En la página 403 me topo con lo que sigue:
     “Todos los bípedos implumes (…) tenemos un cuádruple denominador común (…).
     Somos cuerpo, articulaciones, músculos, materia, entropía, propiedades, anhelo de poder…
     Somos corazón, sentimientos, afectos, apegos, risas, lágrimas, emociones, anhelo de compañía…
     Somos sexo, concupiscencia, libido, energía, origen del mundo, explosión e implosión, anhelo de placer…
     Y somos cabeza, inteligencia, reflexión, lógica, cálculo, memoria, anhelo de saber…”.
     Sienta el autor que a estos cuatro factores habría que añadir un quinto (el de la vocación) para que el hombre llegue a ser persona. Yo no entraré en ese jardín. 
     Nota: Marina niega que exista la vocación. Allá cada cual… 
     Donde sí entro (y entraré a la mínima oportunidad) es en el intrincado laberinto del cuerpo y de la mente. Ciertamente lo es: intrincado. Pero también necesario para sentir uno, a fin de cuentas, que está vivo y aún colea. La disyuntiva entre lo que debo y quiero hacer constituye, a mi juicio, el quid de la existencia de toda criatura. Esto también lo dice Dragó unas cuantas páginas más adelante de la 403. Estoy de acuerdo. No puedo no estarlo. ¿Deber? ¿Querer? Mejor: poder. Debo (o no), quiero (o no. Aunque en este caso dudo sea verdad aquello de “no sé qué quiero” que muchos enuncian como una salmodia), puedo (o no. Otra materia de incertidumbre por mi parte, dado que aquel que piensa “no puedo” suele ser capaz, y si no hace aquello que puede hacer es porque no sabe que es capaz de hacerlo). No tiene cabida en mí la expresión “no puedo”. Y sí una que otra sustituta de ésta. Por ejemplo: “lo intentaré”, “no ha podido ser”, “puede que pueda o no pueda…”. Cualquiera de ellas, menos “no puedo”, que deviene tajante y sin opción a réplica.
     Lo malo es que donde digo digo, digo Diego, y donde digo Diego digo digo: cuerpo, corazón, sexo y cabeza… Se sabe.
     Yo me quedo con el sexo. Y con la cabeza. El corazón me hace sufrir. No lo quiero. El cuerpo… ¡Bah! El cuerpo lo cuido y él me lo agradece. Punto.
     El resto es humo.   

miércoles, 25 de noviembre de 2015

208/ Post enigmático

“–Y ahora dime, Pat, ¿qué es eso que hay en la ventana?
     –Seguro que es un brazo, señor.
     –¿Un brazo, majadero? ¿Quién ha visto nunca un brazo de este tamaño? ¡Pero si llena toda la ventana!
     –Seguro que la llena, señor. ¡Y, sin embargo, es un brazo!
     –Bueno, sea lo que sea no tiene por qué estar en mi ventana. ¡Ve y quítalo de ahí!”.
     El diálogo arriba transliterado pertenece a Alicia en el país de las maravillas. Lewis Carroll debió ser un tipo inteligente. Hay que serlo para escribir esas líneas. Parecen simples. Y claras. Lo sé. Pero, ¡insinúan más de lo que dicen!
     También son (a mi entender) quijotescas. En ellas comparecen Sancho y don Quijote. 
     ¡Cuántas veces miramos sin ver! ¡Cuántas, vemos lo que no existe!
     Algunos escritores son aficionados a decir entre líneas lo que con éstas no pueden (o no quieren. O no les conviene. O no les da la gana) decir. Yo entre ellos. Disfruto, como un niño, diciendo A donde escribo B y viceversa: escribiendo B donde digo A. 
     Disfruto, digo, garrapateando trampantojos… 
     Permítaseme que, ahora, añada: y escribiéndoles. ¿A quienes? ¡A ellas: mujeres, hembras, féminas de variado pelaje! Pero sin que se aperciban del hecho de que son el acicate de tales textos. Los que sean. Los que toquen. Este de aquí.
     Este de aquí va dirigido a una de ellas. Le digo tanto yo (¡y lo que te rondaré, morena!)... Ve ella tan poco… 
    Creo que seguiré escribiéndole y ella, entretanto, seguirá viendo poco. 
    Ella, en este caso, no es La joven de la perla. Es otra.
    Y, ¿por qué escribirle de este modo? Porque me divierto haciéndolo. Porque el escritor que lo es de verdad vive insinuando e insinuándose a los otros (yo solo a ellas). Suyo es el mérito: enseñan y uno, a veces, aprende. Son, ellas, tan misteriosas. Aluden. Sugieren. Coquetean. Aparecen. Desaparecen. Reaparecen. Vuelven a desaparecer… 
     Juego yo con sus mismas armas. No lo hago aposta. Lo juro. Soy así. Una especie de misterio: esa puerta por que acceden todas las maravillas.
     Vayan estas líneas a ti, mujer oculta, sin pedirte ni exigirte nada a cambio.
    ¿Te desvelaré? ¿Te pillaré en un renuncio? ¿Te desnudaré? Soy, advertida estás, de estirpe guerrera. Conque…
    ¿Conseguiré mostrarte? ¿Lograré revelarte? ¿Podré desenmascararte?
    Incertidumbre.

domingo, 1 de noviembre de 2015

207/ Haraquiri

El haraquiri es el ritual japonés del suicidio. Forma parte éste del bushido. El bushido es el código ético sumarái. Un corte abdominal de izquierda a derecha con una trayectoria final, vertical, sustentan el primero. Es entonces cuando se produce el desentrañamiento. Desentrañar: averiguar lo oculto. Otra acepción es la que sigue: desapropiarse uno de cuanto posee. Vale. Pero, ¿cómo? Muy sencillo: entregándoselo a otro en señal de esplendidez y de apego. Así la literatura. Ésta conlleva desapropiación y desentrañamiento del escritor que, además, en el decurso de su obra averigua quién es. Él (o ella) muestra los mondongos (léase: las tripas) desembarazadamente. Quiero decir: sin temor a habladurías. Tampoco a malignidades del tipo que sea. Ajeno a la mezquindad, a la frivolidad, a la fealdad. Y sin perjuicio (¡eso nunca!) de su imaginación. Hacer literatura (libre ésta) significa rajarse el abdomen y dejar que broten, a borbotones, las palabras. ¿La nobleza? En el centro. ¿El honor? En el extrarradio. ¿La mirada? En el hoy. ¿Los puños? En el ahora. ¿Los dientes? Apretados. Hacer literatura es enfrentarse, en batalla mortal, a la vida y a uno mismo. 

miércoles, 7 de octubre de 2015

206/ A propósito de la vida

Hoy es un día para celebrar por todo lo alto. ¿Por qué? Porque estoy vivo.
     No, no me ha ocurrido ninguna experiencia cercana a la muerte, qué va. Pero antes de anochecer (mi amiga Ana dixit) hay sol. Yo, hoy, veo el sol. Ayer, no. Ayer veía nubes.
     El caso es que he hecho una ronda por la Red y topado con diez citas célebres, sin desperdicio alguno, sobre la vida. Más abajo las transcribo. Consejo: nadie atribuya total veracidad ni a su autoría ni a su contenido. Con internet nunca se sabe.
     He aquí la decena de sentencias… 
     Abre fuego Gregorio Marañón: “Vivir no es sólo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar. Descansar es empezar a morir”. Totalmente de acuerdo. Con existir no basta. La guinda del pastel es la creación. Muere lentamente, yo creo, quien no crea.  
     Segundo arcabuzazo a cuenta y riesgo de T. S. Eliot: “Hacer lo útil, decir lo justo y contemplar lo bello es bastante para una vida de hombre”. Yo añadiría a esta nómina hacer lo inútil. A veces de la inutilidad surge lo bello. Bien digo: lo bello. 
     Tercera detonación a cargo de Henry Van Dyke: “Alégrate de la vida porque ella te da la oportunidad de amar, de trabajar, de jugar y de mirar a las estrellas”. ¿Acaso alguien duda que la vida consista en esto? Yo me apropio el juego y las estrellas. Mirando éstas se trabaja (algo hay en el firmamento que te obliga a subsistir). Y jugando, es claro, se ama. Léase: se coquetea.
     Cuarto accionamiento de gatillo. Dispara Mahatma Gandhi: “Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre”. Sabia reflexión. Aprender apasionadamente para, de ese modo, no olvidar lo aprendido.
     Quinto ¡pum! por gentileza de John Lennon: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes”. ¿Consistirá en esto la vida oculta o, como reza el título de una novela de Juan Manuel de Prada, La vida invisible? Oculta (invisible) para muchos. Vale. Desvelada para los que amamos la vida sin remilgos. A veces le damos la espalda (a la vida) creyendo que es el pecho lo que le damos.
     Sexto disparo a manos de, ¡oh, mon dieu!, Horacio: “Piensa que cada día puede ser el último”. ¿Lo copiaría Gandhi? No sé yo hasta qué punto un pensamiento como este puede revolucionar el cotarro vital. Y, ¿no queda la amargura dentro? Y, ¿no deriva de ese pensar arcaico el estrés de hoy?
     Séptimo mandamiento que, por supuesto, estalla. ¿Que quién activa el detonador? Marie Curie: “La vida no merece que uno se preocupe tanto”. Más que nada porque preocuparse no es útil. ¿Alguien tiene algo que reprochar? En este caso, por cierto, lo inútil no es bello.
     Octavo chupinazo lanzado al aire por Bertrand Russell: “Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos”. No doy fe. Yo, además de temer al amor, lo combato. Y un muerto no puede combatir. Y, ¿no es la vida un combate?
     Novena descarga firmada por Antoine de Saint-Exupéry: “Mirad, en la vida no hay soluciones, sino fuerzas en marcha. Es preciso crearlas, y las soluciones vienen”. La vida como proceso. Las soluciones como parte de ese proceso. Solo una parte más. ¿A qué obsesionarse con encontrar la solución a todo? ¿Será, vivir, errar?
     Y décimo chut (en un sentido futbolero. De quien se trata no podría disparar) al aire. Quien arma la pierna no es otra que Teresa de Calcuta: “La vida es un juego; participa en él. La vida es demasiado preciosa; no la destruyas”. Sin comentarios.
     Concluiré este post con una cita mía. Esta de aquí: “Vivir es como bailar un tango con la realidad”.
     P.D.: Lo del tango y la realidad, mal que me pese (ay), creo haberlo leído en alguna parte. Perdóneseme.    

lunes, 5 de octubre de 2015

205/ Silencio, se escribe

Escribir en tanto que escucho música no es algo que haga a menudo. La razón es bien sencilla: adoro la música y, por adorarla, cuando ésta suena no hay nada más en el mundo. Aquí, por una vez, “ella” no es La joven de la perla. Es la mús(ic)a. Y es una musa: Euterpe. 
     Escribo este post en silencio. Muy relajado yo. Muy feliz. Así suelo aporrear, de ordinario, las teclas de mi ordenador. El silencio concentra la atención. Euterpe la dispersa y enajena y acelera el ritmo cardiaco de quien escucha su discurso en papel pautado. Efectos, los traídos a cuento en este capítulo, que procuran perjuicio al escritor. ¿Por qué? Porque engendran pensamientos distorsionados. Si escribiese (alguna vez lo he hecho) escuchando música, seguro estoy, ésta sería instrumental. No letrada. No gusto de pobrerío de ingenio ni de ripios gusto ni gustaré nunca. Es lo que digo: ¿qué canción hay, hoy, cuyos versos sean dignos de ser escuchados (o leídos)? ¡Bah! Ya no se escriben canciones. Nota: alguna excepción hay. La mayoría de ellas (más sus letras), hoy, son bocetos necios que propenden a instaurar en el oyente el afán por un pasatiempo tonto: escuchar mala música. 
     La industria del son (esa arpía mentecata y malandrina. Así la llamaría don Quijote) es como un gorrión, en el nido, a la espera de condumio. El pico abierto de par en par, pensando: ¡a ver cuándo viene mamá gorriona! Esa mamá gorriona somos todos los que abonamos el costo del cedé o de la pieza digital que hayamos adquirido (musical, se entiende). Yo, por si las moscas o los moscardones, seguiré escribiendo en silencio. Y que el sol de las discográficas salga por donde quiera. Renuncio, una y mil veces, a la postmodernidad. O (tanto monta): a la distracción. O (tanto monta aún más): al ruido. Una mente distraída es una mente desaprovechada. Pero no renuncio, en modo alguno, a la música. Que conste en acta. Ojalá nadie malinterprete mis palabras.     

martes, 29 de septiembre de 2015

204/ Enojo monumental (¿me arrepentiré?)

¡Qué hartura, padre cura, y qué erre que erre más cansino! Lo de las elecciones catalanas, nen, pasa ya de marrón oscuro. Es la tarde del martes siguiente a la fiesta demócrata (y dominical) catalana y no he pegado ojo en toda la siesta. ¡Qué repetitivo e inútil el discurso de los medios! ¿Hasta cuándo van a bombardearme con lo mismo? ¿Mil y una tardes? Rezo por que no. Pero mil y una veces seguro que sí. Ya sé todo lo que cabe saber sobre la “comunifarra” cuyo pellejo está a punto de reventar. Si no, me declaro en rebeldía, y digo sin alzar la voz pero muy clarito: no quiero saber más. E imploro: cambien ustedes, si us plau, su discurso. Y, para más fuerza, invoco a Buda. O a Mahoma. O a Jesucristo. A la deidad que sea. Y grito: ¡viva la desinformación!
     Por más que en los medios parloteen (conjeturen, analicen, divaguen) nada nuevo hay ni habrá bajo el sol. ¡Nada! Cállense los tertulianos y déjesenos respirar a quienes nos interesan otros asuntos que tienen que ver más con la cultura y el arte y no tanto con la política. Sé que mis palabras caerán en oídos sordos y en ojos ciegos. Pregunto: ¿por qué la información “seria” rinde siempre viaje en la ínsula de “Politicaria"? ¿Es una de esas aves de Darwin, la información “no seria”, que nadie ha visto pero sabe que existe o ha existido porque aparece en los libros? ¿Voló y, pues, le perdimos el rastro para siempre? ¿Y es que se ha detenido el mundo tras el donoso escrutinio català? Tertulianos y analistas (son la misma vaina) maceran harina inepta para hacer pan. ¡Y tempranito! Esto por si a alguien se le pegan los párpados del derecho a no estar informado. ¡Que hastío, tú! Nunca una inteligencia versada en política fue acompañada de una amplitud de miras grande. Maliciosa es aquélla y reducidas, de tenerlas, sus miras. Sirva como botón de muestra Maquiavelo. O César. O Carlos V. Uf. ¡Vade retro, Satanás!
     Esto es una protesta en toda regla. Áganme un favor los medios: ¡dejen de tocar la bolsa escrotal a este humilde apolítico! Tanto posicionarse, ¿para qué? Si todos son iguales. O peor: coalición, ay, hay. Dar la matraca con lo mismo, una y otra vez, cansa a Dios y a su Padre. Borges sostenía que las noticias importantes no salen en prensa. Yo, donde “prensa”, pongo “medios”. La verdad es una. Las noticias importantes surgen en el seno de mi casa. Y en torno a mis seres queridos. Las otras son parte del engranaje del sistema informativo actual. Ni me van ni me vienen. Ni me rozan ni me tocan. Ni me acarician ni me abofetean. Ergo: me la traen al pairo. Ahora voy a leer a Kafka y que a la España ideológica (y que al mundo ideológico) se las den todas en el mismo lado. Las derechas y las izquierdas con sus respectivos portavoces me la repampinflan del todo. Corto y fuera.
     ¡Adéu!  

miércoles, 23 de septiembre de 2015

203/ Reflexiones quijotescas VII

SOBRE LA CAZA

Don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Capítulo XXXIV. Edición de Francisco Rico.
     Curiosa aventura la de la caza de montería recogida en el mentado capítulo. El Caballero de los Leones, Sancho Panza y unos duques (marido y mujer) van, juntos, a cazar jabalíes. La aventura no consiste solo en esto. Pero más que ella me interesa lo que a cuento de la caza dice Sancho al duque. A saber: “(…) Yo no sé qué gusto se recibe de esperar a un animal que, si os alcanza con un colmillo, os puede quitar la vida (…)”. Y unas líneas más abajo: "(…) No querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno”.
     Póngase “cuerno” donde "colmillo" y ya tenemos el asunto de los toros. Pregunto: ¿sería Sancho, hoy, anti-taurino? Anonadado estoy. El Quijote nos define mejor de lo que yo pensaba. Quijote somos y serán, conjeturo, todos los nacidos y por nacer en la piel de toro. O casi. Nos echamos tierra encima, nos la sacudimos, volvemos a echárnosla. Nos gusta la contradicción. Nos pirra el idealismo al par que el realismo. Nos encantan las trifulcas. Estén bien o mal enfocadas y estén bien o mal fundadas. Da lo mismo. Lo importante es enzarzarse en una disputa y llegar, llegado el caso, a las manitas. Precedidas éstas de un ramillete de insultos o de despropósitos hirientes y mordaces. España en estado puro.
     Repito la pregunta: ¿sería Sancho Panza, hoy, un insigne anti-taurino? Cierto es que sacrificar, por el placer de hacerlo, a un jabalí dista mucho de darle matarile a un morlaco. No media, en ello, arte alguno. Digo: en lo del jabalí. ¿O sí media? Legión son quienes consideran que el toreo no es un arte. Y lo contrario. Yo no sé. No soy taurino, ni anti-taurino, ni entendido en toros (aunque no me importaría entender). Pero viendo algunas faenas me he emocionado y creído estar delante de alegorías de la vida. ¿Significará esto que hay arte en el arte, supuesto, de torear? El martirio y agonía y muerte del “bicho” también me han acongojado. No soy animalista, no me gustan (por lo general) los animales, pero detesto que se les hiera.
     La respuesta que el duque da a Sancho no creo que satisfaga mucho ni a muchos. Es esta: “(…) Os engañáis, Sancho. (…) La caza es una imagen de la guerra: hay en ella estratagemas, astucias, insidias, para vencer (…) al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores intolerables; menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos (…)”.
     Y, rehusando abarcar lo de “un animal que no ha cometido delito alguno”, se queda el duque tan pancho y tan ancho sin convencer a Sancho. 
     ¿Sería don Quijote, hoy, taurino? ¿Lo sería Cervantes?
     Quien desee saber cómo acaba el diálogo, acuda raudo y veloz al capítulo aquí traído, léalo y saque sus propias conclusiones. Las mías no son claras. De hecho no sé si concluyo o no algo al respecto. Permítaseme, pues, que haga mutis por el foro. En mi derecho estoy. Yo creo. Y si no, es claro, me lo arrogo y santas Pascuas. Dixit           

miércoles, 16 de septiembre de 2015

202/ Andando, andando...

Hay veces en la vida que uno no sabe qué camino tomar. Si este de aquí o aquel de allí. Si el que tuerce a izquierda o a derecha. Si el que continúa o retrocede. Que se elija uno u otro puede llegar a resultar indiferente. También crucial. ¿Quién lo sabe? Lo mejor, creo, sería dejarse llevar por la inercia aconsejadora. Y andariega. Una inercia, claro, instintiva. Nada de pensares. Nada de sentires. Solo instinto. 
      El camino por que lleva y trae el instinto es aventurero. Lo es siempre. Y molestoso. No hay acto instintivo que no sea molestoso (implica irreflexión, que implica riesgo, que implica indefensión ante cualquier eventualidad) y aventurero (¿acaso no es una extraordinaria aventura no saber a dónde dirige uno la punta de sus zapatos?). 
      Hay quien afirma que el instinto es fuente de conocimiento. Esto antes no se sostenía. Y se refutaba. El individuo instintivo tenía su igual en el tonto de capirote. Ahora, no. Ahora el instintivo no solo pasa por inteligente, por sabio, sino también por sensato. Seria aquel que no se arrodilla ante el análisis y posibles cauces de búsqueda de la seguridad y claridad de la incertidumbre. Por compleja que ésta, la búsqueda, sea. Aquel que hace suya la causa del aquí y ahora y no del allí y después. Luego está el instintivo de boquilla. Espécimen que lo pasa realmente mal. Demasiado sufre. Hace, justo, lo que instintivamente no piensa. Y hacer lo que instintivamente no se piensa equivale a no ser quien se es. Sino otro. Y aquí llegamos ya al juego de las identidades. Uno de mis favoritos. 
      Escribió Juan Ramón:

“Yo no soy yo.
Soy éste
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.”  
       
      Me pregunto: ¿seré yo quien escribe este post? ¿Será otro? Ni yo, que lo escribo, lo sé. De modo que no tenga el lector la tentación de averiguarlo. Eso, de todo punto, resultaría inútil. 
      Escribo sin saber bien qué camino tomar. ¿Dejado llevar por mi instinto? Estoy en este (en este camino) y no en otro. Eso es lo importante. Camino que conecta con otros caminos no menos frecuentados por otros instintos de otros individuos. Instintos que también se preguntaron: ¿qué camino sigo? Y se respondieron: ¡este mismamente! Y comprobaron que ese mismamente rozaba, si no tocaba de lleno, este otro que aquí y ahora tomo yo. Esa red de caminos que se tocan es, me parece, la vida. Y la literatura, ¡faltaría más!, no puede ser ajena a ella. Hay que dejar que la vida (que la literatura) camine hacia donde su instinto la lleve. Él es sabio. Y, por serlo, no la va a dejar en la estacada de la Nada. O sí. Ahí está el controvertido asunto del suicidio. En fin. 
      Un extracto de Alicia en el país de las maravillas dice:
      “–¿Querría usted indicarme qué camino debo tomar para salir de aquí?
      –Eso depende en gran medida del lugar a donde quiera ir –respondió el gato.
      –No me preocupa mayormente el lugar…–dijo Alicia.
      –En ese caso poco importa el camino –declaró el gato.
      –…con tal de llegar a alguna parte –añadió Alicia a modo de explicación.
      –¡Oh! –dijo el gato–. Puede usted estar segura de llegar si camina durante un tiempo lo suficientemente largo”.
      Y Juan Ramón (a quien no me canso de citar) dejó escrito, y muy bien escrito, lo que sigue:
      
“Andando, andando;
      que quiero oír cada grano
      de la arena que voy pisando”.
      
      Pues eso. ¡Será por granos!   
      
      

viernes, 11 de septiembre de 2015

201/ Reflexiones quijotescas VI

DEL CRITICÓN

Don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Capítulo XVI. Edición de Francisco Rico. 
     Pido permiso a la torre de control del lector para, de manera inminente, iniciar despegue con destino incierto. Ignoro adónde irá a parar este post-aeronave del demonio. Antes de alcanzar altura y velocidad de crucero aceleraré con unas palabras del Caballero de los Leones (así se hace llamar, ahora, el de la Triste Figura) al hidalgo Diego de Miranda. 
     Nota: ¡Amárrense los machos mis colegas columnistas (que no comunistas)! ¡También mis colegas poetas (que no coletas)! ¡Incluso mis colegas blogueros (que no santeros)! ¡Y no menos mis colegas criticones (que no Borbones)! Háganlo sean o no profesionales. Y vivan o no del cuento o dispongan o no de cuenta (digo: corriente). 
     La perorata a que aludo es la que sigue: “Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama, que siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mismo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales también parecen en un caballero de capa y espada y así le adornan, honran y engrandecen como las mitras a los obispos o como las garnachas a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciera sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas; pero si hiciera sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, (…), alábele, porque lícito es al poeta escribir contra la envidia, y decir en sus versos mal de los envidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; (…) Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos (…)”.
     Trata aquí Quijote, escribe Rico a pie de página, del ideal renacentista de la educación. A saber: la lengua y la literatura como fundamentos de la formación académica y vital. Y apunta que el criticón no debe mentar, a la hora de criticar, el nombre propio del criticado. Fulano y mengano deben quedarse en el limbo de la ocultación. 
     Ay, si Quijote levantara la cabeza… ¿Cuántos seríamos, llegado el caso, blanco de su punzante discurso? O (tanto monta), ¿cuántos destrozados por su afilada labia? No quiero pensarlo. Sobre todo por lo que a mí me toca: criticón soy, también pobrecito hablador, y por ello deslenguado y un punto impertinente. En verdad no puedo (o no quiero) evitarlo. Juzgo más divertida la incorrección política que su contraria. Acaso ésta (la, sin el prefijo “in”, corrección política) tenga algo que ver con el pensamiento único. 
     ¿Será pose? Y si lo es, que lo sea, qué más da. Y si no lo es, pecharé con las consecuencia presentes o futuras, diciendo para mí: ojalá no vaya derechito a la hoguera de Satán. Ahora que lo pienso: lo que no es nombrado, no existe. ¿A qué tanto jaleo entonces? 
    Hay otra norma de las virtudes coloquiales (que no teologales) que dicta no criticar a difuntos. Por criticables que éstos hayan sido cuando en vez de difuntos eran vivos. Es que no pueden, pobres, defenderse… No acabo de comprender esto. No lo suscribo. Y no lo suscribiré. Pregunto: ¿y si sus obras, en vez de amores, han sido o fueron odios? A pelo viene la que forjó Hitler. O Mussolini. O Stalin. O Franco. O la que aún forja (¡¿hasta cuándo?!) Fidel Castro. Que es un vivo muerto. O un muerto vivo. Como su ideal. No voy a entrar en ese jardín. Me aburre. Sólo diré para acabar que siempre censuraré a quien o lo que, a mi juicio, deba ser censurado. Esté vivo o muerto. Llega a ser necesario para mi salud mental. Y, pues, lo haré. De suyo me anima a escribir más y mejor. Y también porque me da la gana. Tres razones de peso para no dejar de hacerlo. ¿Y conmigo qué? Si nadie me critica, me critico yo solito, que es medida de oxigenación del ego. Para muestra otro botón: me tengo por el más inocentón de la corte española de los plumillas. Ea. Dicho y auto-criticado queda y quedo respectivamente. ¡A otra cosa!  

martes, 1 de septiembre de 2015

200/ Reflexiones quijotescas V

DEL INDIVIDUO ESPAÑOL

Don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Capítulo II. Edición de Francisco Rico. 
      Tras hacerle ver Sancho a don Quijote que el pueblo lo pone de vuelta y media, conocedor de sus aventuras (se ha editado un libro con ellas...), éste replica:  “Mira, Sancho (…) dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia. Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni e sus costumbres. Alejandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen de él que tuvo sus ciertos puntos de borracho. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rijoso; y de su hermano, que fue llorón. Así que, ¡oh Sancho!, entre las tantas calumnias de buenos bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho”.
      Don Quijote enseña una de las señas de identidad del español por antonomasia: la envidia. Esa lacra. Esa malpensada y lacerante lacra. Que no es, por cierto, sana. Sino insana. O mejor: malsana. Ya dijo (y si no lo dijo, tendría que haberlo dicho) Salvador Dalí: “Lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien”. Entiéndase ahora la perspicaz humorada del pintor. Hablar bien de fulano sería restarle méritos. En tanto que hablar mal de mengano, todo lo contrario, engrandecer su figura. Exclamo: la malicia habladora es inducida por la excelencia. Todos aspiramos a que nos pongan verdes. ¡Ojo!: no digo rojos, digo verdes. No pega, ni con cola de carpintero, avergonzarse de envidiar a otros. Pues les procuramos bien. Vergüenza que nada tiene en común con la ajena. Ésta la usurpamos a quien debía sentirla y no la siente o, de sentirla, no demuestra que la siente. La usurpamos y, acto seguido, nos la apropiamos. Todos los días pido a Buda lo que sigue: Que hablen, padrecito Siddhartha, que hablen mal de mí. Pero el Padre debe tener los oídos entapujados. Ergo: no soy un virtuoso. ¡Mecachis!            

jueves, 27 de agosto de 2015

199/ Reflexiones quijotescas IV

UNA LICENCIA ESCATOLÓGICA

Primera parte de Don Quijote de la Mancha. Capítulo XLVIII. Edición de Francisco Rico. ¿Y con esto? De cómo el homo sapiens repite vicios, fallas, y siempre se la propinan en el mismo costillar. O diálogo entre el cura avecindado de don Quijote y un canónigo que, sin pretenderlo, conoce al Caballero de la Triste Figura. 
      Pues bien: el tal canónigo sostuvo una conversación con no sé quién sobre el mal gusto del pueblo en lo tocante al género cómico de las comedias. Y refiere (trayendo a colación ese palique): “`Decidme, ¿no os acordáis que ha pocos años que se representaron es España tres tragedias que compuso un famoso poeta de estos reinos, las cuales fueron tales que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dineros a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después acá se han hecho?´. `Sin duda –respondió [el otro] (…)– que debe de decir vuestra merced por La Isabela, La Filis y La Alejandra´. `Por esas digo –le repliqué yo–, y mirad si guardaban bien los preceptos del arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el mundo. Así que no está la falta en el vulgo, que pide disparates, sino en aquellos que no saben representar otra cosa´”.
      Justamente eso les soltaría yo a los responsables de la telebasura. Para mí telecagada. Les diría: No es el vulgo. Sino ustedes, que no saben ofrecer otra cosa, ni aún sabiendo la ofrecerían. Enemigos de los preceptos del arte son (y a poca honra). 
      Yo ya no veo televisión. Diré la verdad: llevo dos semanas desintoxicándome del influjo de la caja tonta que atonta al más pintado. Y, oye, ni rastro de mono. Crucemos el índice y el pulgar. 
      Antena 3, Telecinco, La sexta y Cuatro se jactan de una parrilla que ya empieza a oler de lo suyo. Queda el lastre, sin recoger, cerca y da asco. La de la Uno, la Dos, Factoría de ficción y Teledeporte aún no. Se indispone y defeca, la parrilla, en el váter de los desaciertos inapreciables. El olor, de haberlo, es absorbido por el estractor. El de las otras parrillas se estanca en el salón y el telespectador (parece ser que no medio, sino alto, por educación y cultura) regurgita y hasta vomita su contenido. ¡Puagh!     

viernes, 21 de agosto de 2015

198/ Mala hora

Tenía que ser Borges el que me inspirara compasión por el Minotauro. Hasta ahora solo Teseo poseía esa facultad. Un héroe obligado a enfrentar a un híbrido de hombre y toro en un laberinto (el de Creta). ¡Vaya empresa la suya! Borges, como de ordinario, me ha abierto los ojos. Otra vez. Ya no sé cuántas van. 
    El maestro presenta un Minotauro sometido a la saudade (a la soledad). Deseoso éste de que un fulano lo redima. Ese fulano no será nadie distinto de Teseo. Bella cuenta de ello da Borges en su no menos bello cuento La casa de Asterión. Tenía que ser, digo, el bonaerense quien se acogiera a ese punto de vista. No sé si otros habrán pisado esa senda. Sí sé que el maestro argentino escribía de otro modo. En forma y también en fondo. Ni un solo escritor hay, que yo sepa, que escriba como Borges escribía: de otro modo. ¡Bendita diferencia! Los demás, mal que nos pese, nos repetimos. Acabamos siendo clones los unos de los otros. Se repiten los temas. Los tonos. Las anécdotas. Los símbolos. Las metáforas (manidas, algunas, en exceso). Se repite el estilo. La ficción, me parece, no pasa por buena hora.
    A todos los dioses del Olimpo: ¡que irrumpa ya en la escena literaria alguien diferente!
    No descarto el ensayo y la columna como sustitutivos de la novela y del cuento. Empieza a aburrirme tanta homogeneidad. Habla mi yo lector.
    Menos mal que el boom de la novela histórica ya pasó. ¿Ya pasó? No sé, no sé.
    Ahora nos las vemos y nos las deseamos los lectores con historias idiotas, escritas por idiotas, para idiotas. En fin. Allá cada cual con lo que escribe y lee.   
    De la poesía no diré ni media palabra. Es el único género literario que sobrevive al asedio de la estupidez. Aunque de estupideces esté hecha, nutre el alma, pues la ambigüedad (la oscuridad) la deja en su punto. Machado escribió: “Oscuro, para que todos atiendan”. Yo (tanto monta) escribo: “Oscuro, para que todos relean”.
    Posdata: es sabido que una estupidez oscura (y, por ello, releída) deja de serlo.  

martes, 18 de agosto de 2015

197/ Depresión posviaje

Una semana recorriendo Euskadi y, ya de regreso en Sevilla, me hallo sin sosiego. Mejor dicho: no me hallo a secas. ¡Uf! Leo un post. No mío. De otro. Leo una columna de opinión. Tampoco mía. De otro. Leo un par de noticias de prensa. Leo una que otra página de uno que otro libro fantástico, y… Nada. No me hallo. Escribo, por si acaso, estas líneas rácanas (sé que lo van a ser) y sigo sin hallarme. Una semana (¡bendita semana!) pululando por las provincias vascongadas, feliz, libre y desconectado de todos y de todo sobradamente da para extraviarse uno. Qué hago, aquí, escribiendo lo que no sé cuántos de ustedes leerán. O leyendo lo que no sé cuántos de ustedes habrán leído. O pensando lo que tantos de ustedes (seguro estoy) piensan. Ay. Cuesta embutirse de nuevo en el mono de la rutina, quitarse la venda de los ojos poetas, los tapones de gomaespuma de los oídos periodistas. Cuesta dinamizar la maquinaria de la imaginación novelista y cuentista. Vale decir: volver a aclimatarse al runrún de la literatura. Y a la mugre de las calles del sur. Y al infernal sol del llano en llamas del Guadalquivir. Y a la soledad del escritor. Como digo: cuesta. Suspiro ahora. Miro al frente. Me encojo de hombros. Y a otra cosa. Es, por ventura, lo que hay. Es, por ventura, lo que quiero.

domingo, 9 de agosto de 2015

196/ Reflexiones quijotescas III

¿Amor? No. Sexo

A María José Bullock.


Parte de la primera parte del Quijote es la novela del Curioso impertinente. En ella puede leerse lo que sigue: “El amor no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión: de la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios. Todo esto sé yo muy bien, más de experiencia que de oídas, y algún día te lo diré, señora, que yo también soy de carne, y de sangre moza”. Habla Leonela. Escucha Camila.
Protestaré: ¿Amor? No. Sexo.
Sexo y amor estaban emparentados en el XVII. Tranquilidad: no se me ha volado la cabeza. Podría. Pero no es el caso. Lo juro: ¡por éstas! La consigna entonces era: ¡Al fornicio por el estado de idiotez transitoria (léase: el amor)! Nadie fornicaba, bajo la pena de sufrir pena, si no era dentro de la legalidad canónica vigente: el matrimonio. O como dice uno a quien yo leo y releo: el martirimonio. Neologismo éste resultante de unir martirio y matrimonio. La fogosa (también cachonda) Leonela argumenta que basta una ocasión dada para que mister Tentetieso explore la cueva. Pregunto: ¿el hombre se enamora a la primera oportunidad? Una cosa es ser enamoradizo a todo trapo (yo lo soy. Cada vez más...) y otra distinta es ser transitoriamente idiota a tiempo completo.
Acojámonos a (que no acojonémonos de) las cuatro eses del buen amante. Y son… 
Una: (s)abio. Dos: (s)olo. Tres: (s)olícito. Y cuatro: (s)ecreto.
Habría que bordarlas en seda con hebras de oro y plata. Y enmarcarlas. Hoy apenas dan que hablar. Salvo la última. Ésta queda relegada (¡mecachis!) al olvido. O al menosprecio. Lástima. Pero no hay mejor manera de vivificar algo que empeñarse en ignorar que existe. Lo secreto incomoda (¡maldita sea!). Es la única, de las cuatro eses mentadas, que pica con gusto (¡ándele, ándele!) al paladar del enamorado. O sea: del amante. O sea: del fornicador. ¡Y va ella y no gusta! Concluyo: habría que rendirse más al secreto. Al ocultamiento. A la prohibición. ¡Echa el freno, Javielito! Prohibición para quien lo sea (me refiero a la libertad de copular con quien uno desee. O lo que, dicho de un modo cursi, viene a ser lo mismo: amar a quien uno quiera). No lo es para mí (digo: una prohibición). No de momento. Por eso grito a voz en cuello: ¡Alabado sea Buda! Y me quedo tan a gusto en agosto. 

jueves, 6 de agosto de 2015

195/ Tengo, tengo, tengo...

El 3 del 11 de 2010 concluí mi lectura de Eugenia Grandet (Honoré de Balzac). Dos meses antes andorreaba yo por Toledo. Allí adquirí el libro. En una diminuta librería de viejo. Sita ésta junto a la Catedral. ¿Coste? Dos euricos.
      Honoré disponía de una facilidad pasmosa en lo concerniente a meter la pluma en la llaga de la especulación. Especulación: actividad predilecta del especulador. Hoy también llamado `hombre de negocios´. Un espécimen éste, para mí, vituperable. Igualmente hábil era a la hora de establecer una donosa relación entre el negociante y el mezquino. A más fortuna, mayor mezquindad. El asalariado da lo que no tiene. El negociante acumula más de lo que admite su hucha. Los hay, negociantes, que van por el mundo alardeando de humildad. Esos son los peores. Piel de cordero e intención de león. No balan. Rugen.
      Nunca olvidaré al señor Grandet. El papel y el cobre fundamentan su existencia por encima del chequeo y del corazón. Quiero decir: más le importa su dinero y propiedades que la salud y el cariño de los suyos. Hombres de este pelaje hubo ayer, hay hoy, habrá mañana. Desde el amanecer hasta el anochecer solo piensan en hacer dinero. Alguno conozco. Y no dan mucho de sí. La conversación con ellos desemboca, siempre, en la auto-alabanza por el tino que han tenido con los negocios. Curiosamente el fracasado no calla. Qué va. El fracasado también alardea de su gusto por los dineros. Así: en plural. 
     ¿Cómo puede alguien vivir con ese único propósito? Préstese atención al siguiente extracto de Eugenia Grandet (habla el padre de ésta, es decir, el señor Grandet):
      “–Escucha, Eugénie, me tienes que dar tu oro. No le vas a decir que no a tu papá, ¿verdad, hijita?”
      Y más abajo (ya sin guión):
      “ (…) ¿Es que te disgusta separarte de tu oro, hijita? Tráemelo de todas maneras. Yo te daré monedas de oro holandesas, portuguesas, rupias de Mongol, genovesas, y, con las que te regale los días de tu santo, en tres años habrás repuesto la mitad de tu hermoso tesoro. ¿Qué dices a esto, hijita? Levanta la cabeza. Vamos, ve a buscar esa hermosura. Deberías besarme en los ojos por descubrirte así los secretos y misterios de vida y muerte para los escudos. Verdaderamente los escudos viven y gruñen como los hombres, van, viene, sudan, producen”.
      ¡Bah! ¡Métasen el dinero por el orto los señores Grandet de ayer, de hoy y de mañana!
      Considero que a esta ralea hay que esquivarla, darle esquinazo, fintarle la cintura. Tomar la senda que ella no toma. Y conste que no me estoy refiriendo a la clase empresarial. ¡Por Buda! ¡Nada más lejos! Exclusivamente aludo al especulador.
      Mi gratitud, Honoré, por abrir ojos con tan fantástica novela. Por cierto: actualísima.
      Ironías de la literatura.    

  

martes, 4 de agosto de 2015

194/ Reflexiones quijotescas II

En dirección prohibida

Primera parte de Don Quijote de la Mancha. Capítulo XXXI. Edición de Francisco Rico. 
Don Quijote a Sancho:
–¡Válate el diablo por villano, y qué de discreciones dices a las veces!
Responde Sancho:
–Pues a fe mía que no sé leer.
Y a la mía que tampoco escribir. Cervantes (no menos don Quijote) atiza a Sancho con el apelativo de “simple”. No lo tengo yo por esto. Como no tengo a don Quijote por aquello (por loco). Panza es avispado. Don Quijote, inteligente.
No creo que Cervantes fuera el genio. Juzgo Don Quijote de la Mancha obra maestra de la literatura española. He dicho: el y obra. Y no: un y la obra. Repárese en los artículos.
Lo mismo, creo, sucede en otras latitudes con Cien años de soledad. No así con Gabo: genio sin remilgos. Su obra cumbre, para él, no era su obra cumbre. Que era otra: El amor en los tiempos del cólera. Pregunto: ¿quién, qué se atreve a colocar el marchamo de “maestra” y de “genio” a nada, a nadie respectivamente en la aduana de la costa de los libros? Lo ignoro. Y le digo: ¡Válate el diablo por villano!
¡Cáspita! Yo lo hago a menudo. Ergo: villano soy.  
¿Habemus injusticia literaria? ¿No hay ningún libro, en español de España o de América, superior al Quijote y a Cien años de soledad? ¿De veras no lo hay? ¿Ni uno solo en todo el orbe de los libros?
Mejor que Cien años…, lo dudo.
Mejor que el Quijote, habría que estudiarlo.  
A risa y jolgorio no hay quien le gane al español. El colombiano goza de frases medidas y de una musicalidad exquisita. De ahí a considerarlos especímenes únicos, más el Quijote, va un trecho. Aunque ambos lo sean. Digo: especímenes únicos.  
¿Me arrepentiré de semejante herejía? ¿Me retractaré de tan vil palabrería? ¿Irán conmigo a los leones los de la corrección política-literaria algún día?
Veremos.  

viernes, 31 de julio de 2015

193/ Reflexiones quijotescas

Quijotes versus Quijanos

Nietzsche se preguntó: ¿deriva la tragedia de la alegría? E hizo bien preguntándoselo. ¿Dónde? En El origen de la tragedia. Vale. Yo me pregunto: ¿deriva la alegría de la tragedia? Hombres y mujeres conozco que se han bajado de una parra para encaramarse a la otra. La mudanza de la tragedia a la alegría es sensatez. Moblaje y bártulos no se advierten. Poco pesan. Lo contrario equivale a tontada. A locura. A quijotada. España es patria del Quijote. Eso no es impedimento para que los españoles no aspiremos a ser quijotes. No sé si todos. No sé si siempre. Y sí Quijanos. O Panzas. 
      Ir de la alegría a la tristeza, me parece, es idiotez. ¿A qué hacer eso? Otra cosa es la obligación. ¡Primero ésta y después…! El sector de pompas fúnebres es claro ejemplo de lo que digo. Considerando trágica, per se, cualquier muerte. Requisito éste indispensable. La tragedia conlleva tristeza y conlleva alegría. No solo lo triste resulta trágico. Ni lo alegre, cómico. Lo triste cómico existe. Como lo alegre trágico. Sketches hay que lo demuestran. Humoristas abundan que lo asientan. No menos obras hay (legión son) que lo corroboran. 
      La vida es teatro. Personaje, cada vivo. Nos delata nuestra máscara. La color del maquillaje que nos chorrea con el calor. La indumentaria de cuento que nos enfundamos. Ésta, por cierto, contribuye a que creamos ser quienes no somos. De los muertos (esos enfermos de sinceridad y de bondad) no diré ni mu. ¡Quita, quita! Mejor no meneallo        

domingo, 5 de julio de 2015

192/ Una fatal incomprensión

Dos plumillas ilustres me aburren sobremanera: Mario Vargas LLosa y Antonio Muñoz Molina. En ese orden. Ambos creadores son de recorrido largo y de altos vuelos. Pero auténticos tostones. Su manejo del lenguaje deviene excelente. Su aptitud para el arte de la escritura y actitud como forjadores de tramas y montadores de estructuras, creo, es suma. Un servidor de nadie quisiera escribir como ellos. Emularlos en aspectos que guardan parentesco con la calidad más que con la cantidad y que, de ordinario, se supeditan al número de páginas. Excesivo éste. Pienso en Borges ahora. Maestro que con unas cuantas frases gestaba una pieza maestra. Los dos novelistas que atañen a este capítulo de Sopitipandos se sitúan en el extremo opuesto. Mucho cascarón y poca nuez. Más Muñoz Molina que Vargas. Éste, reconozcámoselo, ha gestado un obrón en lo que respecta a las líneas interpretativas divergentes de sus textos. Aquél no tanto. Muñoz ha sentado las bases de una escritura correctísima sin chispa ni ángel porque carece de gracejo. Un oasis hay en el desierto antoniano: Los misterios de Madrid. Una de sus primeras novelas. Ignoro si ópera prima. Entiendo que la aireó, por entregas, en no sé qué cabecera. Disfruté leyéndola. Contaba yo quince abriles. A partir de ahí, nada, o mejor: poco. Vargas impresionó mis entendederas con Los cuadernos de don Rigoberto. Novela ésta en que abundan pasajes de regocijo, otros soporíferos, y algunos (pocos) de zamarreo interior. Apelo al verbo “zamarrear” para referir pasajes literarios que cambian la vida al lector. Lo inverso lo representa la expresión “ni fu ni fa”. Pues entre zamarreo y zamarreo, ni fu ni fa (ni chicha ni limoná), y la dolorosa tentación de abandonar el libro. Tal es mi aventura lectora vargasiana. No acabo de comprender cómo escritores tediosos, los aquí mentados lo son, militan en la primera línea de la política literaria. Vargas tiene estilo. Muñoz, no. Me corrijo: lo tiene, pero semejante al de los otros, plano. Una prosa plana. Solo se me ocurren dos plumas (una ya sin tinta) que jamás defraudan: Jorge Luis Borges y Fernando Sánchez Dragó. También en ese orden. De tan reducido cómputo no forman parte uno que otro poeta. Lo sé. Deberían. Éstos, huelga aclararlo, a perpetuidad colman las expectativas de cualquiera que lea sus libros. A ellos dedicaría otro post más complaciente si no fuera porque toda complacencia desemboca en un lugar común de mi desagrado: la envidia. Y, ya puestos, vaya aquí un jarro de agua helada. ¿O me callo? ¿Y que el agua se caliente con los primeros haces de sol y cree verdina? No. Echaré el jarro: la envidia sana, lector, no existe. Es una bobería monumental. Ea. Dicho queda. Y perdón por el “ea” (interjección pos-moderna donde las haya).                  

martes, 30 de junio de 2015

191/ Anverso y reverso de la literatura

Las dos orillas del Rubicón literario entrañan riesgo. Me refiero a la escritura y a la lectura. Yo lo intuía. Hoy lo corroboro. En la mañana me he dado de bruces con un texto brutal datado en 2011. Me ha abordado (el texto) en el blog de F.S.D. y remitido a otros dos no menos inactuales: una noticia de prensa y un artículo rubricado por Vargas LLosa. El eje vertebrador de tales escritos es un suceso lastimero. A saber: el suicidio de Pilar Donoso. Ella fuera hija (adoptiva) del novelista chileno José Donoso y de María Esther. Acaeció el hecho el año 2011. Mi impresión ha tomado cuerpo a raíz de saber que el escritor prefiguró el trágico final de su hija. Tenía aquél un proyecto de novela que la muerte le impidió desarrollar (se constata en sus diarios. Los mismos que leyera su hija. Ella descubrió en ellos una suerte de barbaridades que no le permitirían seguir inhalando y exhalando oxígeno: pensamientos y sentimientos deleznables agavillados en torno a la depresión, el alcoholismo, la histeria y la paranoia. Atributos, todos, de sus progenitores). Ese proyecto de novela no cursado encastillaba a un personaje protagonista: la hija de un escritor que resuelve matarse tras leer los diarios se su padre. La literatura, me parece, es un jardín de plantas medicinales y también venenosas. Leer obras de autores depresivos (tal vez deprimentes) puede desencadenar uno que otro malestar al sistema nervioso. No leerlas es estar en la inopia. Al lector se le plantea una lógica controversia: leerlas, al cabo, o no leerlas. Yo no sé cuál decisión es la más correcta. F.S.D. menciona en su post los pájaros de Hitchcock, los cuervos de Poe, las sombras de los hombres. Yo me he anegado de tales sombras, cuervos y pájaros, en infinitas lecturas. De un tiempo a esta parte he optado por obviarlos. Los textos referidos han rentado un regusto acibarado a mi paladar lector. Me hastía que el arte se incursione, en exceso, por la pesadumbre y por la muerte. Otros caminos son transitables y no desmerecen un ápice. Somos como asnos: nos dirigimos, empecinados, tras la misma zanahoria una y otra vez. Lo peor es que nuestros lectores nos van en zaga. Cambiemos el rumbo. Cambien el rumbo quienes nos leen. Corremos el riesgo de incurrir en el homicidio imprudente o en la inducción al suicidio. Mis amigos pos-modernos, pobres, saben mucho de esto. Dicho sea sin guasa. Y dicho sea con absoluta tristeza. Casi todos ellos, ay, son muy jóvenes.    

jueves, 25 de junio de 2015

190/ El euroniño

El niño que cursa Primaria debe adquirir (debe desarrollar) el “sentido de iniciativa”. También un "espíritu emprendedor”. Lo dictamina el Real Decreto 126/2014, de 28 de febrero, por el que se establece el currículo básico de la Educación Primaria. Enuncio: hay en la segunda expresión algo que me irrita. Un tufo economicista asciende hasta mi cerebro cuando la leo. Y no lo desprende el sustantivo que la corporeiza. Es el adjetivo. ¿”Emprendedor”, de qué? ¿Para qué? Y, ¿por qué? ¡Qué hastío! Siempre la cantinela de rigor: ¡hay que emprender, hay que emprender, hay…! Muchachos: parece que los ojos se os hubieran volado… ¡Actívese únicamente el sentido de iniciativa! No es lo mismo iniciar que emprender. Lo primero conlleva comenzar. Lo segundo, comenzar con miras a agenciarse moneda corriente. Inculcarle a un escolar que debe convertirse en asalariado es como tajarle, de un solo tajo, la infancia. Iniciar deviene estimulante. Hasta educativo deviene. Emprender aviva la llama de la especulación, del capitalismo inhumano, de… “¡a la saca!”. ¿Nadie va a interiorizar, aquí y ahora, aquel precepto de la Bhagavad Guita que reza: “haz sin esperar nada a cambio”? Claro que los papás (lumbreras todos) de las leyes de educación no habrán leído el sagrado texto hindú. Falta les haría. ¡Que emprenda Rita! Esto diré, llegado el momento, al Príncipe de Azulandia. Solo espero que no haga oídos sordos.     

jueves, 18 de junio de 2015

189/ El lectómetro

Parece inverosímil. Pero no lo es. Parece una tontada. Pero no lo es. Parece una pérdida de tiempo. Pero no lo es. ¡Nada más lejos! Aludo al lectómetro escolar. He dicho: lectómetro. No lactómetro. Éste mide la densidad de la leche. Aquél hace lo propio con la materia gris. Se utiliza para contabilizar libros: los que el alumnado lee durante un tiempo determinado. ¡A crear redes neuronales! No como otros. Siéntanse, con esto, "interpelados" los políticos. Va por ellos. No leen. Yo, en la E.G.B., comprobé en carne propia y ajena los efectos benignos del lectómetro. Engrosar la lista de libros leídos pasó a convertirse en una obsesión. Maravillosa obsesión. Gracias a ella andorreé por India, viajé en un tren donde se investigaba un crimen, hasta en globo viajé. Fui explorador, argonauta, saltimbanqui. Mi maestro de entonces activó el conmutador de la fantasía al desarrollar, en clase, la iniciativa del lectómetro. Otra circunstancia alumbra el éxito, en la escuela, de este instrumento: la naturaleza competitiva del ser humano. Yo la detesto. Pero no dejo de reconocerle cierta utilidad. Leer más libros que otro niño, niño yo, era una felicidad sin igual. Leerlos y registrarlos con el auxilio del lectómetro. Juzgo este “artificio” inductor de los préstamos bibliotecarios que nunca he solicitado (ni solicitaré). Libro que leo, libro que he de colocar en la balda de mi librería, y libro que he de conservar hasta la muerte y no prestar jamás. La experiencia es un valor añadido: nadie (casi nadie) restituye el libro que le han prestado.    

lunes, 15 de junio de 2015

188/ Amor y odio

Cuando un título de libro propicia que se ericen los vellos de un antebrazo, cuando el propietario del antebrazo conecta esas palabras con un recuerdo, claudica y piensa: he aquí el valor de la literatura. Del amor al odio hay un breve trecho. Lo que se censura y vapulea es amado y, por amado, odiado. Y por odiado, es claro, amado. Uno se pregunta para qué sirve la literatura. Por qué la escribe y por qué la lee. Al fondo borbota un remordimiento: escribir o leer en vez de hacer lo que sea por el otro. Obviando el hecho, a todas luces fidedigno, de que leer y escribir ya es hacer algo por el otro. Verbigracia: por uno mismo. ¡Pero uno escribe para que le quieran! Cierto. Concluiré: atizo aquello que más amo por un puro melindre intelectual. Concibo contraproducente que el novelista o el poeta acabe siendo laureado en tanto que el científico o investigador no lo es (no lo será) jamás. Que aquél se convierta en adalid de masas y éste en menesteroso del favor popular. La literatura cura el alma. Lo sé. Como también sé que a ciencia cierta no sé si el alma existe o no existe. Qué incertidumbres terribles. Digo: la del alma y la de la literatura. Descoyuntan el armazón vocacional y uno piensa en "La verdad de las mentiras”, de Vargas LLosa, como texto que no le rentó convicciones lógicas suficientes para justificar con ellas lo que más ama. Y a ese intríngulis de adentro se ve uno abocado, lúcido, descontaminado de sí mismo. Después de la tormenta de interrogantes llega la calma del agotamiento mental. Y un día uno lee un título de libro que reza: Cuentos al amor de la lumbre, o El hombre que se volvió relativo, o Un lugar parecido al paraíso, o El bosque de los sueños… Pertenecientes, todos ellos, a obras literarias (apostillo: premiadas) de Antonio Rodríguez Almodóvar. Y los vellos del antebrazo se le erizan como agujas. Y piensa: he aquí el maravilloso valor de la literatura. Léase: vivificar mente y espíritu. Léase también: emocionar. Hasta el día siguiente en que, de nuevo, se manifiestan los interrogantes de su desvelo. Y así pasa los días. Sin dejar, ni uno solo, de leer y de escribir. Y se pregunta: ¿hasta cuándo? Y se responde: hasta que no encuentre una sola tesis a favor de no hacer esto que hago. Y sigue uno eternamente a lo suyo...